Zancadillas al corrupto caído

Ayer intenté escribir por enésima vez sobre la distinción entre la corrupción financiera, tan atractiva para los medios comprometidos, y la corrupción moral, a la que durante treinta años pocos, poquísimos prestaron atención.

Estos días los medios enfáticos se dedican a zancadillear al líder caído. Pujol es un corrupto, el régimen del 3%, y encima con la crisis que teníamos, etc. Es un continuo golpearse en el pecho y mesarse los cabellos ante la multitud. Ese tipo de corrupción tiene el mismo efecto que una gota de sangre en una bañera con pirañas. Atrae lectores y espectadores, no requiere demasiado análisis, y sobre todo, apela a lo más básico. Los dineros. Los hombres olvidan más fácilmente la muerte del padre que la pérdida del patrimonio, decía Maquiavelo. Los líderes pueden adoctrinar, mentir, señalar a los vecinos del segundo. Pueden hacer prácticamente lo que quieran, durante décadas, siempre que cuenten con la coartada del nacionalismo. Los medios les dejan, y los otros-medios fomentan la risa. Jaja, quieren romper España. Jaja, ponen multas si no rotulas en catalán. Jaja, no puedes estudiar en castellano. Ninguna de esas noticias despierta al cuarto poder, nadie se sube a la gran roca para lamentarse, y a los pocos que intentan combatir esa corrupción se les llama exaltados.

Hasta que salen las cuentas ocultas, los blanqueos y los coches de lujo. Hasta que el anteriormente conocido como Molt Honorable cae. En ese momento se abre la veda y la prensa comprometida comienza a morder, cuando ya no hay peligro. Pero ni siquiera entonces reparan en la otra corrupción. Esa corrupción es la que se encargó, durante treinta años, de extender la irracionalidad. De hacer que el líder de un partido, Oriol Junqueras, diga que quiere creer, necesita creer, que sus representantes institucionales están limpios.

El único error que los líderes nacionalistas no pueden cometer es dejar que se extienda la percepción de que han robado. Para todo lo demás, siempre tendrán bula.

Observar y contemplar

Hay algo que nunca he conseguido explicar bien, supongo que porque no he llegado a entenderlo del todo. Claro que sólo he intentado explicarlo una vez, fuera del temario. Me refiero a la falta de finalidad en el «diseño» del mundo. Diseño entrecomillado precisamente porque no es diseño, a pesar de que se nos haga más cómodo hablar-pensar en esos términos.

El domingo pasado fuimos a comer a casa de los padres de ella. Les habían regalado un pájaro hace poco, así que como era de esperar me tiré un par de horas observándolo. Los movimientos de la cabeza, que no eran suaves como los de la mayoría de los animales, sino bruscos. Los movimientos que hacía con la boca cuando oía los sonidos de pájaros que le poníamos en el móvil, como si intentase responder a ellos. Y la forma en la que «afilaba» la cabeza cuando parecía que iba a echar a volar. Pero claro, estaba en una jaula, así que se limitaba a dar saltos. También me llamó la atención el nerviosismo con el que picoteaba los granos. Se acercaba al recipiente, miraba en todas las direcciones, agachaba la cabeza, la volvía a levantar para mirar de nuevo, repetía la operación un par de veces, y finalmente metía la cabeza en el recipiente con la comida. Pero no cogía nada, no se fiaba. Sacaba la cabeza y de nuevo miraba cuatro o cinco veces, alerta. Finalmente conseguía coger un grano, y mientras intentaba abrirlo seguía mirando alrededor. Y vuelta a empezar.

Pero no recordé lo de la falta de finalidad por esto, sino por lo que hacía con la cabeza. Enseguida se nos aparece el «claro, pone así la cabeza para volar mejor», o algo parecido. Los perros mean en las esquinas para marcar el territorio, los humanos tenemos dos ojos para poder percibir la profundidad.

En cualquier caso, y al contrario que en otras ocasiones, no le dediqué demasiado tiempo. Era más interesante observar lo que hacía el pájaro. De vuelta a casa me acordé de dos escenas de dos películas distintas. La primera, de Master & Commander. La escena en la que Stephen Maturin baja por fin a las Galápagos a mirar bichos. Y la segunda, la de Simon en El Señor de las Moscas. ¿Cuál? La del camaleón, posiblemente. Pero creo que me acordé más de los personajes que de escenas concretas.

Creo que habría sido feliz haciendo eso. Mirar bichos. Y no tanto como Maturin sino como Simon. No con el fin de estudiarlos ni catalogarlos, sino por el simple placer de contemplarlos. Sin pensar en el diseño o su ausencia, y por supuesto sin pensar en los problemas humanos. Sin intentar transformar ni comprender nada, y sin justificaciones espiritualistas como «intentar ser uno con la Naturaleza» y otras supersticiones. Simplemente mirar, no molestar a nadie, y ya.

Sentencia popular

Compruebo asombrado que ayer el Estado español fue juzgado y sentenciado en Pamplona por un tribunal popular. Y no sé qué hacer, porque esto lo cambia todo. No estaba preparado para ser testigo de algo tan grande.

