Dos escenas de la humanidad

Veo en Twitter algo interesante. Una escena que pueda servir como legado de la humanidad. Quien escribe el tweet elige la escena final de Senderos de Gloria. Además del ejercicio, la escena en sí también es muy interesante. No la recordaba. La escena más recordada de la película de Kubrick es la del diálogo en la celda y la cucaracha. O el travelling en el que vemos a Kirk Douglas recorriendo las trincheras.
No recordaba la escena final, y cuando termino de verla no sé qué me parece. Al principio pensaba que era un mensaje contra “nuestros” bárbaros. En mitad de la guerra contra los bárbaros alemanes, los franceses asisten a un espectáculo en una taberna. Una joven alemana es presentada como un trofeo de guerra. Representa todo lo malo de aquellos contra los que luchan, y los franceses dejan salir todo lo malo de aquellos a los que han puesto a luchar. Hasta ahí habría sido una escena pesimista, o realista, sobre lo que encierra la humanidad y sobre nuestros límites. Pero la escena no termina ahí. Dax vence el asco y se queda unos segundos más. La joven alemana comienza a cantar y los bárbaros franceses comienzan a amansarse. El desprecio por la joven da paso a otra cosa. ¿La música es capaz de alejarnos de nuestra naturaleza de bestias? Esto sería un mensaje terriblemente infantil.
Creo que la escena me parece tramposa. Creo también que es necesario que haya películas que muestren no sólo la naturaleza bestial de lo humano, sino la posibilidad de alejarse de ella. Pero deben hacerlo “bien”. La súbita reconversión motivada por una canción me parece algo muy fácil y muy falso. Aunque es lo que Kubrick elige mostrar, y Kubrick no está escribiendo un tratado sobre la naturaleza humana, sino sólo una película.

Después de verla me acuerdo de otra película y de otras escenas. Me acuerdo de “Matar a un ruiseñor”. No creo que sea la mejor película de la historia, creo que es una de las mejores obras de la humanidad. En ella vemos a las bestias. Y vemos que las bestias no están condenadas a ser bestias. Vemos cómo una niña acerca a las bestias a lo humano mediante la inocencia y la vergüenza. Hace lo que el logos de Atticus no habría conseguido: evita un linchamiento y sobre todo evita que unos seres humanos caigan aún más. No lo habría conseguido el logos, y probablemente tampoco lo habría conseguido la fuerza de un Tom Doniphon. No al menos la interrupción de la caída. Tal vez habría conseguido evitar el linchamiento, que es sin duda lo más grave, pero Tom Doniphon no habría conseguido alejar a esos seres humanos de su peor naturaleza. Ni Atticus Finch o Ransom Stoddard mediante la ley y la razón, ni Tom Doniphon mediante la fuerza y el miedo: es Scout, mediante la vergüenza. Y no la belleza de una canción que sale de la boca del otro, como en Senderos de Gloria.

No es la belleza, es el sentimiento de vergüenza.
Hay algo en esto que merecería ser cierto. Que haya en nosotros algo en lo que está escrito qué es el bien y qué es el mal, o al menos qué es correcto y qué es inaceptable, y que no haya sido escrito por nadie, ni por Dios ni por los hombres. Y que haya personas capaces de acceder a ese fondo común y despertarlo para desactivar nuestra peor naturaleza, ésa que convive junto a esta otra.
Hay una parte de ficción en todo esto, no sólo en la película. No hay, en rigor, una naturaleza buena y una mala. La naturaleza mala, la del miedo, el odio y el impulso agresivo canalizado de una u otra manera es probablemente lo que permitió que nuestra tribu no fuera devorada por las bestias. Y la naturaleza buena, que no dependería de mecanismos como la admiración o el respeto sino en realidad de algo mucho menos noble, la vergüenza, es lo que permitió que nuestra tribu pudiera aspirar a ser algo más que una tribu de bestias.
Nos avergüenza lo que debería avergonzarnos. Nos avergüenza que una niña pregunte por nuestros hijos, sus amigos, mientras nos dirigimos a linchar a un hombre al que consideramos una bestia. Y es algo maravilloso.
Es algo de una belleza extraña, algo ante lo que tal vez no quepa admiración u orgullo, puesto que si esto es así es porque el azar y la selección natural “han decidido” que seamos así.
Ésta es la cuestión: que estemos “programados” para sentir vergüenza es lo que nos permite que podamos decidir no ser sólo bestias.

