Diario de la normalidad, IX

 

Más de 55.000 contagiados, más de 4.000 fallecidos. Sólo en las últimas 24 horas han fallecido 655 personas. Esto se presenta hoy como un dato relativamente positivo: el día anterior fueron 738.
Ayer coincidió que estaba Fernando Simón cuando encendimos la tv. Llevaba varios días más o menos desconectado, sin ver tertulias ni telediarios y sin entrar en tuiter. Todas las impresiones de los primeros días habían ido perdiendo intensidad a medida que aumentaba la costumbre de verlas todos los días, la inercia. Y volvió a presentarse una de ellas como si fuera nueva: el mismo experto que dijo que en España sólo habría algunos casos, el mismo que no quiso recomendar a la gente que no acudiera a las manifestaciones promovidas por el Gobierno el 8 de marzo, anunciaba ayer casi 50.000 casos y más de 3.000 fallecidos. El mismo. La misma persona. No entiendo cómo no se queda en su casa al menos lo que queda de crisis, abrumado. No entiendo que las negligencias sostenidas, la ignorancia culpable en puestos de responsabilidad tan alta, no lleven a la desaparición de la vida pública. No a la destitución, sino a la dimisión, a una dimisión también interior, cuyo reflejo inmediato, pragmático, el cese en su actividad, sea tan sólo una consecuencia secundaria.

 

Hoy aparece en La Marea un texto que viene a decir que las manifestaciones del 8m no dieron lugar a un aumento significativo en los contagios por coronavirus. De hecho, viene a decir que la curva de nuevos casos creció más lentamente en los días en los que se supone que habrían aparecido los casos producidos en torno al 8m.

Hay dos cosas interesantes en relación a este artículo.

 

En primer lugar, “la ciencia”. Quien más sabe lo que es la ciencia suele resistirse a hablar de “la ciencia”, especialmente cuando ese “la ciencia” toma la función de sujeto en una oración. No existe “la ciencia”. Existe, en todo caso, y sin entrar en tecnicismos, la actitud científica. Y existen los científicos. La actitud científica se da en personas que no son científicos, y hay científicos muy alejados de la actitud científica.

Iba a decir que, evidentemente, hay muchísimas personas mucho más preparadas que yo para hablar sobre la ciencia, pero esto no pretende ser un artículo sobre qué es la ciencia. Y además algunas de esas personas más preparadas están haciendo estos días un abnegado ejercicio de exposición para mostrar cómo puede haber científicos -o divulgadores científicos- muy, muy alejados de la actitud científica. Así que seguimos.

La actitud científica puede resumirse, y es centrarse sólo en una de sus partes, en ser muy cuidadoso con los experimentos, los análisis, los datos y los razonamientos. En ser muy consciente de los sesgos, especialmente de los nuestros. Y en comprobar todo muchas veces, especialmente si coincide con nuestras ideas previas y si nos parece que es contraintuitivo o difícil de explicar.
Cuando explicaba hace unas semanas en 2º de Bachillerato el racionalismo y el empirismo, y cómo este último llevaba al escepticismo, mientras que en el primero se desarrolla una actitud dogmática, y cómo se supone que la actitud científica nos lleva a conclusiones mucho menos firmes que que las que se dan en otros campos del conocimiento, cómo nos lleva a ser más humildes en cuanto a lo que podemos saber y en cuanto a la seguridad en lo que creemos saber, en definitiva, cómo la ciencia ofrece menos certezas que la filosofía y la religión, aunque parezca contradictorio; bien, cuando explicaba todo eso, en clase había sorpresa y ceños fruncidos, “pero qué dice éste, cómo va a ser la ciencia menos firme y cómo va a ofrecer menos certezas que la filosofía y la religión, ¡si la ciencia es superior!”.

Es complicado hacer entender que si la ciencia es superior lo es precisamente porque es más humilde, porque desconfía más de la capacidad intelectual del ser humano, porque tiene más mecanismos de control, porque no pretende encontrar una verdad definitiva, porque ninguna de las aseveraciones más aceptadas en la ciencia puede estar libre de revisión y de crítica.

Y es complicado hacer entender, ya cuando somos mayores, que ese “porque” en realidad hay que cambiarlo por un “cuando”. La ciencia es superior sólo “cuando”. Y si no, entonces no es más que un juguete en manos de quienes pretenden imponer unas conclusiones particulares, al margen de cualquier mecanismo de control. O mejor dicho, para avanzar en ciertos mecanismos de control, sociales en este caso.

La ciencia de ese artículo venía a decir que las manifestaciones del 8m no contribuyeron significativamente al aumento de contagios posteriores, tirando de datos y gráficos. La ciencia de un artículo aún por publicar podría decir que el confinamiento ha contribuido significativamente al aumento de los contagios, tirando también de datos y gráficos.