Más allá de la broma involuntaria, y sobre todo más allá de la preocupación que estos tribunales pudieran crear, hay que tener clara una cosa: es teatro. Aunque el referente de estos tipos sea la Revolución Francesa y la guillotina, a lo que se parecen es a una performance de Leo Bassi. Ruidosa, de mal gusto y violenta. Pero performance. Y por tanto, irrelevante. Durante la marcha que ayer precedió a la sentencia popular, hubo tiempo para aliviar las necesidades primarias de los asistentes. Se dispusieron contra una pared las figuras de aquéllos que en el imaginario de la turba representan al imperialismo español. Rouco Varela, Felipe VI, Rajoy, Baltasar Garzón o Franco, entre otros. Y los asistentes, que ya venían avisados, dedicaron unos minutos a divertirse. (En el enlace del primer párrafo hay un vídeo. A partir del 1:20) Traían varios zapatos con los que intentaron derribar -simbólicamente- esos símbolos del imperialismo español, entre risas e insultos. Ancianos, adultos, jóvenes y niños. No sé si jugaban a odiar, o si odiaban mediante el juego. Habría de todo. Pero parece que lo pasaron bien.

Hace unos días llevaron a cabo una performance parecida en Venezuela. En esta Venezuela. En esa ocasión, en lugar de lanzar zapatos, asistieron a un espectáculo de teatro callejero. La performance dentro de la performance. El espectáculo sirve para enunciar los crímenes de los que se acusa al Estado español. Entre esos crímenes, éste:

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Esos pobres militantes vascos a los que se refieren son los miembros de ETA. La performance se despide con esta frase: «Somos la vida y la alegría, en tremenda lucha contra la tristeza y la muerte.»
Quién lo diría.

En cualquier caso, esta estupidez no servirá para nada. Los cinco integrantes de Askapena serán juzgados con las garantías legales del Estado a partir del 19 de octubre, acusados de integración o colaboración en banda terrorista, no de solidaridad internacional. En cambio, el juicio contra el Estado español se quedará en una farsa. Y como la frustración es difícil de llevar, seguirán alimentando los dos minutos largos de odio.

Por cierto, se trataba, según los organizadores, de la Marcha de los pueblos libres. La bandera.

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Después de la fiesta

Siempre he sido un poco aguafiestas, y por lo tanto un poco coñazo. Afortunadamente no siempre he sido aguafiestas militante. Cuando era joven, y por tanto más imbécil, creo que sí. Pero la adolescencia es una de las cosas que se curan con el tiempo.

Como buen aguafiestas, no tengo especial aprecio por las celebraciones. Y me refiero a la celebración personal. Que los demás celebren no sólo no me molesta, sino que creo que es algo bueno en la mayoría de las ocasiones. No celebro el cumpleaños, no como las uvas en Nochevieja, y tampoco me emociono el 12 de Octubre, Día de la Hispanidad. Con el tiempo he ido perdiendo la necesidad de justificar esas no-celebraciones. Si no celebro el cumpleaños no es porque el hecho de cumplir años me genere ansiedad, ni tampoco porque piense que es una conspiración de los centros comerciales para vender más. Si no como las uvas no es porque «en-Italia-comen-lentejas-y-todas-las-celebraciones-son-absurdas», ni porque piense que es una superstición. No hago esas cosas porque no me suele apetecer. Tan sencillo y tan aburrido como eso.

En el caso de la Fiesta Nacional ocurre algo parecido. No sé muy bien qué responder cuando me preguntan si me siento español. No es que me lo pregunten a menudo, claro. De hecho, sólo me lo han preguntado dos o tres veces, en encuestas telefónicas. No sé qué responder porque no creo que ser español sea un sentimiento. Es un hecho, y punto. Para mí. Entiendo que muchas otras personas celebren ese día. Igual que entiendo -no digo que se trate del mismo fenómeno- que muchas otras personas crean en Dios. Las celebraciones son afectos, y cuando son positivos no creo que tenga sentido decir nada sobre ellos.

Ahora bien. Y sí, lo que sigue es una pequeña adversativa. Desde hace un tiempo tengo algunas dudas respecto a esta no-celebración. Creo que si viviera en Madrid o en Oviedo no las tendría. Pero vivo en Galdácano, Vizcaya. Y aquí hay un matiz. En Madrid y en Oviedo puedes decir que eres español sin ningún tipo de problema. Siempre habrá alguien a quien le moleste la obviedad, pero no es lo normal. Aquí, en cambio, decir algo tan obvio te puede crear incomodidades. Es el elefante en la habitación. Y por lo tanto se suele esconder.Y esconder esas palabras equivale a esconder la realidad. Otros prefieren ir más allá, y no sólo la esconden sino que la rechazan. Para ellos, la realidad es una agresión. Pero hoy no voy a hablar de ésos.