La cultura del pueblo

Se van acumulando las cosas que habría que registrar.
Ayer, el presidente del Gobierno contestó a Rufián en el Congreso. Esto, por sí sólo, ya es lamentable. Rufián había afirmado en el pleno que España tenía a varios políticos catalanes «secuestrados» en Estremera, y que el PSC había robado la alcaldía de Badalona. Pero Sánchez llevó aún más lejos las palabras de Rufián. Las llevó más lejos porque su respuesta consistió en decir que «las cosas han cambiado, y ustedes no tienen enfrente a un Gobierno que va a utilizar el agravio territorial para arañar ningún voto en el conjunto del país, y que en consecuencia tendemos la mano para ese diálogo abierto, sincero y directo que se necesita entre el Gobierno de España y el Govern de la Generalitat del cual ustedes forman parte. Ojalá a partir del próximo 9 de julio podamos emprender un camino que restañe muchas de las heridas que durante estos últimos seis años, como consecuencia de la falta de criterio y de estrategia del anterior Gobierno, pues ha causado la fractura social que existe ahora mismo en Cataluña«. Y las llevó más lejos porque Rufián es Rufián, y Sánchez es el presidente del Gobierno.

Hoy leemos que Torra ha aprovechado una nueva invitación de alguna institución internacionalizadora para hacer los aspavientos habituales. Su séquito abucheó a Morenés cuando éste se atrevió a calificar la propaganda de Torra: mentiras. Torra se levantó, y sus acompañantes vociferaron, porque no están acostumbrados a que la cultura haya de someterse a la tiranía de la comprobación. Y lo de Torra era cultura. En eso consistía la invitación, al fin y al cabo. El Folklife Festival, del Smithsonian, regala a Torra diez días para que dé a conocer la cultura catalana. Y la cultura catalana oficial, hoy, se limita a articular «presos políticos», «exiliados» y «represión contra Cataluña». La cultura catalana es hoy, en resumen, una fantástica colección de mentiras. Desde el integrador «un solo pueblo» a las acusaciones contra España y su Gobierno.
Si Morenés no hubiera intervenido, Torra habría podido mentir plácidamente, arropado por una institución cultural.

Esa misma institución cultural invitó hace dos años a «los vascos». [¿Hay algo en la cultura popular que no sea mentira? ¿Es falsable la folklife?]
En esta página web se anunciaba el evento y se mostraban algunas de las actividades. La organización contaba con el apoyo del Gobierno vasco y de las tres diputaciones, puesto que, como decían en esa web, la ocasión es única y singular y la cultura y el País de los Vascos difícilmente podrán disponer por mucho tiempo de un escaparate tan excepcional para dar a conocer su pasado, presente y futuro.

Éstas eran algunas de las secciones en las que se daban a conocer los hechos diferenciales de los auténticos vascos.

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También había una sección dedicada al cine vasco. Una película había sido elegida para acompañar una charla de un abogado vasco-americano, Mark Bieter, sobre la historia reciente del País Vasco.
La película era Asier ETA biok. Si la tradujéramos al castellano, sería Asier y yo. Pero no sería una buena traducción, porque la película se llama Asier ETA biok y no Asier eta biok.
Ese «ETA» remite primeramente a la banda terrorista. Pero también remite a una práctica habitual entre simpatizantes de ETA. En las comunicaciones escritas informales -Whatsapp, por ejemplo-, no es extraño que para decir «y» en euskera se escriba «ETA» en lugar de «eta».
Así que la conjunción del título de la película remite a la banda terrorista y a una manera autóctona de relacionarse con la banda terrorista.