 

Decía que era interesante por dos cuestiones. La segunda es que, al parecer, el autor del artículo es falso. O mejor dicho, el nombre del autor del artículo es falso. Todo lo que se escribe tiene autor, y desde luego todo lo que se publica tiene autor.
Se ha dicho que, puesto que el autor es inventado, conviene no hacerle caso. Al contrario. Es un buen ejercicio para analizar un texto con menos condicionantes. Si no sabemos quién es el autor, al menos nos libraremos de que el “quién” condicione nuestro análisis. Tampoco debemos ser demasiado ingenuos. Hay un quién, que no es quién lo escribe sino quién lo publica y quiénes lo elogian. Así que debemos evitar cometer el error de pensar que nuestro análisis está libre de cualquier condicionante.

Pero teniendo todo esto en cuenta es un texto que se puede analizar. No lo voy a hacer aquí, porque ya lo he hecho en otro sitio, con más o menos acierto, y porque no es cuestión de repetirse.
También se ha dicho que no hay que entrar en su juego, que es una cortina de humo para desviar la atención. Por suerte o por desgracia me pierdo en el gran juego político de las cortinas de humo, de los kingmakers, de los trileros en la sombra. Y como en realidad no podemos saber qué es lo que pretenden los supuestos genios de la manipulación y de la gestión de los temas de opinión, actúo como si no existieran. Resulta que el Gobierno compró unos tests rápidos para detectar coronavirus a una empresa sin licencia, y resulta que la fiabilidad de esos tests es muy baja. Y el artículo de hoy, por el autor fake en La marea, podría ser una estrategia del genio de la comunicación del PSOE para desviar la atención.

Pues bueno, podría ser. Pero como no lo sé, y como la noticia sobre los tests rápidos falsos ya aparece en los periódicos, prefiero pensar que es compatible fijarse en el artículo fake y en los tests fake.
Se podría incluso aprovechar para escribir algo cohesionado sobre la mentira en tiempos del virus. La mentira a veces no requiere de un genio que la considere algo instrumental. La mentira, muchas veces, es un mecanismo psicológico para librarnos de nuestro reflejo en el espejo. O una manera de ganarse el pan. O simplemente el pan que echamos a los patos. Así que después de establecer que el autor es falso y que los tests son falsos, el paso siguiente es preguntarnos qué dice el artículo, y qué dice del Gobierno el hecho de que los tests que han comprado sean falsos.

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El otro día volvimos a ver Guerra Mundial Z. Creo que la primera vez me debí de dormir, porque casi no recordaba nada. No me acordaba por ejemplo de lo del “tenth man”, el tipo que tiene que disentir cuando hay unanimidad en un análisis, aunque considere improbable el análisis divergente. También vimos, por primera vez, Chernobyl, en la que Legasov, Shcherbina o incluso Khomyuk, personaje ficticio, hacían esa función. Aunque en ese caso no lo hicieron por si el consenso resultaba falso, sino porque sabían que el consenso era una red de mentiras. Con consecuencias reales. Volviendo a WWZ, tampoco recordaba el final, bastante precipitado y previsible aunque interesante.
Pero lo que realmente me interesó de WWZ no fue algo que no recordaba sino algo que no sabía. Me sonaba la cara del capitán de la base de Corea del Sur, así que miré en IMDb. Resulta que era el de Rubicon, una serie que vio A. y que parecía buena pero se canceló tras la primera temporada. Pero no fue eso lo que me sorprendió: resulta que el intrépido capitán de la base de Corea del Sur está interpretado por James Badge Dale, el actor que interpretó a uno de los personajes más interesantes de El señor de las moscas: Simon.

Diario de la normalidad, VIII

 

Más de mil fallecidos hoy. Casi 20.000 contagiados. “Probablemente llegaremos a los 10.000 durante la próxima semana”, dijo el viernes pasado quien está al frente de todo esto.

Empieza a ser complicado mantener frío el ánimo, y cuesta un poco más no encenderse ante las estupideces y la frivolidad, que no descansan. He leído una noticia sobre las multas en el País Vasco a quienes querían irse de puente. No he podido terminar las dos siguientes, en El Mundo, que había empezado a leer. La segunda es terrorífica. Ya lo habían dicho respecto a Italia, pero aun así es imposible asimilarlo. Las prioridades en los ingresos. Y la imposibilidad de no pensar en quienes sabes que se quedarían fuera.

“Lavaos las manitas”, dice hoy alguien en Twitter. Después de señalar que no es que quiera quitarle importancia al virus (1.000 fallecidos), pero que la han incorporado al Alto Comisionado para la Pobreza Infantil y eso. Qué ilu. Lavaos las manitas.
Hace unos días, sobre la iniciativa de la Comunidad de Madrid para dar de comer a los niños que han perdido el acceso al menú diario, la incorporada decía que no está bien alimentarlos durante un mes “a base de pizza”. Estas cosas tienen su recompensa. O al revés, la recompensa hace que modules tu relación con la verdad, con la vergüenza y con la honradez.

