Los nombres y la masacre de Ma’alot

 

En mayo de 1974 un grupo de terroristas palestinos entró en Israel atravesando la frontera con Líbano. Poco después los terroristas se cruzaron en el camino con un vehículo en el que viajaban ocho mujeres de la aldea árabe israelí de Fassuta. Uno de los terroristas hizo señales al conductor de la furgoneta para que se detuviera. El conductor, Fain Saad, desobedeció la orden y siguió conduciendo. Los terroristas abrieron fuego. Una de las mujeres murió al momento, y las demás sufrieron heridas graves. Una de ellas murió poco después. El conductor, también herido, consiguió alejar la furgoneta para que las mujeres pudieran escapar. Consiguió también conducir hasta una aldea cercana para avisar a la policía.

Los terroristas llegaron a Ma’alot de madrugada. Habían decidido tomar rehenes en la ciudad, y golpearon la puerta de un bloque de apartamentos. Al no recibir respuesta, entraron a la fuerza. No había nadie. En otro piso, el padre de una familia oyó ruidos y abrió la puerta. Los terroristas asesinaron al padre y a la madre, Yosef y Fortuna Cohen, y a su hijo de cuatro años, Eliahu.

El grupo continuó hacia la escuela primaria Netiv Meir. En el camino se encontraron con Yaakov Kadosh, un empleado del departamento de recogida de basura, al que preguntaron por la forma de llegar a la escuela. Los terroristas golpearon y dispararon a Kadosh y corrieron hacia la escuela, dando al trabajador por muerto. Afortunadamente sobrevivió al ataque.

Finalmente llegaron a Netiv Meir, donde dormían alumnos y profesores de un instituto de Safad, de excursión. Los terroristas entraron en la escuela en torno a las 4:00. Algunos alumnos consiguieron escapar saltando por las ventanas. También huyeron varios profesores. El resto, 85 alumnos y varios profesores, fueron tomados como rehenes. Por la mañana, los terroristas exigieron la liberación de varios prisioneros palestinos. Si no eran liberados antes de las 18:00, matarían a los rehenes. El parlamento de Israel pidió más tiempo para negociar, pero los terroristas no aceptaron la petición. Media hora antes de que se cumpliera el plazo, un grupo de la Sayeret Matkal comenzó el asalto. El líder del grupo terrorista se dirigió a la clase en la que estaban los rehenes y comenzó a disparar su AK-47 sobre los estudiantes. Recargó el arma varias veces. Finalmente recibió una ráfaga en la muñeca izquierda, y lanzó dos granadas contra un grupo de niñas que seguían en la clase.

Los tres terroristas eran miembros del Frente Democrático para la Liberación de Palestina.

Fortuna Cohen, Yosef Cohen y Eliahu Cohen, los padres y el niño de cuatro años; Ilana Turgeman, Rachel Aputa, Yocheved Mazoz, Sarah Ben-Shimon, Yona Sabag, Yafa Cohen, Shoshana Cohen, Michal Sitrok, Malka Amrosy, Aviva Saada, Yocheved Diyi, Yaakov Levi, Yaakov Kabla, Rina Cohen, Ilana Ne’eman, Sarah Madar, Tamar Dahan, Sarah Sofer, Lilly Morad, David Madar, Yehudit Madar, Sylvan Zerach, son los nombres de algunas de las víctimas del comando terrorista.

Y éstos son los nombres de quienes han firmado un manifiesto contra la islamofobia, las guerras y el terrorismo junto con el Frente Democrático para la Liberación de Palestina, que perpetró la masacre de Ma’alot:

Ada Colau, alcaldesa de Barcelona. José María González «Kichi», alcalde de Cádiz. Pedro Santisteve, alcalde de Zaragoza. Pedro del Cura, alcalde de Rivas Vaciamadrid. Xulio Ferreiro, alcalde de La Coruña. Gerardo Pisarello, primer teniente de alcalde del Ayuntamiento de Barcelona. Javier Couso, eurodiputado. Pilar Bardem, Carlos Bardem, Alberto San Juan, Aitana Sánchez Gijón, Emma Suárez, Juan Diego Botto, Montxo Armendáriz, Antonio de la Torre, Andrés Lima, Pepe Viyuela, Belén Gopegui, Isaac Rosa, El Gran Wyoming.