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La película intenta, entre otras cosas, hacer entender a los amigos del autor en Madrid cómo es posible tener un amigo etarra, y qué puede llevar a alguien a integrarse en ETA. En algunas de las noticias sobre la película se habla de «conflicto vasco» y de «compromiso político» -para referirse al amigo que entra en ETA-, del afecto como elemento central de la película y de cómo, a pesar de «que a algún sector del público le resultará intolerable», el objetivo de la película es «que se hable del asunto, que se dialogue sobre un conflicto traumático y la tensa gestión de un cambio de estrategia».

En la crítica de El País se señala una de las escenas principales de la película: un homenaje a un etarra en el que se lanzan vivas a ETA.

Esto es lo que se eligió en la sección de cine vasco en Washington, en el Folklife Festival, hace un par de años. Con el apoyo del Gobierno y las diputaciones vascas, y bajo el paraguas de la cultura, que suele gotear siempre por el mismo lado.

Hay otra escena destacada en el artículo de El País. El amigo esboza una especie de pregunta amagada, porque el respeto es lo primero, al etarra: si participó en algún asesinato («delitos de sangre»). El etarra contesta: «¿Acaso importa?».

Y tienen, culturalmente, razón.

Intuición y observación

Hace unos días estábamos viendo una serie en casa. El apocalipsis zombie se ha producido, y un grupo de supervivientes llega a un enclave que parece ser el último refugio de la civilización. Después de cuatro temporadas es evidente que la cosa va a acabar mal. Pero la cuestión es que el enclave sí parece civilizado. Se supone que otros miembros del grupo han llegado antes, pero no los vemos. Uno de los líderes de la comunidad les muestra el refugio. Parece gente normal, y si hubieran querido matarlos ya lo habrían hecho. Y entonces llega esta escena.

 

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Nos miramos, no decimos nada, y se confirma la sospecha: la cosa va a acabar mal. Lo interesante del asunto es que los dos llegamos a la misma conclusión por vías muy distintas. Paramos el capítulo.

– ¿Te has fijado?

– Sí. Son caníbales.

La cuestión es que ella se ha fijado en los detalles. Hay efectos personales del grupo que había llegado previamente, del que aún no sabíamos nada. Una ballesta, una chaqueta, un uniforme con refuerzo, repartidos entre varios miembros de la comunidad. Tengo que retroceder la escena para darme cuenta, y estoy seguro de que se me escapan dos o tres.
En cambio, yo digo «son caníbales», y ya. Convencido. No hay ninguna evidencia. La mujer de la escena está sirviendo un guiso*, y uno de los miembros de la comunidad les acerca un plato. De alguna manera, la cara de la mujer y el hecho de que esté guisando algo hacen que se me presente la idea. Son caníbales. Y no es una sospecha.

Mediante la observación ella sabe que algo va mal. Los otros personajes habían llegado al refugio, y no se habrían desprendido de esos objetos voluntariamente. Los han matado o los tienen secuestrados. No hay otra explicación. Bueno, en realidad hay muchísimas explicaciones, pero ésta parece la más probable. Así que ese «sabe» tiene que ser manejado con precaución. Como todo el conocimiento humano, por otra parte.

Mediante la intuición… bien, en primer lugar, ¿qué es eso a lo que llamamos «intuición»? La definición común es muy vaga. Una idea que se nos presenta. ¿Que se nos presenta cómo? El concepto da pie a la introducción de elementos espiritualistas. «Una revelación». Pero esa idea, como todas las demás, no nos llega del aire. No nos llega gracias a una Inteligencia infinita, sea ésta externa o interna. No es algo que captamos directamente. Ha de ser necesariamente el producto de una serie de ideas e impresiones previas. De la experiencia, al fin y al cabo. Y sé que estoy manejando estos conceptos de manera muy imprecisa. La idea que se nos presenta súbitamente, la intuición, es producto de nuestra mente. Desconozco qué es lo que sucede ahí dentro. Pero sé que no es azar -nada lo es-, y que no se explica mediante el recurso a lo espiritual.