Hoy he leído un texto muy bueno de Carlos Malpartida, dejo enlace aquí.

Aún no hemos ido a hacer la compra. Hicimos un pedido el lunes de la semana pasada, nos acercamos al supermercado de al lado de casa, creo que el miércoles, para comprar lo que no había llegado. Y desde entonces, nada. No hay fruta en casa, salvo un par de latas de melocotones. Y hay varias cosas apuntadas para comprar. Cada día voy a salir, y cada día lo pospongo. Por el riesgo, sea alto o bajo, y porque en realidad nada es realmente imprescindible. Tenemos comida suficiente y variada para pasar varios días, aunque no haya fruta.

No entiendo la adoración que tenemos en España hacia el pan. No hacia el pan, sino hacia el pan diario. Me gusta muchísimo el pan, pero precisamente por eso no lo comemos todos los días, porque el pan de todos los días es lo que es. Cuando podemos, pocas veces, hacemos un pedido a una empresa de Zamora. Y una vez a la semana compramos en el pueblo un pan que traen de Galicia, que nos dura varios días. Ayer veía la cola en la panadería de debajo de casa, y un poco más allá la del Quop, una panadería que saca barras como si las hiciera un mago en el almacén. No es sólo el riesgo, es la sensación de que hay algo raro en intentar mantener una de nuestras rutinas más prescindibles. Tal vez sea precisamente eso, mantener la rutina, y no el pan. Y una excusa para salir de casa.

Me acabo de acordar de que hoy he tenido el sueño más raro en mucho tiempo. Hace un par de días soñé que estábamos en el estanque del Retiro, en una barca. Sólo había una barca más, que al cabo de un rato desaparecía. Había movimiento en el agua, algo demasiado grande para ser un pez. Resulta que había una colonia de nutrias gigantes, tan grandes como esos castores de la prehistoria, con aspecto amenazador. Una de ellas me enseñaba los dientes cuando ya estábamos fuera del agua.
Bueno, pues el de hoy ha sido más raro, aunque más breve. Tintín en una comparecencia pública de Hitler, a su lado. Al principio parecía que lo estaba viendo, yo estaba detrás, pero después parecía que era un álbum, y no entendía nada porque creía que los había leído todos, y me extrañaba que apareciera junto a Hitler. Aunque «Hergé era antisemita», ya se sabe.

Ayer mientras hacíamos los chapatis me volví a acordar de las setas de La isla negra, puede que venga de ahí.

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En tuiter, que ahora más que nunca es nuestra segunda ventana, comienza a haber menos bromas. Y comienzan a ser más frecuentes los “Lo siento mucho, un abrazo”. Al principio lo hacíamos cuando alguien decía que tenía síntomas, luego cuando alguien decía que algún familiar estaba grave, ahora ya suena frío, repetitivo, lejano, impotente y triste porque empieza a haber más que sólo síntomas y familiares de conocidos que están graves.

Después de posponerlo varios días iba a bajar hoy a hacer la compra, me he asomado al balcón y la cola del supermercado llega hasta el portal, a la hora de comer. 

 

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Ya es otro día, he ido a hacer la compra, una hora y media. Parecía que estaba muy bien organizado, quienes atendían se esforzaban incluso por mostrarse sonrientes. Como tenemos esa indecente necesidad de llamar «héroe» a todo el mundo -héroe el que se queda en casa, héroe el que se lava las manos- nos cuesta reconocer la dignidad de quienes no sólo cumplen con su trabajo exponiéndose a los demás, sino que incluso lo hacen con profesionalidad y buen ánimo. No son héroes, ni falta que hace. Son trabajadores responsables, del mismo modo que la mayoría de nosotros intentamos ser ciudadanos responsables. El heroísmo es necesariamente excepcional.

Ayer leí unas declaraciones horribles de Torra. Más horribles de lo habitual, más falsas de lo habitual, con la única intención de dañar la imagen de España, como es habitual. Fueron declaraciones a la BBC, y decía que sabían que la única solución es el confinamiento, y que “España no nos deja”. También vi varios tuits de los delegados sociales del gobierno de Cataluña. “España nos mata”, venían a decir. El gobierno de Cataluña es mucho más que su parlamento y su generalidad. Es incluso más que un régimen. Es un estado mental. En todos los espectros ideológicos hay monstruos y buitres. En Cataluña, sus monstruos y sus buitres son sus representantes institucionales y mediáticos. No tienen necesidad de esconderse, tampoco tienen la costumbre de guardar para el ámbito privado sus monstruosidades. Las esparcen por las redes sociales, pero también por el mundo, cuando tienen la oportunidad. Y siempre hay alguien en el mundo, BBCWorld, dispuesto a brindarles un micrófono.