 

  • Me he enterado de la noticia esta mañana, en okdiario

 

Henning Mankell y la traducción al hebreo

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Hace unos días falleció Henning Mankell. Creo que ya sabía que estaba enfermo, pero no estoy seguro. Tal vez por eso la noticia no me afectó demasiado, a pesar de que durante varios años las novelas de Wallander fueron casi una liturgia familiar. Leí las siete primeras, y no sabría decir cuál me gustó más. Tampoco sé por qué tendría que decirlo. Recuerdo el asesinato de unos ancianos, una novia en Riga, el malo ridículo de El Hombre Sonriente, que me hace recordar Justicia, de Dürrenmatt, la chica que se quema a lo bonzo en un campo, el chico que se disfraza de indio, la hija, y una trama en la que la ornitología era importante. Y Malmoe, Ystad, las series de TV, y que al principio, la cara del inspector mientras leía era la de Josh Lyman, porque por aquella época también estábamos viendo El Ala Oeste y yo qué sé qué asociaciones hacía mi cerebro.

Leí la octava, Cortafuegos, y lo dejé.

Tiempo después -no sé cuánto- Philip Kerr sustituyó a Mankell, y Bernie Gunther a Wallander. La serie del escocés me gusta bastante más que la del sueco. Y no sé por qué tenía que decirlo.

En cualquier caso, no suelo hablar de estas cosas. Nunca he sabido escribir reseñas. A lo mejor tiene algo que ver el hecho de que tampoco se me ha dado bien emitir opiniones sobre obras literarias. Me ha gustado o no, me acuerdo más o menos. Y poco más. No sabría qué decir sobre Moby Dick, El guardián entre el centeno, Ellroy, El libro de la selva, Borges o Chesterton. Todos los leí cuando era joven o muy joven, y ahí debe de estar la clave. Si hubiera leído otros libros, estaría citando ésos. Y es posible que yo fuera diferente.

Por esto no me gusta escribir reseñas, o hablar de libros y películas. Porque siempre acabo hablando de mí mismo. Como siempre, por otra parte. Pero aquí es más evidente.

Así que si estoy escribiendo hoy sobre Mankell no es por sus libros, ni para hacer un breve resumen de su obra. La razón es algo que leí el otro día en Twitter –la bolsa de la basura, dice hoy Espada– sobre la relación de Mankell con Israel. Alguien dijo que el autor sueco había prohibido la traducción de sus obras al hebreo. Y me sonó bastante extraño, a pesar de que era bastante conocida su actividad antiisraelí. Por eso, pese a la extrañeza, me resultó verosímil. No es la mejor serie de novelas policiacas que he leído, pero las recordaba con aprecio, así que dediqué parte de esa tarde a ver si era verdad.

Y no, no era verdad. Mankell no prohibió la traducción de sus libros al hebreo. «Sólo» se lo planteó tras participar en una de las flotillas a Gaza. (Texto en castellano y en inglés)

6 p.m.

Quayside somewhere in Israel. I don’t know where. We are taken ashore and forced to run the gantlet of rows of soldiers while military TV films us. It suddenly hits me that this is something I shall never forgive them. At that moment, they are nothing more to my mind than pigs and bastards.

We are split up; no one is allowed to talk to anyone else. Suddenly a man from the Israeli Ministry for Foreign Affairs appears at my side. I realize he is there to make sure I am not treated too harshly. I am, after all, known as a writer in Israel. I’ve been translated into Hebrew. He asks if I need anything.

My freedom and everybody else’s,” I say.

He doesn’t answer. I ask him to go. He takes one step back. But he stays.

I admit to nothing, of course, and am told I am to be deported. The man who says this also says he rates my books highly. That makes me consider ensuring nothing I write is ever translated into Hebrew again. It is a thought that still has greater depths to plumb.

Es decir, que un tipo del Ministerio de Asuntos Exteriores de Israel le dice que le gustan sus libros, y eso basta para que se plantee prohibir la traducción al hebreo. Para que no pueda leerlos ni él ni el resto de israelíes, supongo. Al menos, no en hebreo.

Después de escribir eso, parece que se tranquilizó, y no se supo nada más del asunto. Quedó en una reflexión. Ni siquiera un amago. Así que no prohibió que sus libros fueran traducidos. Pero descubrí un par de cosas que no conocía.

Por ejemplo, que a Mankell los atentados del 11 de Septiembre no le sorprendieron. Era lo que esperaba, no sólo en el sentido de que lo viera venir, sino también en el sentido de que era comprensible. Y ese «comprensible», claro, está en la frontera de lo «justificable», separado por la habitual adversativa. (Artículo en The Guardian)

This is the first suicide bomber in Scandinavia and I am surprised that so many are – surprised. It reminds me of when the passenger jets crashed into the towers in New York. I never understood the surprise that followed. Wasn’t this exactly what we had expected? A situation where the extreme, the desperate and the furious attacked the western world that for so long had humiliated Muslim countries. An attack that would be understandable but nevertheless wrong and worthy of condemnation.