(Una anécdota: en Bilbao hay un bar que se presentó al concurso de mejor tortilla de patatas de España, ganó ese concurso y desde entonces se anuncia como «la mejor tortilla estatal«. Otros -los de antes, de los que no iba a hablar- van más allá, y no sólo modifican el nombre de los objetos, sino el del sujeto. El propio. Todos esos Gartzia, Karmona, Santxez o Krespo)

Decía que tengo dudas respecto a esa no-celebración, porque no sé hasta qué punto no es también una pequeña cobardía. Creo que no lo es, porque ya he dicho que no soy de celebrar nada, pero también pienso que hay algunas liturgias que deben realizarse incluso aunque racionalmente no se entiendan. Esas dudas podrían llevarme a pensar que colgar de la ventana una bandera española, gritar por la ventana tuitera que soy español o felicitar el día al resto de compatriotas, es un acto de resistencia. Pero no creo que lo sea. Son manifestaciones afectivas. Que aquí, por las circunstancias, pueden contribuir a la «normalización» real, opuesta a la institucional. Pero para manifestar un afecto son necesarias dos cosas. Que ese afecto sea real, y que tengamos la necesidad de manifestarlo (por eso en realidad son dos afectos). Y en mi caso no se da ninguna de las dos condiciones. Por suerte, no se da el afecto contrario. Ni orgullo ni vergüenza. Sólo un hecho, el de ser español. Con todo lo que ello implique.

La asignatura de Filosofía: necesidad, utilidad y exclusividad.

 

Seguimos con el tema. Lo que viene a continuación es el comentario que he dejado en el blog de Tsevan Rabtan, en la entrada «Sobre la necesidad de enseñar filosofía«.


 

Creo que en este asunto convendría separar dos cuestiones: por un lado la necesidad, y por otro la utilidad. No de la filosofía, sino de la asignatura de Filosofía. La necesidad o utilidad de la filosofía como disciplina creo que debe ser discutida principalmente por filósofos. La necesidad o utilidad de la asignatura de Filosofía puede ser discutida también por profesores de Filosofía de Bachillerato. Así que me ocuparé sólo de esto último. Probablemente escriba algo al respecto en el blog, pero creo que puedo apuntar aquí un par de cosas.

Para no extenderme demasiado, comenzaré diciendo que la asignatura de Filosofía no es necesaria. Necesarias son Matemáticas y Lengua. También Inglés. Lo demás, salvo que me olvide de alguna, no es imprescindible.

¿Es útil la asignatura de Filosofía? Probablemente. Si se enseña bien. Algo que, como ya se apunta en la entrada, no está garantizado. Es más, si se enseña mal no es que no sirva para nada, es que es perniciosa, puesto que perpetúa vicios y sesgos y puede usarse para convertir opiniones particulares en verdades incuestionables.

Otra cuestión es determinar en qué consiste esa utilidad.
Aquí es más fácil decir en qué no consiste. No enseña a pensar, no genera pensamiento crítico (algo que habría que definir), no nos hace mejores personas, ni menos serviles. Y desde luego no es el pilar que sostiene a la democracia. Todos estos argumentos suelen utilizarse para defender no la utilidad, sino la necesidad de la Filosofía. Y creo que estos argumentos, cuando son usados por filósofos, hacen aún más cuestionable su utilidad.

Para qué puede servir: para proporcionar los marcos adecuados para cualquier discusión. O para cuestionarlos cuando no son adecuados. Se podría decir como en la entrada, «para preguntarse por la manera correcta de hacer preguntas». Es decir, no tanto para hacerse preguntas propias de la disciplina -que en buena parte son galimatías: el sentido de la vida, por ejemplo- como para evitar errores al hacerlas.
También puede servir para detectar argumentos falaces, y para detectar análisis contaminados por factores ajenos a la razón. Para saber, en definitiva, cuándo estamos defendiendo o atacando algo de manera racional, y cuándo lo estamos haciendo guiados por prejuicios, afectos, etc.

Pero todo esto es algo formal. ¿Hay conocimientos materiales útiles para los alumnos de Bachillerato dentro de la Filosofía? Es decir, ¿es útil que los alumnos de Bachillerato conozcan el eterno retorno, la caverna de Platón o el concepto de dualismo? Aquí habría que especificar, pero creo que sí y no. Algunos de esos conocimientos son útiles (los conceptos, por ejemplo) y otros son prescindibles. Cuando explicas a Nietzsche, por ejemplo, los alumnos suelen prestar atención, pero eso no quiere decir que sea útil. Cuando explicas a Wittgenstein ocurre lo contrario. Y luego hay autores como Spinoza, que a mí me parecen fundamentales, que no se explican. Lo que no tengo tan claro es que sean realmente fundamentales. Lo que dice Spinoza sobre la servidumbre de los afectos ya está siendo desarrollado por los científicos. Así que imagino que será más útil enseñar las demostraciones científicas de lo que Spinoza atisba que explicar lo que decía el propio Spinoza.
Y ésta es otra cuestión importante: aun aceptando que sea útil, o que pueda ser útil, estamos hablando de un curriculum educativo. Es decir, hay un coste de oportunidad. Introducir Filosofía en Bachillerato supone eliminar otras asignaturas o reducir las horas. Puede que todas sean útiles, pero habrá algunas que sean más útiles que otras. Hay que elegir. Y ahora la asignatura de Filosofía ha perdido peso en Bachillerato. También se podría discutir sobre la utilidad de sus alternativas, pero eso sería desviar el debate.
En resumen: no creo que la Filosofía sea necesaria; creo que es útil; no sé si esa utilidad es suficiente para exigir su presencia en el curriculum.