 

Ayer también vi unas imágenes celebradas. Varios agentes de la Ertzaintza aplaudían y saludaban a agentes de la Guardia Civil en el cuartel de Vitoria. Dos agentes de este cuerpo han fallecido ya debido a la epidemia. Salvatierra está a poco más de 30 kilómetros de Vitoria, y a algo menos de 40 años.

 

Ayer el presidente del CIS, José Félix Tezanos, aprovechaba las críticas a la gestión de la crisis para criticar a la oposición. “Carroñeros oportunistas”, decía en un artículo publicado en la Fundación Sistema, según recoge El Independiente. Basta echar un vistazo a los tuits que se escribieron -los que aún no hayan borrado- cuando la crisis del ébola en España para darse cuenta de cuán lejos están las críticas que se hacen estos días de lo que hacen los carroñeros oportunistas. La mayor parte de los que estos días se suman al espíritu de la crítica del presidente del CIS fueron, durante la crisis del ébola, oportunistas. Lo de “carroñeros” parece excesivo, pero lo dice Tezanos. Desde la presidenta encargada de factchecking hasta el presidente de España, pasando por la mayoría de vicepresidentes y de nosepodíasaber. Peticiones de dimisión, un “¿Exterminio encubierto?”, se preguntaba Ada Colau, hoy alcaldesa de Barcelona. Una contagiada. Ningún fallecido. Una campaña de indignación por un perro sacrificado.

 

 

Hoy, con más de 10.000 contagiados y más de 1.000 muertos, después de que se permitieran las manifestaciones del 8 de marzo, después de que se celebrase incluso una paella para 2.000 personas mayores en Valencia el lunes 9 de marzo, el presidente de una institución como el CIS habla de “carroñeros oportunistas”.
Con más de 10.000 contagiados, más de 1.000 muertos y una gestión de la crisis irresponsable, la única campaña de protesta organizada se celebró el miércoles. Consistió en una cacerolada a las 21:00, apoyada y difundida por miembros del Gobierno. Consistió en una cacerolada contra el rey y la monarquía.

“Las inclinaciones carroñeras como patología política”, tituló el presidente del CIS su artículo en la Fundación Sistema.

Diario de la normalidad, VII

 

La gente en los balcones cantando, tocando las panderetas, porque los medios sacaron lo que hacían en Italia y queremos salir. Incapaces de entender que el primer mandamiento en algo así, especialmente en algo así, debería ser no molestar.
Y Bono, el de U2, cuentan en el telediario, ha compuesto una canción desde su casa. Casi todos hacemos estupideces estos días. Algunos son más expansivos que otros.

 

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“¿Qué será lo primero que harás cuando acabe esto?”

Pasarme varios días pensando si realmente ha acabado, imagino.

 

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Ferran Caballero, lúcido, en Twitter: “D’aquesta crisi en sortirem millors persones. Perquè en sortirem molt més misàntrops”.
No sé si mejores personas, pero desde luego, si se cumple, sí seremos mejores ciudadanos.
Una misantropía siempre activa y reposada, además, nos alejaría de los odios selectivos que siempre siguen a la cursilería y al emotivismo.

 

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Aplausos, 20:00. Dos minutos, como ayer. Esta vez parecían menos, y no han sonado las bocinas, cuernos, vuvuzelas o lo que fuera. No han salido los vecinos de al lado, que sí salieron a las 12:00.
A las 21:00 está convocada una segunda cacerolada.

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Siete larguísimos minutos a las 21:00. Cacerolas, bocinas, silbatos, luces. No mucha gente, pero sí demasiada. Decía una experta en comunicación -todos lo son, sea cual sea su puesto- hace pocos días que “no hay que avergonzarse de lo que se dijo” alrededor del 8 de marzo, porque desde entonces “han pasado meses”.

Y como no tienen que avergonzarse, ahí siguen. Hoy, Gabilondo en El País. Da igual lo que diga. La cuestión, lo deprimente, es que que sigue diciendo y siguen publicándolo.

 

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El “No se podía saber” en boca y mano de gente como Gabilondo, Cristina Almeida, Fernando Berlín, los “tertulianos de titularidad pública” -acuña hoy Latorre- y tantos otros referentes mediáticos es fruto de una autoestima hinchada. Nadie esperaba que ellos supieran, de verdad. Pero sí, al menos, que vieran.

El 7 de marzo había más de 3.000 fallecidos en China, más de 200 en Italia y al menos 5 en España. Con esas cifras, a la vista de todo aquel que quisiera verlas, los que dicen que no se podía saber eligieron no ver. Eligieron despreciar los casos y los fallecidos. Eligieron no ver las tendencias en el resto del mundo y las medidas que estaban tomando en otros países. Eligieron quitarle importancia. Es sólo una gripe, en abril nadie se acordará de esto, mata más el machismo, es más peligroso el alarmismo, cuidado con el miedo, reflexionemos sobre lo realmente importante, que lo demás no sea lo de menos, yo voy a ir porque está en juego la vida de las mujeres. Tranquilos, sólo mata a los viejos.