Mankell no se queda ahí. En 2009 participó en el Festival de Literatura de Palestina, y publicó en Aftonbladet un artículo en el que relataba su experiencia. El grado máximo de abyección lo consigue en este párrafo:

Is it strange that some of them in pure desperation, when they cannot see any other way out, decide to become suicide bombers? Not really? Maybe it is strange that there are not more of them.

Antes había comparado la situación en Palestina con el apartheid sudafricano. Y en el mismo párrafo dice que el muro evitará ataques en el futuro, pero correrá el mismo destino que el Muro de Berlín. No sé si para Mankell la caída del muro que evita más ataques suicidas sería motivo de alegría. No lo dice.

Sí dice que la única solución al conflicto es la desaparición del Estado de Israel. Ni siquiera la solución de los dos Estados, sino simplemente la desaparición de Israel y la creación del Estado palestino, en el que tendrán que vivir todos los «israelíes». También dice que no vio antisemitismo durante su viaje. Tan sólo odio –normal y comprensible– de los palestinos contra los ocupantes.

Como lo del 11-S, pero más bestia.

When change is coming, each Israeli has to decide for him- or herself if he or she is prepared to give up their privileges and live in a Palestinian state. During my trip, I met no anti-Semitism. What I did see was hatred against the occupants that is completely normal and understandable. To keep these two things separate is crucial.

Henning Mankell murió el 5 de Octubre de 2015. Ese mismo día fueron detenidos los autores del asesinato de Eitam y Naama Henkin. Los asesinos acribillaron el coche del matrimonio israelí, en el que también viajaban sus cuatro hijos, que resultaron heridos. Los asesinos, al parecer, pertenecen a Hamas. Hamas no sólo es una organización terrorista. También representa políticamente a algunos palestinos.

Además de ese atentado, durante los últimos días se han sucedido los ataques de palestinos a israelíes. Apuñalamientos, piedras, atropellos. Varias víctimas mortales. No es antisemitismo, diría Mankell. Sólo «odio contra los ocupantes, completamente normal y comprensible».

Eso sí, jamás prohibió que sus obras fueran traducidas al hebreo.

El que se arrepiente de lo que ha hecho. (Matisyahu y Sunsplash, II)

arrepentimiento LIV

Esta tarde mientras volvía a casa me enteraba de que los responsables del Rototom Sunsplash habían rectificado y pedían disculpas -ofrecían, en todo caso, pero ésta es otra batalla perdida- a Matisyahu, a quien habían intentado humillar públicamente unos días antes. Incluso invitaban al cantante a actuar en el festival, recuperando la fecha que habían programado antes del veto.

Qué bien, he pensado. Al menos han rectificado. Pero me ha durado poco la satisfacción. Me suele pasar con los arrepentimientos de este tipo. E imagino que será por lo que decía Spinoza sobre el arrepentimiento. Que, por otra parte, es muy poco.

El arrepentimiento no es una virtud, o sea, no nace de la razón; el que se arrepiente de lo que ha hecho es doblemente miserable o impotente.

No es que el arrepentimiento sea malo. Es que no existe tal cosa. Arrepentirse no es más que desear no haber hecho algo, volver al estado en el que nos encontrábamos antes de cometer ese acto. Y sabemos, o deberíamos saber, que eso es imposible. No hay manera de borrar lo que hemos hecho, sea bueno o malo. Así que el arrepentimiento es un acto estéril. El privado. El público es algo peor. El arrepentimiento público es un acto miserable. Tanto más miserable cuanto peor sea el acto cometido. Es una puesta en escena -prestidigitación, ilusionismo- cuyo objetivo es borrar el acto, si el público consiente. Y el público suele consentir. El arrepentimiento, nos decimos, si es sincero ha de tener recompensa. Y como por arte de magia la sinceridad borra el hecho, devuelve al actor al momento previo, lo redime. No es que haya resonancias teológicas. Es que el arrepentimiento es un concepto puramente teológico. Fuera de ese ámbito, como decía, no tiene sentido.

Hace unos meses hubo una ocasión inmejorable para reflexionar sobre el significado del arrepentimiento. Iñaki Rekarte, etarra condenado por el asesinato de tres personas, se paseó durante varios días por redacciones y estudios de televisión para mostrar públicamente su arrepentimiento. Y para hablar del amor y de lo difícil que le resultaba perdonarse a sí mismo. Esas palabras, la presencia del etarra en los medios e incluso el mismo perseverar en su ser encerraban una contradicción. O así me lo parecía. Y estamos, lo reconozco, ante un caso de entendimiento particular. No entendía cómo un asesino se dedicaba a airear su arrepentimiento junto con otras confesiones sentimentales privadas. Y en realidad era bastante fácil entenderlo. El arrepentimiento era otra confesión sentimental. Sin carácter performativo, claro. Ésa es la esencia del asunto. Suponemos que el arrepentimiento es performativo, cuando no es más que enunciación vacía. Arrepentirse en público es una contradicción. El arrepentimiento real, si existe, debería ser siempre privado. Y en un caso como el del asesino de tres personas debería consistir únicamente en la eliminación de ese esfuerzo por perseverar en el ser. Es decir, suicidio. O desaparición, para aquellos a quienes les tiemble el pulso. Justo lo contrario de ese ejercicio de sentimentalismo al que Rekarte y sus cómplices se lanzaron.