Y con esto llego a un tercer punto, que es el que me parece realmente problemático: la exclusividad. Si la asignatura de Filosofía es útil, y si los beneficios que proporciona al alumno son exclusivos de esa asignatura, tal vez podríamos decir que es necesaria. O al menos, podríamos justificar su presencia en Bachillerato. Pero no tengo tan claro que la función de la que hablaba en mi post sólo pueda darse mediante la asignatura de Filosofía. Lo que sí tengo claro es que muchas veces la asignatura de Filosofía no cumple esa función. En 2º de Bachillerato el objetivo principal es muy diferente, viene determinado por la prueba de Selectividad. En 1º sí puede darse, pero como decíamos antes, no está garantizado.
¿Se puede garantizar? Yo creo que no. Y éste es un punto débil de la asignatura. Como se apunta en esta entrada, un mal profesor de Matemáticas va a enseñar Matemáticas con mayor o menor éxito, pero no se va a salir de ahí. Transmite conocimientos casi sin querer. Un mal profesor de Filosofía, en cambio, no sabemos qué va a enseñar. Puede enseñar las tonterías más grandes. Puede dedicar una o varias tardes de la semana a «relajación», es decir, a apagar las luces para que los alumnos duerman o se relajen.
El profesor bueno, por otra parte, seguramente despierte el interés por su disciplina y por las cuestiones y autores propios de esa disciplina. Pero si hubiera una asignatura de Cine, el profesor bueno haría lo mismo con las películas y autores más relevantes. Y lo mismo con el Arte o la Literatura. Así que tiene que proporcionar algo más, y tiene que hacerlo además de manera exclusiva.
Por poner un ejemplo, si suponemos que es útil que los alumnos conozcan qué es un dilema ético, ¿es la asignatura de Filosofía la única manera de hacer que lo conozcan? ¿Sería igual de eficaz explicar qué es un dilema y hablar de escuelas éticas que leer Los Justos y comentarlo en clase? ¿Sería diferente ese comentario si el profesor fuera de Literatura en vez de Filosofía?
Otro ejemplo: ¿Es necesario que los alumnos conozcan el Holocausto? ¿Es suficiente con que conozcan el hecho histórico? ¿Se puede transmitir otra cosa que no sea el hecho histórico?

Bien, no sé si todo esto sirve para aclarar algo el asunto. Pero sí sé que ya he escrito más de lo que me había propuesto.

La función de la filosofía

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Vaya por delante que no es éste el artículo mediante el que defenderé la presencia de la filosofía en Bachillerato. Todavía está en la lista de «Pendientes», y creo que se va a quedar ahí bastante tiempo.

Lo que voy a tratar de exponer es algo más fácil, y al mismo tiempo más complicado. ¿Cuál es la función de la filosofía? Cuál es la función hoy en día, claro. Esta pregunta formulada hace mil años no sería la misma pregunta. Y hoy en día, la pregunta no es en realidad «cuál es la función», sino «¿tiene alguna función?»

La respuesta no va a ser exhaustiva, sencillamente porque no puedo ofrecer una respuesta exhaustiva. Como mucho, se trata de un principio de respuesta. Y tal vez ni siquiera. Porque para responder con corrección, primero habría que definir qué es -qué no es- filosofía. Sólo después podríamos intentar explicar cuál es la función de eso que hemos definido.

Dicho esto, creo que la función auténtica de la filosofía, y no estoy diciendo nada nuevo, es clarificar el lenguaje. Eliminar sombras, exigir definiciones, desterrar opiniones, destruir lugares comunes. La función auténtica de la filosofía, desde Sócrates hasta Wittgenstein, es decirle al retórico -y a la masa que le sigue- que lo que dice no tiene sentido. No es reivindicar derechos, luchar por la paz o aumentar la cultura, sino precisamente señalar que «derechos», «paz» y «cultura» tienen un significado concreto, y que cuando se utilizan en el discurso público, o en la escuela, hay que conocer y explicitar ese significado, puesto que de lo contrario no es posible el debate. Se puede hablar desde el aire, claro, pero no podemos llamar a eso debate. De la misma manera que no es debate lanzar besos, dar abrazos o leer un poema. Señalar esto generalmente supone un acto de guerra. Pero esto es la filosofía, nada más y nada menos. Un acto de guerra contra el lenguaje hueco, punto de partida del relativismo y de los totalitarismos. No se trata de construir un discurso que neutralice el del retórico, no se trata de utilizar mejores argumentos. Se trata simplemente de destruir cualquier discurso que carezca de rigor. Que carezca de rigor y que cree ilusión de verdad, puesto que si no hace esto último no supone ningún peligro.

Dos de los ámbitos donde más necesaria es la filosofía, por tanto, son la educación y la política. El primer objetivo del filósofo, como profesor, es el mismo que el de Sócrates: hacer que el alumno perciba todos los errores que hasta ese momento asume como verdades. Para ello necesita conocer cuestiones que no son propias de la filosofía. Precisamente, es difícil hablar de cuestiones propias de la filosofía. Se trata más bien de un saber de segundo grado. Es decir, asume unos conocimientos previos sobre política, historia, psicología, matemáticas, para construir su discurso.