Así que, de algún modo, experiencias previas me llevan a pensar que esas personas son caníbales. No ha habido nada que lo indique claramente. Es sólo un guiso, es sólo un plato, y es sólo una señora removiendo el guiso. ¿Qué es lo que conecta los puntos? No he conocido muchos caníbales en mi vida -salgo poco del pueblo- así que lo más probable es que la experiencia previa provenga de la ficción. No recuerdo ninguna otra serie, ni cómic ni novela en la que ocurriera algo parecido. Pero ahí está lo curioso del asunto. No hace falta. Ese proceso no es consciente, no sabemos cómo se conectan los puntos. No distinguimos cuáles son las experiencias que conectan con lo que estamos viendo en un momento concreto. Pero la conexión se da, independientemente de que la veamos. O mejor dicho, la conexión se da, y el hecho de que no la veamos es lo que hace que llamemos a eso «intuición».

Evidentemente, la intuición no es un conocimiento fiable. Tal vez ni siquiera se pueda decir que sea conocimiento. Pero la utilizamos a diario. O partimos de ella. Tenemos, por ejemplo, «intuiciones filosóficas«. Creemos en el libre albedrío o por el contrario somos deterministas. Podemos leer al respecto, incluso textos que presenten evidencias en contra de nuestra intuición. Pero difícilmente la cambiaremos.

En cualquier caso, nos estamos metiendo en aguas profundas y yo sólo quería hablar de esa escena. Acerté. Eran caníbales. Pero no lo sabía. Otras veces, mientras vemos una película, digo «ése, ése es el asesino». Sí, formo parte de ese colectivo de seres molestos. O suelto la frase que van a decir. Suelo acertar. Pero seguramente tendrá que ver con estructuras que se repiten en la mayoría de los guiones, así que no serviría de nada en la vida real.

En resumen: si el apocalipsis zombie se produjera, haría bien en confiar en la observación.


 

* No era un guiso, sino una barbacoa.

Walter White, Phineas Gage y la responsabilidad moral

 

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Ayer volví a escribir sobre Breaking Bad, a pesar de que éste no es un blog de series. El tema en el que me centré fue el mismo que ha ocupado buena parte de todos los posts que he publicado hasta ahora: los límites de la libertad, y, por lo tanto, los de la responsabilidad.

Si has llegado hasta aquí significa que o bien has visto la serie, o bien no tienes intención de verla. En caso de que aún no la hayas terminado, no sigas. Ya sabes, spoilers. Fin de los avisos.

 

Como decía, ya escribí en otra ocasión sobre la catadura moral de Walter White. Ayer, mientras se adivinaba el desenlace, no podía dejar de sentir cierta lástima por él. Y antes incluso de llegar al último capítulo se me ocurrió una idea que influyó notablemente en mi juicio definitivo sobre el protagonista. ¿Y si Walter White fuera simplemente otro Phineas Gage?

Phineas Gage, que por el nombre perfectamente podría haber sido el archienemigo de Sherlock Holmes, fue un trabajador del ferrocarril que sufrió un accidente grave -una barra metálica atravesó su cerebro- y, en lugar de morir, se convirtió en uno de los casos más citados en la historia de la Psicología. Aquí la referencia básica  obligada, para quien no lo conozca, y aquí unos cuantos matices a todo lo que creemos saber sobre el caso.