Pero estábamos hablando del trato vergonzoso que Rototom Sunsplash dispensó a un artista al que habían invitado, y nos hemos ido al suicidio y a un etarra. Lo de los responsables de este festival no fue para tanto. Únicamente consideraron que, como Matisyahu era judío, debía pasar un test de idoneidad. Había que ver si comía tocino. Y además, dicen, actuaron coaccionados. No sé hasta qué punto llegó esa coacción. A lo mejor el BDS escribió el comunicado que publicó el director del festival en su cuenta de Facebook. En ese comunicado –Mi punto de vista– decía que se habían encontrado entre dos extremismos. El del BDS, conocido, y el de Matisyahu, que consistió en no querer participar en la humillación pública a la que habían intentado someterle. La deliciosa equidistancia.

Así que el Rototom Sunsplash pide disculpas por su equivocación, fruto del boicot y de la campaña de presiones, amenazas y coacciones promovidas por BDS País Valencià, y vuelve a invitar al artista vetado. Y a lo mejor hay que felicitarse por ello, en lugar de enredarse con Spinoza y el arrepentimiento. Es cierto que podrían haber aprovechado para denunciar pública y contundentemente al BDS (todas sus campañas, no sólo ésta) y el antisemitismo cobarde en el que cayeron. Pero ay, el conatus.

P.S. Ya han pasado varios días desde que ocurrió, y finalmente Matisyahu actuó en el festival. Al margen de esto último, creo en el fondo que sí hubo una especie de victoria en la denuncia contra los organizadores del Rototom Sunsplash. Sirvió, al menos, para desenmascarar el movimiento BDS, y para afear la conducta a quienes se han plegado -y se seguirán plegando, no seamos ilusos- a sus campañas antisemitas. El texto que escribí me pareció inapropiado en la segunda relectura. Puede que por la inclusión del párrafo sobre Rekarte, o puede que por la exageración en torno al arrepentimiento. En cualquier caso, ahí queda.

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Rototom Sunsplash es un festival de música reggae que se celebra en Benicassim. Hasta hace unos días era uno más de los cientos de festivales veraniegos, pero recientemente ha aparecido en los medios debido a la cancelación del concierto de un músico por presiones de un grupo de activistas.

El músico es Matisyahu. Americano, y judío. Y el grupo que inició la campaña, el BDS valenciano. BDS es Boicot, Desinversiones y Sanciones. Contra Israel, suelen decir. No contra los judíos. Anti-sionistas, no antisemitas. Pero se da la circunstancia de que Matisyahu no es israelí. Es judío, «sólo». Y en teoría ellos no tienen nada contra los judíos por el hecho de ser judíos, sino por israelíes. Así que los organizadores del festival, preocupados al ver cómo se comenzaban a producir cancelaciones de artistas y ponentes invitados, dieron con la manera de contentar al BDS manteniendo al mismo tiempo su exquisito respeto por la tolerancia y la libertad de expresión: nada menos que obligar a Matisyahu a pasar un litmus test de idoneidad política/racial. Pese a que nunca había expresado opiniones políticas en sus letras, quién sabe lo que podía esconder esa cabeza judía. El director del festival pidió al artista judío (o hebreo, como recogen todos los medios españoles) una declaración en la que manifestase el derecho de los palestinos a tener su propio Estado, y el rechazo a todas la guerras. Matisyahu no respondió, y ésa fue la excusa para ceder ante las presiones del BDS. Aunque desde la dirección del festival niegan que hayan cedido.

Evidentemente, a Matisyahu, y sólo a Matisyahu, le piden que conteste a esa pregunta. Y le preguntan sólo a él porque es judío. Si eres un artista y no eres judío, puedes pasar. Ahora bien, si eres judío tienes que manifestar públicamente tu rechazo a Israel. Y podría llevarse un paso más allá. Ya ha quedado claro que el público puede sentirse incómodo ante la presencia de un músico judío, y que obligarles -sólo a ellos- a pasar un test político se acoge con total normalidad en España. Pero también podría generar malestar que entre los asistentes hubiera judíos bailando. Y como la logística necesaria para preguntar a todo el público es complicada, sería un buen gesto que todos los judíos, si los hubiere, mostrasen de alguna manera su judeidad. Un brazalete, una estrella amarilla, algo así. Para que no haya «desencuentro, incomprensión, intolerancia e intransigencia». Es decir, para que no haya judíos.