En política, más que proponer, más que elaborar un «discurso positivo», la función del filósofo es desmontar los discursos, señalar las servidumbres generadas por el lenguaje y los afectos. Tal vez no sea función del filósofo combatir políticamente el nacionalismo, por ejemplo, pero sí señalar los sinsentidos de expresiones de uso generalizado como «Estado español» (como eufemismo de España) o «derecho a decidir».

Educación, política y lenguaje. Una obra: LTI – Lingua Tertii Imperii (La lengua del Tercer Reich, la edición española), de Victor Klemperer, como ejemplo enorme de esta función de la filosofía. ¿Se puede decir que es filosofía, o es «sólo» filología? A partir de aquí me temo que comenzaría a decir tonterías. Si es que no he empezado a decirlas ya.

Quedan un par de cuestiones derivadas que me gustaría tratar en otra ocasión. Si aceptamos que la función principal de la filosofía es destruir los usos retóricos del lenguaje,

  • ¿Podemos decir que es una función exclusiva de la filosofía, o puede llevarse a cabo desde otras disciplinas?
  • ¿Podemos decir que es la única función de la filosofía?

A partir de ahí podríamos comenzar a desarrollar la respuesta a si la Filosofía es necesaria en Bachillerato (punto 1), y tal vez incluso podríamos hablar de la filosofía (punto 2) como una unión entre la propuesta spinoziana del conocimiento como libertad (Non ridere, non lugere, neque detestari, sed intelligere) y la propuesta marxiana de la filosofía transformadora (Tesis 11 sobre Feuerbach). Transformación que en ningún caso debería ser mesiánica, que debería desechar cualquier atisbo de finalidad y sentido, y que debería ser una mera consecuencia de la primera función de la que hemos venido hablando. No sería análisis y después transformación, sino transformación derivada del análisis minucioso. El análisis sería el objetivo, y la transformación un resultado posible de ese objetivo.

Lo que decía, tonterías. O cuestiones a las que habría que dar muchas más vueltas.

Henning Mankell y la traducción al hebreo

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Hace unos días falleció Henning Mankell. Creo que ya sabía que estaba enfermo, pero no estoy seguro. Tal vez por eso la noticia no me afectó demasiado, a pesar de que durante varios años las novelas de Wallander fueron casi una liturgia familiar. Leí las siete primeras, y no sabría decir cuál me gustó más. Tampoco sé por qué tendría que decirlo. Recuerdo el asesinato de unos ancianos, una novia en Riga, el malo ridículo de El Hombre Sonriente, que me hace recordar Justicia, de Dürrenmatt, la chica que se quema a lo bonzo en un campo, el chico que se disfraza de indio, la hija, y una trama en la que la ornitología era importante. Y Malmoe, Ystad, las series de TV, y que al principio, la cara del inspector mientras leía era la de Josh Lyman, porque por aquella época también estábamos viendo El Ala Oeste y yo qué sé qué asociaciones hacía mi cerebro.

Leí la octava, Cortafuegos, y lo dejé.

Tiempo después -no sé cuánto- Philip Kerr sustituyó a Mankell, y Bernie Gunther a Wallander. La serie del escocés me gusta bastante más que la del sueco. Y no sé por qué tenía que decirlo.

En cualquier caso, no suelo hablar de estas cosas. Nunca he sabido escribir reseñas. A lo mejor tiene algo que ver el hecho de que tampoco se me ha dado bien emitir opiniones sobre obras literarias. Me ha gustado o no, me acuerdo más o menos. Y poco más. No sabría qué decir sobre Moby Dick, El guardián entre el centeno, Ellroy, El libro de la selva, Borges o Chesterton. Todos los leí cuando era joven o muy joven, y ahí debe de estar la clave. Si hubiera leído otros libros, estaría citando ésos. Y es posible que yo fuera diferente.

Por esto no me gusta escribir reseñas, o hablar de libros y películas. Porque siempre acabo hablando de mí mismo. Como siempre, por otra parte. Pero aquí es más evidente.

Así que si estoy escribiendo hoy sobre Mankell no es por sus libros, ni para hacer un breve resumen de su obra. La razón es algo que leí el otro día en Twitter –la bolsa de la basura, dice hoy Espada– sobre la relación de Mankell con Israel. Alguien dijo que el autor sueco había prohibido la traducción de sus obras al hebreo. Y me sonó bastante extraño, a pesar de que era bastante conocida su actividad antiisraelí. Por eso, pese a la extrañeza, me resultó verosímil. No es la mejor serie de novelas policiacas que he leído, pero las recordaba con aprecio, así que dediqué parte de esa tarde a ver si era verdad.

Y no, no era verdad. Mankell no prohibió la traducción de sus libros al hebreo. «Sólo» se lo planteó tras participar en una de las flotillas a Gaza. (Texto en castellano y en inglés)

6 p.m.