Lo importante en este asunto es que las lesiones cerebrales hicieron que la personalidad de P. Gage cambiase drásticamente. De ser una persona equilibrada, pasó a convertirse en alguien irascible, agresivo y falto de voluntad. Se transformó en otra persona. Tal vez el caso se haya exagerado un poco, y ciertamente es difícil comprobar cuánto hay de cierto en ello porque no está suficientemente documentado. Pero algunas investigaciones posteriores de Damasio con otros pacientes parecen aportar datos que confirman las volátiles hipótesis surgidas a partir de Gage. Efectivamente, las lesiones en determinadas zonas del cerebro afectan a la conducta. Y no se trata simplemente de pequeñas modificaciones. No estamos hablando de que alguien pase a tomar el café con dos terrones de azúcar en lugar de uno. Hablamos de modificaciones importantes como, por ejemplo, desarrollar tendencias pedófilas previamente inexistentes. Es decir, alteraciones con implicaciones éticas. Pónganse en situación: un profesor de primaria de Virginia comenzó a exhibir tendencias pedófilas. Nunca antes lo había hecho. Poco antes de entrar en prisión, se queja de unos dolores de cabeza muy fuertes. Acude al hospital, y le detectan un tumor de tamaño considerable situado en el cerebro. Los médicos extirpan el tumor y, mágicamente, las tendencias pedófilas desaparecen. Al cabo de un año, por si alguien piensa que se trata de una simple coincidencia, el tumor reaparece. Y con él, las obsesiones pedófilas.

El problema es que no hay nada mágico en ello. Pocos comportamientos suscitan tanta aversión como la pederastia. Y hay buenas razones para esa aversión, claro. Pues bien, si en el caso mencionado la pederastia aparece y desaparece con un tumor, podemos aventurar ciertas implicaciones «molestas». No diré que no hay responsabilidad en las acciones del paciente, pero sí que, al menos, habrá que contemplar la posibilidad de que no haya nada realmente libre tras esas acciones. Y, si no hay libertad…

¿Y por qué iban a ser «molestas», con comillas? ¿No es siempre mejor conocer realmente lo que hay detrás de cada hecho? Es posible, pero hay que tener en cuenta la necesidad de cierre, la necesidad de poder culpar a alguien. Si hay pobreza, tiene que haber un culpable. Si hay violencia doméstica, tiene que haber un culpable. En cualquier caso, además, no basta con «un» culpable concreto, individual. Tiene que ser un culpable simbólico. Los Illuminati, el patriarcado, Disney… Un culpable claro, directo, nada de factores diversos y causas complejas. Algunos llevan esa necesidad de atribuir culpas incluso a los desastres naturales. Chávez lo hizo tras el terremoto de Haití… aunque puede que no. El proyecto HAARP, ya saben.

But I digress, como siempre. Estábamos hablando de las lesiones cerebrales, de las implicaciones en el libre albedrío, y de la responsabilidad. Y habíamos empezado con Walter White. ¿Y si Walter White fuera otro Phineas Gage, decía? ¿Y si el incomprensible cambio que se produce en el bonachón profesor de Química fuera el resultado de un tumor cerebral? Ya sé que la hipótesis no se sostiene. Seguramente habría sido detectado mientras examinaban el cáncer de pulmón. Pero sería una explicación totalmente válida. Y por lo tanto, mi juicio previo sobre el protagonista de la serie habría sido precipitado. Injusto. Al fin y al cabo, Walter White seguía siendo el mismo, aunque un tumor afectase a su conducta. Seguía siendo el mismo… Ahí aparece la ilusión del Yo. ¿Dónde estaría exactamente ese él mismo? ¿Por qué sólo cuando comienza a experimentar cambios en la conducta decimos que ha dejado de ser él mismo? Es cierto que hay una continuidad mayor en el Walter White equilibrado, y que el otro Walter White no sería más que el resultado de un accidente, de una anomalía. Pero no olvidemos que ambos serían el resultado de unos sucesos, unas combinaciones, que escapan a su control. No es más normal, más auténtico, el primero de ellos. Pero en fin, de nuevo estamos en una cuestión diferente. No estábamos hablando del esquivo concepto del Yo, sino de Walter White y de la responsabilidad.