Los que hoy dicen que no se podía saber eligieron no ver lo que estaba a la vista de todos desde hacía semanas. O peor, lo vieron y eligieron no contarlo.

Siete minutos de ruido

A las 20:00, en el bloque de la calle donde vivo, la calle principal de Galdácano, volvieron a salir para aplaudir a lo que sea que aplauden, algo que a estas alturas no está del todo claro. Dos minutos de aplausos.

Una hora después, a las 21:00, coincidiendo con el discurso del Rey, han salido de nuevo. No sé si los mismos que han salido una hora antes, pero desde luego más de los que han salido una hora antes.

Cacerolas, bocinas, música, silbatos, luces, algún grito. La mayoría de las ventanas y de los balcones estaban vacíos, pero daba igual, porque los dueños, los que arriman el hombro, los que están unidos, son ellos. A mi izquierda y a mi derecha, dos familias entregadas al ruido. En el bloque de enfrente, también varias familias, algunas de ellas con niños pequeños. Me he quedado mirando a una madre con un niño pequeño, al otro lado de la calle, sin saber por qué.

Siete minutos. Ése es el tiempo que han estado entregándose al ruido y a sus miserias, que ahora tenemos que soportar también los demás. Siete minutos en Galdácano, no sé cuántos en otros lugares, no sé en cuántos lugares.
Siete minutos de ruido contra alguien, el Rey, que no tiene nada que ver con esta crisis. Siete minutos de furia ridícula que al mediodía, en el primer turno, me produjo ira, y que ahora sólo me ha producido hastío.

Siete minutos pretendidamente espontáneos dirigidos por los buitres de siempre, con los objetivos de siempre, con la impunidad social de siempre. Siete minutos que nada tienen que ver con los casi 600 fallecidos en España, 40 de ellos en el País Vasco, a los que han escupido hoy.

Siete minutos observando a los vecinos y un enorme ejercicio de contención para no gritarles, a todos ellos, miserables y algo más.

Diario de la normalidad, VI

A las 12:00 estaba terminando una entrada en el blog y he oído voces de los vecinos, que aún estaban en el salón pero pronto salieron al balcón. Una cacerola. La hija, adolescente de unos treinta años, decía “¡Escuchad, escuchad!”, o algo así.

Y cuando empecé a oír más cacerolas, no muchas pero serán más, me acordé de alguien que esta mañana me contaba que ayer le había llegado un mensaje por Whatsapp convocando a una cacerolada “para que Juan Carlos devuelva los 100 millones”.

Me equivoqué en mi juicio inmediato. Pensaba que sería cosa de cuatro imbéciles. Después de ver a los de momento cuatro literales que salieron en Galdácano, me asomé a Twitter. Y allí estaban, ya desde ayer. Maruja Torres, Izquierda Unida, la Ingobernable. Son los de siempre, son más de cuatro y acabarán adueñándose también de esto. Lo rentabilizarán otros, como suele pasar, pero es estúpido despreciar el alcance de estas cosas.

Lo que no puede sorprender es que pasen (pasen, je, siempre impersonal) cosas como éstas. Y desde luego no podremos sorprendernos cuando no sólo los aplausos vayan cediendo ante las cacerolas, sino cuando el objetivo de esas cacerolas pase de Juan Carlos I al rey de España, cuando se extienda a toda la monarquía y cuando, en fin, llegue a donde siempre llegan.
Al cuarto día de confinamiento las ganas de fiesta andan a empujones con el odio, y los aplausos en los balcones no permiten canalizarlo. Porque de eso se trata esto que estamos viendo: la gestión del odio. Curiosamente, quienes lo están gestionando no son los nuevos, que según los analistas de servicio público iban a llevarnos a una nueva época de miseria y tinieblas, sino los que llevan décadas amasándolo, gestionándolo, dándole forma. Los nuevos podrían haber hecho lo suyo. Podrían haber convocado una cacerolada contra el Gobierno, incluso contra “el feminismo”, contra los medios de comunicación. No lo han hecho. Aún nos queda mucho, y todo puede empeorar aún más. Pero no lo han hecho. No sé si por responsabilidad o por su irresponsabilidad el 8 de marzo. Pero la gente, alguna gente, no puede estarse quieta en casa sin odiar. Y los demagogos no pueden estarse quietos sin canalizar el odio de la gente. Cuatro días ha durado la farsa.

Hoy a las 21:00 hay convocada otra cacerolada coincidiendo (je) con el discurso del rey. Imagino que habrá mucha más gente en los balcones.