Quayside somewhere in Israel. I don’t know where. We are taken ashore and forced to run the gantlet of rows of soldiers while military TV films us. It suddenly hits me that this is something I shall never forgive them. At that moment, they are nothing more to my mind than pigs and bastards.

We are split up; no one is allowed to talk to anyone else. Suddenly a man from the Israeli Ministry for Foreign Affairs appears at my side. I realize he is there to make sure I am not treated too harshly. I am, after all, known as a writer in Israel. I’ve been translated into Hebrew. He asks if I need anything.

My freedom and everybody else’s,” I say.

He doesn’t answer. I ask him to go. He takes one step back. But he stays.

I admit to nothing, of course, and am told I am to be deported. The man who says this also says he rates my books highly. That makes me consider ensuring nothing I write is ever translated into Hebrew again. It is a thought that still has greater depths to plumb.

Es decir, que un tipo del Ministerio de Asuntos Exteriores de Israel le dice que le gustan sus libros, y eso basta para que se plantee prohibir la traducción al hebreo. Para que no pueda leerlos ni él ni el resto de israelíes, supongo. Al menos, no en hebreo.

Después de escribir eso, parece que se tranquilizó, y no se supo nada más del asunto. Quedó en una reflexión. Ni siquiera un amago. Así que no prohibió que sus libros fueran traducidos. Pero descubrí un par de cosas que no conocía.

Por ejemplo, que a Mankell los atentados del 11 de Septiembre no le sorprendieron. Era lo que esperaba, no sólo en el sentido de que lo viera venir, sino también en el sentido de que era comprensible. Y ese «comprensible», claro, está en la frontera de lo «justificable», separado por la habitual adversativa. (Artículo en The Guardian)

This is the first suicide bomber in Scandinavia and I am surprised that so many are – surprised. It reminds me of when the passenger jets crashed into the towers in New York. I never understood the surprise that followed. Wasn’t this exactly what we had expected? A situation where the extreme, the desperate and the furious attacked the western world that for so long had humiliated Muslim countries. An attack that would be understandable but nevertheless wrong and worthy of condemnation.

Mankell no se queda ahí. En 2009 participó en el Festival de Literatura de Palestina, y publicó en Aftonbladet un artículo en el que relataba su experiencia. El grado máximo de abyección lo consigue en este párrafo:

Is it strange that some of them in pure desperation, when they cannot see any other way out, decide to become suicide bombers? Not really? Maybe it is strange that there are not more of them.

Antes había comparado la situación en Palestina con el apartheid sudafricano. Y en el mismo párrafo dice que el muro evitará ataques en el futuro, pero correrá el mismo destino que el Muro de Berlín. No sé si para Mankell la caída del muro que evita más ataques suicidas sería motivo de alegría. No lo dice.

Sí dice que la única solución al conflicto es la desaparición del Estado de Israel. Ni siquiera la solución de los dos Estados, sino simplemente la desaparición de Israel y la creación del Estado palestino, en el que tendrán que vivir todos los «israelíes». También dice que no vio antisemitismo durante su viaje. Tan sólo odio –normal y comprensible– de los palestinos contra los ocupantes.

Como lo del 11-S, pero más bestia.

When change is coming, each Israeli has to decide for him- or herself if he or she is prepared to give up their privileges and live in a Palestinian state. During my trip, I met no anti-Semitism. What I did see was hatred against the occupants that is completely normal and understandable. To keep these two things separate is crucial.

Henning Mankell murió el 5 de Octubre de 2015. Ese mismo día fueron detenidos los autores del asesinato de Eitam y Naama Henkin. Los asesinos acribillaron el coche del matrimonio israelí, en el que también viajaban sus cuatro hijos, que resultaron heridos. Los asesinos, al parecer, pertenecen a Hamas. Hamas no sólo es una organización terrorista. También representa políticamente a algunos palestinos.

Además de ese atentado, durante los últimos días se han sucedido los ataques de palestinos a israelíes. Apuñalamientos, piedras, atropellos. Varias víctimas mortales. No es antisemitismo, diría Mankell. Sólo «odio contra los ocupantes, completamente normal y comprensible».

Eso sí, jamás prohibió que sus obras fueran traducidas al hebreo.

Filosofía, ancilla Democratiae

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Parece que en El País se han tomado en serio la defensa de la Filosofía. La defensa sentimentalista y lírica, claro. Si hace unas semanas nos regalaron una emotiva y sentida carta de un alumno en la que se apelaba a la belleza de las Humanidades, hoy entran a fondo en la cuestión. A fondo porque así se llama la sección:

«Una docena de reporteros cuentan España yendo a donde pasan las cosas y dedicando tiempo a cada historia, pequeña o grande. Si quiere ponerse en contacto con nosotros, estamos en reportajes@elpais.es «

Así que este Equipo A del reporterismo se adentra a fondo en la cuestión. Hasta los tobillos, más o menos. El reportaje no empieza mal. En realidad, empieza muy mal. Que noooo, que Platón está tirao…” Es la primera frase del reportaje. El toque campechano, imagino. Le sigue una breve descripción del profesor, Enrique P. Mesa, acompañada de una breve frase de un alumno de la última fila. Esto de la última fila tiene que quedar claro, parece importante.