Cuando deja morir a la novia de Jesse, cuando envenena a Brock, cuando permite que Todd se salga con la suya tras matar al crío de la araña… en todos esos momentos, parece que White era incapaz de sentir empatía. No sufre remordimientos. En el fondo nos gustaría que no fuera nada más que el resultado de una degeneración moral. O, al menos, nos gustaría que en el fondo siempre hubiera sido así, y que en el transcurso de la historia hubiera ido saliendo su verdadero yo. Tendríamos nuestros dos minutos de odio. Pero si realmente se trata de algo más complejo…

Hay un por lo tanto dos párrafos más arriba en el que se encierra un dilema moral de difícil manejo. Hablábamos de implicaciones molestas. Y es que, si aceptamos que la conducta se ve afectada por lesiones cerebrales,  y que algunas de estas lesiones crean comportamientos que no se pueden controlar, el libre albedrío y la libertad sufren un duro revés. Y no hay responsabilidad sin libertad. Como decíamos, un por lo tanto que no siempre se asume.

Por no salirnos de la ficción, pensemos en Darth Vader. En Ozymandias. En el Joker. En Joffrey Baratheon. En Jack Torrance. Si pensamos que cuando destruyen Alderaan, o Manhattan, o a Barbara Gordon, en el fondo no pueden hacer otra cosa… Si pensamos que la crueldad de Joffrey o el arrebato homicida de Jack Torrance son consecuencia de una lesión cerebral, ¿afectaría a nuestro juicio sobre ellos? Más aún. Todos esos ejemplos son sólo ficción. Pensemos en Heydrich. En Eichmann. En Videla. En Mugabe. En Sadam Hussein. En Pol Pot. No son ficción, pero intentamos sacarlos de la realidad diciendo que son inhumanos. ¿Y si todas sus atrocidades pudieran ser explicadas por una lesión cerebral?

La mera idea de que todos esos asesinos -monstruos, diríamos, de nuevo en un intento de separarlos de nosotros- no fueran nada más que enfermos mentales sin capacidad de resistirse a sus impulsos, es extremadamente incómoda. Habría que apartarlos de la sociedad, claro, pero no habría culpa en ellos. Si, insisto, no pudieran resistirse a esos impulsos.

Algo que no está demostrado… afortunadamente.

(Y por cierto, Lenin, Stalin y el Che Guevara no están en el mismo grupo que el Joker. Sus crímenes fueron reales, a pesar de que algunos, aquí y allí, aún no se hayan enterado.)

OBRAS MENCIONADAS:

1984

Watchmen

Batman The Killing Joke

 

La miseria moral de Walter White.

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***¡OJO, SPOILERS!***

Aún no he terminado la última temporada de Breaking Bad, pero ya puedo afirmar que Walter White es el personaje más miserable, mezquino y abyecto que ha habido en la historia de la televisión. Y cuando digo televisión quiero decir mi televisión, así que no, no he cubierto todo el campo de estudio. Pero da igual. Estoy seguro de que lo es.

¿Y qué es lo que convierte a WW en un sujeto tan miserable? Ha matado, directa e indirectamente, y se dedica a una labor, digamos, poco edificante. Pero eso mismo hacían Avon Barksdale y Stringer Bell, y en cambio jamás despertaron ese grado de antipatía. Tal vez el bueno de Stringer, hacia el final, pero ni siquiera. Simplemente tenía una visión diferente del mundo del hampa. Por no salirnos de The Wire, habría que mencionar a Marlo Stanfield. Sí, era muy malo. Tal vez el único integralmente malo de toda la serie. Pero «sólo» era eso, un jugador sin código moral… que no pretendía tener código alguno. A Omar no hace falta ni mencionarlo, claro. No comparto la adoración que recibe mayoritariamente, pero es un buen tipo.

Alguien puede estar pensando en Tony Soprano. Hombre de familia, con hijos y una relación compleja con su mujer, sin escrúpulos. En principio parece tener muchos puntos en común con Walter White… pero no. Tony Soprano es el epítome del cabrón carismático. Ya hablé de él en otro sitio, por si os interesa echarle un vistazo.