 

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Mientras pensaba esto se me ocurría un experimento. Alguien saca una bandera de España en mi calle, en Galdácano, porque lo importante es que todos estemos unidos. Llegan las 21:00.
El experimento no consiste en hacerlo y comprobar qué pasa. El experimento consiste en pensarlo. Y en saber, automáticamente, a priori, que sería una irresponsabilidad.
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Otros piensan en poner el himno nacional. Eso no es un experimento, es otro a priori. Acabaría mal.

 

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Esta mañana leía sobre los criterios técnicos del Gobierno para dirigir la UME, y cómo la parada que iban a hacer ayer en el aeropuerto de Loiu, Vizcaya, fue anulada a última hora. Hoy en El Correo hablan de una llamada del Gobierno vasco al Gobierno para expresar su malestar por la presencia del ejército español en las calles vascas.
Estas pequeñas cosas en las que cada vez pensaremos menos, porque hay urgencias más inmediatas. Se aprovechan de esto.

 

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Leo en El Independiente que ha fallecido un guardia civil de 37 años, sin patologías previas.

Diario de la normalidad, V

Tengo que librarme de dos advertencias razonables cada vez que me pongo a teclear. La primera es una que recogí aquí el primer día: no somos Montaigne. Alguno habrá, y también está Montano, que no es Montaigne pero es Montano. Pero el que teclea esto es Monsalvo, que alguna cosa es pero desde luego no es escritor.

La segunda se la leí hace tiempo a Arcadi Espada: es absurdo escribir sin cobrar. De ésta llevo librándome unos seis años, quién lo diría, y creo que hasta hoy no le he sido infiel a ese absurdo. No por principio sino porque esto no da para más.

Podría justificarme con el solemne Nulla dies sine linea, pero no es una obligación autoimpuesta. Simplemente tecleo porque la alternativa es peor.
Imagino que ocurre algo parecido en quienes salen a correr todos los días. Con una diferencia: al menos ellos no se graban para compartir después su rutina.

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Brevedad. A eso sí debo intentar ceñirme.

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La vergüenza es un mecanismo social impresionante. Si supiera más sobre ella creo que diría incluso fascinante. Pero con lo que todo el mundo sabe ya se puede aventurar que, como todo producto de la selección natural, merece que nos detengamos de vez en cuando para contemplarla.

La vergüenza hace que nos replanteemos nuestros actos. O incluso que nos quedemos en casa, que dejemos de importunar a los demás cuando somos merecedores de su reprobación. Como cualquier otro fenómeno social producto de la selección natural, tiene un lado siniestro. A veces se usa para contener comportamientos nobles, o al menos no perjudiciales.
Pensaba en algo que estamos viendo estos días. Entre el Gobierno que animó a acudir a varios actos multitudinarios con la crisis ya desatada y el ciudadano que no quiere complicaciones hay un intermediario: los prescriptores, el cuarto poder, el periodismo a todas horas, con gráficos y buenas palabras y ante todo tranquilidad, que ahora no toca. Y en este grupo, exactamente en este grupo, y estaría bien que tomasen conciencia de ello, están los académicos que decidieron hace tiempo servir a un fin más material que la verdad y el conocimiento. Algunos de ellos aparecían y seguirán apareciendo en la misma mesa que Cristina Almeida. No son distintos, por mucho que mencionen a otros académicos y por mucho que empleen conceptos elevados. Hace unas semanas habría dicho que son peores porque ellos sí saben; pero no. Sencillamente, son lo mismo. Académicos, periodistas y políticos retirados: las fuentes de información. Sobre ellos un Gobierno que vive de la mercadotecnia y de los eslóganes, y bajo ellos ciudadanos como el ya famoso señor que decía que el virus no existía.

 

 

La pregunta es: ¿por qué, días después de haber justificado lo injustificable y de haber razonado como si estuvieran bajo los efectos de una droga tribal, siguen justificando lo mismo y abriendo nuevos mercados, y por qué siguen razonando de la misma manera? ¿Por qué no opera la vergüenza en estos casos, a pesar de que todos sus actos, sus palabras y sus razonamientos se publican diariamente en las redes sociales?

Porque, se me ocurre, la vergüenza sólo opera cuando estamos solos. Para poder sentir vergüenza tenemos que estar solos ante nuestros actos, ante nuestra conciencia. Y los prescriptores con carnet nunca están solos. Han tejido, consciente o inconscientemente, una red de refuerzos que hacen imposible la autocrítica. Los periodistas, académicos, políticos elegidos: han llevado tan lejos el razonamiento indolente, la prescripción negligente y la mercancía defectuosa que nadie puede permitirse el lujo de acabar con la farsa. Ante cada error, un paso adelante. Porque si un día comenzaran a hacer balance de las cosas que dijeron y de las consecuencias de sus palabras, no sabrían cuándo podrían terminar.

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Hablábamos antes de las obras y de sus autores. Gabilondo, ya en marzo. «Hipnotizados por el coronavirus».