La abyección moral de la que nacen todas estas actitudes antisemitas de nuevo cuño -un antisemitismo ligero: cómplice, cobarde y con buena conciencia- queda perfectamente retratada en este comunicado del director del festival.

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ACTUALIZACIÓN:

Ésta es la respuesta de Matisyahu.

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La constatación de un fracaso.

Ser profesor el 27 de enero es constatar un fracaso. Que en realidad son varios. Es el día oficial de conmemoración en memoria de las víctimas del Holocausto. Y en la irrelevancia con la que se recibe esa fecha se encuentra ya el primero de los fracasos. Es un fracaso; y aun así, es liberador. Al menos queda a salvo de la viscosidad de los mensajes prefabricados con los que se envuelven otras fechas oficiales.

Pero no es ése el peor fracaso. El peor, el que de verdad duele, es el que constata la imposibilidad de anular esa irrelevancia. Es el fracaso exclusivo del profesor que se impone como deber explicárselo a los alumnos, y que se tiene que enfrentar a la inevitable derrota en su apuesta contra el olvido. Cincuenta minutos dedicados a explicar lo que tal vez no pueda ser explicado. Cincuenta minutos que quedarán de alguna manera en el recuerdo de ¿tres? ¿dos? alumnos interesados, y que se borrarán en los primeros cinco minutos del recreo.

Hasta hoy pensaba que lo realmente difícil sería explicarlo sin caer en los errores habituales. Especialmente, en la adjetivación plana. Pensaba que la clase se dirigiría muy pronto a los tópicos y a las calificaciones apresuradas y sentimentales. No ha sido así. En algunos casos todo ha terminado muy pronto. “Es muy pesimista, muy plof, muy bajonero”. Y a primera hora, además. Posiblemente habrían preferido el testimonio directo de un superviviente. Por la cosa de lo exótico. La anécdota que envuelve la confesión de una vida inexplicable.

“Es la distancia”, me han ofrecido como explicación en dos conversaciones diferentes. Han pasado muchos años, no les impacta, les queda muy lejos. Y no sé si será así. Sospecho que no. Pero da lo mismo. No se trata ya del fracaso de no poder explicarlo. Se trata de la certeza de que no hay nadie a quien explicárselo. La certeza de que ésta, también, es una batalla perdida.

Pero a pesar de eso, habrá que seguir recordándolo. No para evitar que vuelva a repetirse, ni para que lo aprendan los más jóvenes; no somos tan ingenuos. Habrá que recordarlo, sencillamente, porque es lo único que podemos hacer.

La equidistancia europea

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Ceguera voluntaria, retórica buenista y el mal del académico que contempla desde su torre de marfil. Los tres ingredientes principales de la equidistancia suicida a la que hace ya tiempo se entregó la sociedad europea. Equidistancia como norma, y especialmente ante cualquier conflicto en el que haya víctimas y terroristas. “Es un problema muy complejo y profundo” como coartada para la renuncia a tomar partido. Lo he visto aquí, con el terrorismo de ETA. El primer mecanismo, el más eficaz, es no hablar de ello. La ceguera voluntaria. A veces daba la impresión de que el terrorismo etarra era algo que ocurría en otra parte. Madrid, seguramente, a juzgar por la cantidad de columnas, tertulias y portadas. Sigue leyendo «La equidistancia europea»

La última patria afectiva

 

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Jamás he dicho con orgullo ‘Soy español’. Ni siquiera tras el Mundial de Sudáfrica. Tampoco lo he dicho nunca con vergüenza. Sencillamente, no he sentido ninguna vinculación afectiva hacia esa condición. Lo soy, nunca lo he negado, y nunca he tenido motivos para hacerlo. A pesar de que también soy vasco. O tal vez precisamente por ello. Sólo cuando han intentado convencerme de la supuesta contradicción entre ambas condiciones he sentido algo parecido al orgullo por lo primero. Una especie de postura desafiante, no en defensa de la españolidad, sino contra la estupidez. También soy vasco, decía. Nacido en Bilbao. Y, del mismo modo, nunca me ha parecido que fuera motivo de orgullo. En cuanto a la vinculación afectiva, digamos que ni está ni se la espera. Hay muchas cosas que me hacen sentirme ajeno a las mitologías propias de esta tierra. La lengua, para empezar. Pero mejor lo dejamos ahí. Sencillamente, soy español, y soy vasco. De una manera aséptica, administrativa.