El caso es que cuando parece que todo está perdido, el profesor dice algo que tiene sentido, y los reporteros lo recogen: La idea general, que es errónea, es que la filosofía te enseña a pensar.» Hay esperanza. Efectivamente, eso de que la Filosofía enseña a pensar es un mito. A lo mejor se trata realmente de un reportaje a fondo. Lamentablemente, justo en ese momento aparece una adversativa, que como todos sabemos suele ser el anuncio de un desastre cercano: «Pero de la filosofía emana el pensamiento crítico, que es el que sustenta la democracia». Redoble.

O sea, el pensamiento crítico -no hace falta definirlo, porque total, ¿qué tiene que ver la Filosofía con las definiciones?- emana de la Filosofía. No sólo eso, sino que el pensamiento crítico -y por tanto la Filosofía- sustenta la democracia. «Tenemos el derecho a votar porque se nos considera críticos y autónomos», continúa. Y somos críticos y autónomos gracias a la Filosofía. A la asignatura, en concreto. Así que si la democracia se sustenta en el pensamiento crítico, y el pensamiento crítico emana de la Filosofía, ¿qué ocurriría si se eliminase la Filosofía del Bachillerato? Pues el desastre, obviamente.

A continuación aparece Antonio Campillo, decano de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Murcia. Explica que el origen de la medida está en que el Gobierno quería reforzar Historia de España, y decidieron sacrificar la Filosofía. ¿Por qué cree el Gobierno que es esencial la asignatura de Historia de España? Seguramente muchas personas críticas™ pensarán que por ideología. Por fascismo, vamos. Historia vale, ¿pero por qué de España?

Yo quiero ponerme lírico también, por un momento. Es esencial conocer la Historia para no repetir el pasado. Otra frase mágica. Conocer los hechos históricos, como conocer los sistemas filosóficos, no es valioso en sí mismo. Ése es el mensaje de fondo. «Por eso las escuelas de negocios se han dado cuenta de que un economista o un ingeniero necesitan las humanidades” Ovación cerrada.

Por si no ha quedado claro: no puede haber democracia sin Filosofía. Así de rotundos se muestran varios intelectuales en un vídeo rodado por la Red Española de Filosofía. Aunque en realidad ninguno de los intelectuales que aparecen en el vídeo lo afirma. Pero eso es lo de menos, porque al comienzo del vídeo aparece como frase. Y una frase sin autor, una idea sin contexto, una opinión, es la mejor manera de representar esta concepción de la Filosofía.

A lo largo del vídeo aparecen intelectuales como Álex de la Iglesia o Santiago Auserón. De fondo, una musiquita grácil. Y frases, muchas frases. Veámoslas.

  • Federico Mayor Zaragoza: «La Filosofía es esencial. Por eso la UNESCO la sitúa en primer lugar de los curricula.»
  • Adela Cortina: «La Filosofía entonces es una necesidad para cualquier sociedad que quiera ser medianamente culta y que quiera construir su vida de una manera razonable, porque no es posible querer un conjunto de actividades del que no sabemos cuáles son sus fundamentos ni hacia dónde se encaminan.»
  • José María Jordán Galduf (Catedrático de Economía Aplicada): «Disciplinas como la Filosofía o la Ética son imprescindibles, en concreto no puede haber una economía que no tenga un equipamiento ético.»

La Filosofía es esencial, una necesidad e imprescindible, eso ha quedado claro. Ahora bien, ¿por qué, exactamente? ¿Hay que aceptarlo acríticamente?

  • Álex de la Iglesia: «La Filosofía para mí es una de las razones por las que de alguna manera he podido llegar a pensar algo en mi vida.» Sin duda un testimonio necesario y clarificador.
  • Miguel Brieva (dibujante de comics): «Cabría plantearse hasta qué punto la educación como la concebimos actualmente tiene sentido.» Mira, algo sensato, y algo que sí parece tener algo de relación con la Filosofía. ¿Tiene sentido la educación actual? Es un buen punto de partida. A continuación habría que describir cómo es la educación actualmente, cuáles son sus objetivos reales e imaginados, cuáles son las maneras de articular esos objetivos en los planes de estudio, quién tiene que articular esos objetivos, cuál debería ser el papel de la Filosofía en ese plan de estudios, si es que debería tener algún papel, etc. Lástima que todo eso no quepa en una frase.
  • Federico Mayor Zaragoza, de nuevo: «Educar es formar a seres libres y responsables.» Lo dice con pausa entre las palabras, y termina con una sonrisa. Podríamos pensar que está haciendo un chiste (seres libres i-rresponsables). Pero no. Lo dice en serio.
  • Miguel Brieva, de nuevo: «El procedimiento básico de la educación debería ser casi algo extraído del procedimiento básico de la Filosofía.» Y de nuevo dice algo sensato. Puede que se refiera al proceso dialéctico de Platón, ese proceso arduo y costoso que consiste en rechazar las opiniones e ir a lo verdadero. Puede que esté proponiendo no aceptar ningún dogma, por políticamente correcto que sea. En ese caso, estaría yendo en contra del mensaje común que pretenden transmitir los organizadores del vídeo. ¿Acercarse dialécticamente al concepto de Democracia? Ni locos. (En relación con esto y con el título, este artículo)
  • Francisco Javier de Lucas (Catedrático de Filosofía del Derecho y Filosofía Política): «Ayudar a pensar con la propia cabeza.» Ay.