 

Y Ana Isabel Díez. Periodista como Gabilondo y además presidenta de la Asociación de Periodistas Parlamentarios, y por tanto más relevante que Gabilondo. «Ese día nadie fue consciente del error».
Siempre, siempre un paso adelante. Hacer este periodismo no es fácil. Es como andar en bici.

Diario de la normalidad, IV

 

Anuncio en la TV mientras comíamos: Infojobs. Los anuncios en la tele están generando una sensación muy extraña. Como si fueran lo único que aún no se ha ajustado a los nuevos tiempos. Galletas, ok. Coches y viajes a algún lugar lejano, hum. ¿Pero Infojobs? Parece una broma accidental.

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Acabo de leer que el Gobierno vasco ha adoptado nuevas medidas en Educación. Una de ellas es suspender los plazos para la oposición a profesores de Secundaria, en la que ya estaba metido. Al parecer anunciarán los nuevos plazos.
La cuestión es que, en teoría, me esperaban unos meses de confinamiento voluntario. En teoría no habría cambiado mucho si no hubiera estallado la crisis. Pero claro que ha cambiado. Ahora el confinamiento no es una opción, y sospecho que la dedicación al estudio será aún más complicada, a pesar de que en teoría sería más fácil.

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Hoy hemos visto imágenes de una media maratón en el Reino Unido, en Bath. Ayer veíamos imágenes de un festival de música en México. Y aparecen las comparaciones con lo que hicimos y no hicimos en España. Con una diferencia: lo del Reino Unido, salga bien o mal, forma parte de un plan para combatir la epidemia. Lo nuestro es exactamente lo mismo que lo de los mexicanos. Probablemente pensaremos que ellos son más irresponsables que nosotros porque no hacen caso a lo que se está viendo en España. Lo pensarán, o lo dirán, los mismos que no se preocuparon de hacer caso a lo que ya se estaba viendo en Italia y China. Y allí sus equivalentes dirán que “no se podía saber”. A pesar de China, de Italia y de España.
“Pero allí están peor, tienen a Lopez Obrador”. Vale. Aquí tuvimos al Gobierno repartiendo besos y abrazos no a niños, sino a personas mayores. Hace exactamente ocho días. A pesar de lo que estábamos viendo en China y en Italia.

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Lo que vemos (leemos) hoy sobre Italia ha alcanzado otra magnitud. Las esquelas, los muertos que se acumulan en los tanatorios. No sé si estamos preparados para cuando llegue eso a nuestros periódicos. De momento creo que lo estamos procesando como si las medidas que se han tomado fueran a dar resultados definitivos y dentro de poco.
Pero imagino que “Juntos venceremos al virus” es un mensaje más adecuado para mantener la moral que “Aún no hemos pasado lo peor”.

 

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El peor escenario: todo igual, pero cae Internet. Lo de ahora, afortunadamente, no es aislamiento social. Aislamiento social sería no poder hablar todos los días con los familiares y amigos, no poder entrar a tuiter a leer a los habituales, quedarnos realmente solos. Aunque seguramente también nos acostumbraríamos.

 

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Hoy el turno de atacar a Matthew Bennett le ha tocado a Carlos Hidalgo. No sabía quién era, aunque ha escrito en El País. “Ansioso por aprender. Intento ser periodista. Subproducto cultural del cuñadismo New Age”. A veces la bio en tuiter es lo más certero de una cuenta.

 “El Plural, El País y ahora en Muy Negocios”.

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Y ya que hablamos de El Roto:

 

 

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Vuelven, como traídos recurrentemente por la marea, los tuits y los vídeos de hace tan sólo unos días. Nos acordaremos mucho en el futuro de pobres tipos como el que en la manifestación del 8-m dijo que el virus ese no existía. El que acabo de ver es otro de RTVE, que comenzó a hacer una campaña muy efectiva por su cierre antes incluso de que se desatase la crisis. “El feminismo resiste al coronavirus en las calles: «El machismo es más peligroso y mata más» | Una crónica de arrobausuario”.

Tratarán de convencernos de que “nadie sabía que pasaría esto”. No sé si tendrán éxito. No soy demasiado optimista, porque al parecer ya nos convencieron de que “El único virus peligroso es tu machismo”. Incluso aunque nadie hubiera sabido que el virus dejaría tantas muertes -es mentira, son ellos los que quisieron no saberlo-, algo tan profundamente equivocado como lo que aparece en la pancarta recogida en RTVE, en la crónica de arrobausuario para RTVE, sí se sabía que era mentira. Y sí se sabía que las mentiras tienen consecuencias en el mundo real. Pero dejamos que todas las mentiras emotivistas expulsasen del mercado a la moneda buena. Y cuando ha llegado la hora de comprar mercancía de primera necesidad hemos visto que ni la moneda es adecuada ni existe una oferta ordenada de productos bien elaborados.