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Condenar la estética, perpetuar el mensaje

 

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Hay un residuo histórico en España, y en Europa, que muestra orgulloso la esvástica, la cruz gamada o la cabeza rapada. Se trata de una minoría a la que afortunadamente nadie defiende, salvo quien quiera suicidarse socialmente. No hay actores, escritores, periodistas o académicos entre ellos. No conocidos, al menos. Ver la esvástica o cualquier otro símbolo asociado a la estética nazi crea una sensación desagradable en quien lo observa, un rechazo unánime. Pero si algo ha quedado claro después de ver las concentraciones contra Israel, las columnas en prensa y las redes sociales en España durante estos últimos días, es que es únicamente la estética lo que causa rechazo. No es el mensaje antisemita del nazismo lo que repele y lo que se condena, sino sólo su imagen. Ni siquiera la retórica. Al contrario, la retórica antisemita tradicionalmente asociada a los círculos neonazis lleva ya tiempo asentada en buena parte de la sociedad europea.

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Genocidio ya no significa nada

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Mapa del Holocausto judío en Europa, 1939-1945. Muestra el porcentaje de muertos judíos de cada país al terminar la Segunda Guerra Mundial en relación a la población existente al inicio de las hostilidades.

 

Escribía recientemente José Sánchez Tortosa sobre la victoria póstuma del nazismo. Esto es, sobre la equiparación entre Israel y el Tercer Reich. Se trata de una victoria de esas que tanto gustan a cierta izquierda: virtual, anacrónica, meramente sentimentalista (me refiero a la victoria, no a la izquierda). Victorias que se producen cuando el enemigo -o el extraño amigo, en este caso- lleva ya muchos años formalmente enterrado. Pero si bien es hasta cierto punto comprensible que algunos quieran ganar en el S. XXI la Guerra Civil, la complicidad de la que muchos hacen gala a la hora de justificar o reivindicar el nazismo, aunque sea por vía indirecta, es algo más difícil de explicar.

Igualmente, será muy difícil explicar dentro de unos años qué es un genocidio, gracias a la ligereza con la que se usa el término hoy en día. Una de las justificaciones para equiparar a Israel con la Alemania nazi es la reiterada acusación de que está cometiendo un genocidio con los palestinos, acusación difundida no sólo por activistas corrientes sino especialmente por periodistas, académicos o escritores a lo largo de todo el mundo. Personas que, tal vez, deberían ser más prudentes a la hora de manejar las palabras. Es verdad que el concepto se presta a cierta confusión, debido a las posibles interpretaciones de su definición más aceptada. Ese ‘Se entenderá por “genocidio” cualquiera de los actos mencionados a continuación, perpetrados con la intención de destruir total o parcialmente a un grupo nacional, étnico, racial o religioso como tal’ suele estirarse hasta niveles absurdos, con tal de que nos sirva para calificar aquello que nos interesa. Para empezar, hablar de ‘destruir total o parcialmente’ no ayuda. La Shoá, el genocidio de los judíos perpetrado por los nazis, fue un objetivo en sí mismo, la eliminación total de los judíos mediante la Solución Final. Antes de eso se había producido la deshumanización del judío. El exterminio no era parte de una intervención militar, ni siquiera tenía como objetivo causar terror o mostrar al mundo de qué eran capaces, sino que se trataba de un objetivo en sí mismo. Y aquí reside una de las claves, en el como tal que se menciona en la definición previa. Un genocidio no consiste en matar mucho. No consiste en usar armas de destrucción masiva, ni en llevar a cabo una acción militar desproporcionada, signifique esto lo que signifique. Un genocidio es algo más profundo, y debería ser tratado con la seriedad que merece.

Teniendo en cuenta la prostitución a la que ha sido sometida la palabra, no extraña demasiado encontrar, en la lista de genocidios de la página española de Wikipedia, episodios como la Masacre de Badajoz –las cifras oscilan entre las 4.000, 1.800 o incluso 200 víctimas- o los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki en la II Guerra Mundial. No parece que ninguno de esos dos casos sean ejemplos válidos de genocidio, pero ahí están. Tomemos ahora las cifras de otro de los genocidios que aparecen en la lista, el perpetrado por los Jemeres Rojos en Camboya. Se calcula que la cuarta parte –la tercera, según otros estudios- de la población camboyana fue eliminada durante los cuatro años en los que Pol Pot estuvo en el poder. Cuatro años, y entre dos y tres millones de muertos de los poco más de siete millones de habitantes que había antes de la llegada de los Jemeres Rojos. Vayamos a las cifras del Holocausto: seis millones de judíos asesinados. Por el hecho de ser judíos, que es lo que define el término, más allá de los números. (Números: en torno al 90% de los judíos que vivían en la Gran Alemania, y dos tercios de los judíos que residían en Europa, fueron asesinados)