Y el vídeo sigue otros tres minutos, con más frases en defensa de la Filosofía. Pero ninguna de esas frases da un sólo argumento concreto. Es necesaria, es esencial, es eso o el caos, pero no se explica por qué debe estar presente en el Bachillerato.

De hecho, si pensamos un poco -críticamente, claro- podríamos preguntarnos lo siguiente: si la asignatura de Filosofía es tan esencial como para que la propia democracia dependa de ella, ¿por qué ninguno de estos intelectuales pide que el Bachillerato sea obligatorio? O al revés, ¿por qué no se impide votar a aquellos ciudadanos que no hayan cursado el Bachillerato?

Como normalmente preferimos lo grácil a lo robusto, quedémonos con la primera opción. Hagamos que el Bachillerato sea obligatorio, con una presencia importante de la Filosofía, y adaptemos el curriculum al alumno y al objetivo más importante de la educación, que no es otro que formar personas. En otras palabras:

«La técnica memorística, producto del sistema imperante, ha de ser sustituida por una acción continuada y progresiva sobre la mentalidad del alumno, que dé por resultado, no la práctica de recitaciones efímeras y pasajeras, sino la asimilación definitiva de elementos básicos de cultura y la formación de una personalidad completa.« (Para una experiencia completa, se recomienda pinchar en el enlace)

Yo solamente soy un militante hooligan

twitter-talegon

Beatriz Talegón. He tenido mis dudas respecto a la publicación de esta entrada, debido a su irrelevancia. Aunque la irrelevancia en sí no creo que sea mala. Imagino que en realidad no es por la irrelevancia, sino por aquello que comenté en la entrada sobre Guillermo Zapata. Hay personajes que atraen lanzas, y Talegón es carne de cacería tuitera. Willy Toledo es ya un clásico, Trueba tuvo su momento cuando dijo que no se sentía español, y Guillermo Zapata pasó de ser un completo desconocido a convertirse en una gran bestia cuando se descubrieron los tuits jocosos sobre víctimas del terrorismo y del Holocausto. Ya expliqué en su momento el peligro que veía en esas cacerías, así que no me repetiré.

¿Por qué comentar entonces la anécdota sobre la última metedura de pata de Talegón? Porque no es necesariamente una anécdota. Se puede tratar como tal, y nos podemos centrar en ese «la ha vuelto a liar» que sobrevuela buena parte de los comentarios. Pero también se puede ir un poco más allá.

Beatriz Talegón compartió indignada -cómo, si no- una noticia sobre un punto oculto del programa de Ciudadanos. Este punto, filtrado por un militante, consistía en una propuesta para que fuera el trabajador el que tuviera que indemnizar a la empresa en caso de despido, y no al revés.

«Estáis locos», decía en un tuit dirigido a Albert Rivera.

Rivera respondió a Talegón: «¿Pero como puedes creerte esa barbaridad Bea? Un poco más de rigor por favor.»

Y Talegón se dio cuenta de su error. La web que publicó la noticia era una web humorística, en la que se publicaban noticias falsas. Así que respondió esto: «Disculpe Vd que yo solamente compartí una noticia pensando que era cierta!»

Esta frase con la que intenta explicar su error es lo que merece atención, más allá del error mismo. El error es gracioso, claro. Entre otras cosas, porque no es el primero. Así que la convertimos en personaje y damos rienda suelta al ingenio. «La ha vuelto a liar, jaja, qué ridícula.»

Pero como decía, la frase encierra algo realmente preocupante. No sé qué hace Talegón ahora mismo. Sé que se dio de baja en el PSOE, así que imagino que estará buscando su lugar en el mundo. O sea, en la confluencia de la izquierda. También sé que es presidenta de algo llamado Foro Ético, que tiene pinta de think tank del PSOE. Parece claro que pretende seguir dedicándose a la política activa. Y no como militante, sino como líder.

En resumen, alguien que pretende liderar un sector de la izquierda, que pretende renovar la política y regenerar la democracia, encuentra normal compartir una noticia sin contrastarla y sin hacer algo tan fácil como informarse sobre la fuente. Podría haber aprovechado el error para «iniciar un proceso de reflexión», por ponerlo en politiqués. Pero no hubo suerte. Parece que la regeneración de la democracia y la reivindicación de la política no tienen nada que ver con el respeto a la verdad.

Como decía, es muy fácil ridiculizar a Beatriz Talegón. Lo que no es tan fácil es darse cuenta de que nosotros también actuamos a menudo como un militante hooligan. Nos rodeamos de militantes afines, compartimos las noticias que reafirman nuestras creencias y las que intentan destruir la imagen de nuestros enemigos, y cerramos la compuerta. Todo sin filtro, claro. Detenerse unos segundos antes de compartir esa foto+frase sin fuente que acabamos de ver es un signo de flaqueza. Y así no se gana la batalla de ideas. Lo único que importa es hacer más ruido.