¿Quién nos queda? ¿Quién podría igualar el grado de miseria moral de Walter White? Nadie. Al menos en el mundo de las series de TV. Ha habido traidores en la ficción, sí. Fredo, cómo no, el ejemplo más claro. Ha habido manipuladores como Francis Urquhart, de quien Frank Underwood es mera copia. Y Ozymandias, el peor villano de la historia de los comics. El villano que se cree héroe, salvador, padre. Pero ya tenemos a Stalin. Asesinos en serie, torturadores, tiranos… demasiado grandes, demasiado lejanos.

Walter White es diferente. Me he preguntado por qué unas cuántas veces. Qué es lo que me resulta tan desagradable en el que era un tipo directo, resignado y protector en la primera temporada. Un profesor de instituto consciente de su mediocridad, de su inteligencia malgastada, que se resiste a ser una carga para su familia. Y creo que sé lo que es, pero me parece insuficiente. No puede ser simplemente la mentira. Pero no encuentro otra explicación. Walter White miente, a todo el mundo. Y miente únicamente para protegerse. Miente a su mujer, a su hijo, a su cuñado. Peor aún, miente a Jesse. Lo peor no es que deje morir a Jane, sino que le mienta. A Jesse, su «socio».  Para protegerse a sí mismo, claro. Y hacia el final, cuando le dice que Mike está vivo, sospecho que da un paso más. Ya no se conforma con mentir, sino que posiblemente sabe que Jesse no le cree. No es una mentira, sino una patada a la verdad. Una negación consciente de lo real, por decirlo de algún modo, en la que introduce a Jesse. Y mientras lo hace no se percibe el menor asomo de… ¿de qué? Arrepentimiento, remordimiento, duda… no, no se trata de eso. Es algo más, pero aún no soy capaz de explicarlo.

Walter White mata, sí, pero no es ése su mayor crimen. Tampoco estoy seguro de que sea, simplemente, mentir. Eso sería un exceso kantiano. Sé que tiene algo que ver con Jesse. De todas las traiciones que comete, ésa es la peor.  Jesse viene de ser un yonki, y probablemente acabe volviendo allí. Pero en el camino desarrolla algo que no se puede permitir un asesino: conciencia. Ahora mismo es lo más cercano a Raskolnikov que ha producido la ficción televisiva. La muerte de Drew Sharp ha sido demasiado. Mucho peor que la de Gale, a pesar de que en la del niño asiste como «simple» espectador.

Pero nunca se es mero espectador de un crimen, claro. Se es cómplice. Y, mientras Jesse se atormenta, Walter silba. Es ese silbido lo que mejor resume el personaje de Walter White. La ausencia total de empatía, la incapacidad de entender el descenso a los infiernos al que está arrastrando a Jesse.

But I digress. Debo de ser la única persona a la que le gustó la primera temporada. No entendí las tres restantes, aunque ahora cobran sentido. Sólo espero que termine pronto. Que Jesse le dé un final a la altura. No de la serie, sino de ese mito llamado Justicia. Y si no es Jesse, entonces Hank. No necesité que McNulty atrapase a Avon, y tampoco que Avon venciera a Stringer. Marlo podría haber seguido reinando. Como el asesino de Zodiac. Incluso Liberty Valance era sólo ficción, pese a ser mucho más que eso. Walter White, extrañamente, tiene que caer. Posiblemente vuelva a este post dentro de un tiempo, y tal vez sepa por qué tenía que caer.

OBRAS MENCIONADAS:

¿Hay derecho a mentir?: (La polémica Inmanuel Kant – Benjamin Constant, sobre la existencia de un deber incondicionado de decir la verdad)

Watchmen

Hombres fuera de serie: De Los Soprano a The Wire y de Mad Men a Breaking Bad. Crónica de una revolución creativa

The Wire, Errata Naturae