Ayer la calle principal de Galdácano fue ocupada, con el permiso tácito o implícito del Ayuntamiento, por las imágenes de los etarras del pueblo.
Desde la mañana y al menos hasta las 20:00, quien pasaba por uno de sus puntos más concurridos veía esta imagen.
Sospecho que si alguien hubiera abandonado una mesa en ese punto habría sido multado. Lo sospecho porque no conozco la regulación sobre basuras del pueblo.
Esa mesa, con sillas, copas y mantel, permaneció a la vista de todos hasta que quienes la colocaron decidieron retirarla.
Si un ciudadano hubiera hecho algo para romper la escena habría tenido que enfrentarse a quienes vigilaban desde la calle paralela. O, tal vez, a la policía municipal. Pasaron por allí varios coches patrulla, como aquella otra vez que se colocó el anagrama de ETA en medio de una plaza, en las fiestas del pueblo, con el consentimiento tácito o implícito de los agentes que pasaron de largo.
Será por eso de la convivencia, imagino. En Galdácano, y en muchos otros pueblos del País Vasco, los ayuntamientos han decidido que sus ciudadanos deben tolerar la exhibición cotidiana de la basura.
Ahí están, Bienzobas y García Gaztelu. El asesino de Tomás y Valiente, de Rafael San Sebastián, entre otros. Y el asesino de Alfonso Morcillo, Gregorio Ordóñez, Fernando Múgica, Miguel Ángel Blanco, Manuel Zamarreño, Enrique Nieto, José Javier Múgica, Fernando Buesa, José Ignacio Iruretagoyena, José Luis López de Lacalle.
Pero no es una sociedad enferma.