¿Y qué es lo que ocurre en Palestina? Lo primero, que no ocurre en Palestina, sino en las zonas de Palestina desde las que se ataca a los ciudadanos de Israel. Gaza, en estos momentos. Lo segundo, que se trata de operaciones militares en respuesta a esos ataques. Ahora es Hamas, ayudado por otros grupos terroristas y algunos patrocinadores lejanos. (Otro factor que no se suele mencionar: Hamas no es ya un grupo terrorista que actúa en nombre de los palestinos, lo quieran o no; es la autoridad elegida por los palestinos en Gaza) En ningún momento ha consistido en el intento de exterminio total de un grupo, algo para lo que dispondrían de una sobrada capacidad técnica. El grupo de los árabes que viven en Israel representa en torno al 20% de la población. Pero el dato más relevante es el siguiente: la población de árabes en Israel está creciendo a un ritmo bastante mayor que la de los judíos. Aún más: la población palestina creció un 30% en la década que va desde 1997 hasta 2007, y la tasa de crecimiento se mantiene en torno al 3%. Pero decíamos que no es lo mismo Gaza que Palestina, y es sólo en Gaza donde se estaría perpetrando el genocidio. Cabría esperar por tanto una disminución considerable en su población. Pues bien, no sólo no está disminuyendo, sino que tiene una de las tasas de natalidad más altas del mundo, un altísimo porcentaje de población joven, y una tasa de crecimiento mayor que la media de Palestina. Y según todas las proyecciones, esta tendencia permanecerá o incluso se incrementará en el futuro.

En resumen, jamás ha habido un intento de cometer genocidio por parte de Israel. Sería un genocidio negativo, si nos fijamos en los datos. Es decir, un concepto sin sentido. El único genocidio que podríamos haber visto en la zona se habría producido, probablemente, en el momento en que Israel hubiera perdido alguna de las muchas guerras a las que se ha tenido que enfrentar desde el mismo día en que se constituyó como Estado.

No es obligatorio estudiar la realidad. Tampoco lo es valorarla si se desconoce. Pero esto es mucho más fácil, más gratuito, más rentable social y psicológicamente. Por ello, muchos se entregan a ese ejercicio de superioridad moral que la ignorancia, la ceguera y los prejuicios proporcionan.’ Con estas palabras terminaba el artículo de Sánchez Tortosa que mencionaba al principio. No es obligatorio estudiar la realidad, ciertamente. Tampoco hablar con propiedad, respetando el significado de los conceptos. Pero es aconsejable si se quiere mantener la posibilidad de elaborar un discurso racional, más allá de los rentables ejercicios públicos de indignación selectiva.

 

A continuación algunas de las fuentes que he utilizado, muchas de ellas nada sospechosas de tratar con benevolencia a Israel. Lo que nos lleva a otra cuestión digna de estudio: en las mismas fuentes encontramos la acusación de genocidio y los datos que hacen imposible hablar de genocidio. Ceguera, tal vez. Pero voluntaria.

La bomba de relojería palestina, en Público.

La explosión demográfica del pueblo palestino, en El País.

Crece un 30% la población palestina en la última década, en palestinalibre.org

Demografía en Gaza: ¿arma o estrategia de supervivencia? en soitu.es

Crecimiento demográfico palestino: el principal problema de Israel

Demography of the Palestinian population with special emphasis on the occupied territories

Israel’s Demographic Challenge

Demographics of the Palestinian territories, en Wikipedia

Los libertarios y el Estado de Israel

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Los libertarios, en mayor o menor grado, rechazan el Estado. Ese rechazo puede ir desde una sana desconfianza, reconociendo que en la mayoría de las ocasiones es un mal menor al que hay que poner límites, hasta la consideración maximalista de que el Estado es siempre y en todas las situaciones el mal mayor, y que la desaparición de cualquier Estado es una victoria digna de celebrar.

Israel es, entre otras cosas, un Estado. Es mucho más que eso, sobre todo para quienes lo sienten como propio. Pero es esencialmente un Estado. Y precisamente porque es un Estado, es la única garantía que permite seguir existiendo a quienes viven allí. Hay libertarios, como hemos mencionado antes, que consideran la desaparición de cualquier Estado una victoria. Da lo mismo qué tipo de Estado sea, la manera mediante la que desaparezca, y la situación a la que lleve esa desaparición. Poco importa, en el fondo, que esa desaparición suponga o no una mejora para quienes han vivido “sometidos” a su coacción. Cualquier victoria contra el Estado es motivo de alegría. Por eso hay libertarios que dan su apoyo  a grupos terroristas como ETA. Puede que sean pocos, pero los hay. ETA considera al Estado español su enemigo, y por lo tanto su lucha es compatible con la causa libertaria. Realmente cuando ETA dice “Estado español” se refiere a cocineros, periodistas, policías, jueces o profesores, y las acciones contra el Estado consisten en el asesinato de esos cocineros, periodistas, policías, jueces o profesores. Pero dicen que luchan contra el Estado y eso es suficiente. También hay, cómo no, libertarios antisemitas. El antisemitismo es un atributo transversal y atemporal, no entiende de ideologías ni de épocas, así que no es algo que pueda sorprender. No sería extraño por tanto que algunos libertarios vieran en Hamas un instrumento doblemente útil en la lucha contra el Estado. Israel, en este caso.

Comencé a dar vueltas a una entrada sobre la relación entre el libertarianismo y el Estado de Israel y mientras buscaba información me di de bruces con algo que me causó una sensación bastante desagradable, cercana al asco. Ya he dicho en unas cuantas ocasiones lo que pienso de la risa, el lamento o el desprecio a la hora de analizar las acciones humanas, pero en este caso es difícil limitarse al “sed intelligere” spinoziano. La editorial Innisfree, sobradamente conocida en el mundillo libertario, anunció en su página de Facebook la futura publicación de un libro en el que se recopilarán varios artículos con posiciones contrarias a Israel escritos por conocidos autores libertarios. No voy a entrar en la calidad de los escritos, ni en la relevancia de los autores. Me limitaré a la portada, que es la que encabeza esta entrada del blog. Identificar la bandera de Israel con la bandera nazi puede que no sorprenda a nadie a estas alturas, pero no deja de ser una vileza. Antonio Gala escribió ayer en El Mundo que comprende las razones por las que el pueblo judío ha sufrido tantas persecuciones a lo largo de su historia, y considera que esas razones están en el carácter judío. Llega a decir que “o son malos, o les envenenan.” Se apunta también a la socorrida equiparación entre Israel y los nazis, entre el conflicto en Gaza y la Shoá. Y termina con un glorioso “Yo no soy racista.” Del mismo modo, la editorial Innisfree considerará que equiparar el Estado de Israel con la Alemania nazi no es antisemita. Y no entraré en si lo es o no. Lo que es innegable es que denota, entre otras cosas, una profunda ignorancia, un desprecio por la Historia, y un ejercicio de frivolización vergonzoso.

En cualquier caso, el objetivo de esta entrada era ocuparse de las posibles posturas de los libertarios ante el Estado de Israel y el conflicto en Gaza, pero debido a la extensión tendré que reducirla a un simple comentario y dejar para más adelante un análisis con mayor profundidad. Ya hemos visto que para algunos la única opción defendible es aquella que consiste en criminalizar y negar el derecho de Israel a existir. El libertario que considera la desaparición del Estado el bien supremo, el fin último, defenderá que Israel, como Estado, es un instrumento de coacción. No se planteará la posibilidad de que la coacción pudiera aumentar precisamente, y hasta niveles dramáticos, en el caso de que Israel cediera a las presiones y dejase de defender a sus ciudadanos. Tal vez al libertario coherente le repugne, por ejemplo, el servicio militar obligatorio al que Israel “somete” a sus ciudadanos, y seguramente le parecería mucho más acorde a sus férreos e innegociables principios que se eliminase la obligatoriedad de prestar servicio en el Tzahal. Poco importa el hecho de que, en el momento en que Israel perdiera su capacidad de defenderse, sus enemigos lograrían al fin el objetivo que no se molestan en esconder: la aniquilación de todos los judíos de Israel.

Afortunadamente, ésta no es la única visión entre los libertarios. Steve Horwitz también se planteó esta cuestión en un artículo, y comentaba algo que merece especial atención: no es lo mismo ser anti-Estado que ser pro-libertad. Si ser libertario implica oponerse a todo Estado sin considerar cuestiones como las garantías, el respeto por los derechos individuales o las circunstancias geopolíticas de cada uno de esos Estados, y si supone apoyar a cualquier organización que pretenda destruir un Estado sin considerar los fines y los métodos de esa organización, entonces habrá que concluir que el libertarianismo es una opción exageradamente simplista dentro del espectro político. Creo que el libertarianismo maximalista está muy bien como ejercicio teórico, pero tiene un serio problema cuando se enfrenta con el principio de realidad. Al final, sus defensores tienen que optar entre dos posibles salidas. Ser absolutamente coherentes y defender posturas ridículas cuando se enfrentan a algunas cuestiones complejas del mundo real, o abandonar la pureza ideológica y analizar cada caso utilizando algo más que el marco teórico reconfortante pero limitado desde el que parten.

Personalmente me parece mucho más importante apoyar el derecho de Israel a defenderse que lo que digan Rothbard, Mises, Block o sus profetas sobre la pureza de una determinada adscripción política.