Diario de la normalidad, III

Acabo de terminar de escribir una “clase” para quienes hasta hace unas semanas eran mis alumnos. No les llegará, y probablemente no ha sido una buena idea. No sólo hay que aceptar que no eres Montaigne, también hay que aceptar que no eres ni siquiera profesor. Y que no es que lo que dices no sirva, sino que no hay nadie a quien le pueda servir.

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“¡Los límites, hay que conocer y aceptar los límites!”, solía decir en clase cuando aún había algo que decir. Bien, pues aquí están los límites.

 

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Llevamos sólo dos días de confinamiento obligado, aunque en casa habíamos empezado antes. Ayer mirábamos desde el balcón lo que pasaba en la calle. Pasaban coches, familias y paseantes. Nosotros sacamos una cerveza y unas patatas a la mesita del balcón, algo que sólo hacemos de vez en cuando en primavera y verano. No tenemos costumbre de salir a tomar algo los domingos, pero de repente había que escapar a la calle por un momento, aunque la calle la estuviéramos viendo desde casa.
Había gente paseando en contra de lo que ahora son obligaciones pero seguimos procesando como si fueran recomendaciones. Y sale el severo juez. Sin conocer motivos ni circunstancias de los acusados. Y con la excusa de la salud pública. Pero no nos engañemos -hay que conocer los límites-, se trata de algo más primario que el bien común. Espero que no nos entreguemos demasiado a ello, que seamos capaces de darnos cuenta de lo que hacemos estos días y de por qué lo hacemos.

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Ayer circuló un vídeo de una señora que grababa a unos que habían decidido hacer turismo en un pueblo de Huesca. Un pueblo en el que la mayor parte de los habitantes son personas mayores. No somos Montaigne, hemos dejado de ser profesor, y ni siquiera somos esa señora, que acabó mandándolos a su casa, con una buena razón.

 

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Comienzo a entrever hoy lo que puede ser esto en los próximos días. Sentado en el sofá viendo algo que ya no son noticias, conectado a lo que pasa en Twitter, abandonando obligaciones reales. La primera obligación es mantener al menos un asomo de orden. Más del que había antes de que empezase esto, porque esto va a ser largo, y porque aquel desorden siempre se corregía por las rutinas sociales.

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Muchos periodistas profesionales llevan varios días señalando dos cosas: que “ellos” son periodistas, y no, por ejemplo, Matthew Bennett, al que acusan de cobrar por dar información; y que todos -es decir, “ellos”- fueron incapaces de imaginar qué es lo que iba a pasar.

Otros, a veces los mismos, llevan varios días entregados a un tono de pretendida autoridad, solemne. Han abandonado la frivolidad y los intentos de rebajar la gravedad de lo real. Ahora creen que quienes les hicieron caso cuando describían erróneamente lo que pasaba también deben hacerles caso cuando dicen a quiénes tenemos que hacer caso. Y a quiénes no.

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También han salido los nacionalismos. Urkullu y Torra hicieron ayer lo que se esperaba de ellos. Lo que se espera de alguien no es lo que pensamos que debería hacer, sino lo que la experiencia nos dice que es más previsible. Lo que se espera de Torra y Urkullu es que hagan lo mismo que han venido haciendo durante los últimos años. Avanzar en su agenda más importante, que es alimentar una nación en construcción, a pesar de los costes. Costes que pagan los “suyos” y también los demás.
Y unido a esto: los mismos que desde sus púlpitos decían que había asuntos más importantes, que estábamos “hipnotizados por el coronavirus”, -esto es de Iñaki Gabilondo. Las obras nunca son impersonales. Y no sólo cuando esto pase, sino mientras pasa esto, habrá que seguir recordando quiénes son los autores de muchas obras- dirán estos días que tampoco se podía saber que los nacionalistas fueran a comportarse de esta manera.

Torra estaba ya en sus textos de antes de ser presidente. Estuvo después del proceso. Ha estado ahí desde siempre. Y antes que él estuvieron otros. Clara Ponsatí dejó ayer una muestra de lo que es ella, y Carles Puigdemont dejó una muestra de que son un “ellos”. Y algunos tienen claro qué son esos ellos, cuáles son sus ideas, cuál es el precio de esas ideas, desde hace mucho. Y a todos éstos se les decía que “no era para tanto”, que “no se podía saber” y que estaban “hipnotizados” por el nacionalismo.

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A mí me preocupa cómo saldremos de ésta, cuáles serán las consecuencias directas e indirectas. (Pienso en las consecuencias económicas como si fueran consecuencias indirectas, y es un error). No “cómo” en el sentido de qué tendremos que hacer para salir, sino en el sentido de qué quedará en nosotros después de esto, qué cambios habremos experimentado.

Espero que haya cambios profundos. Que quienes surfearon la crisis con frivolidades dejen de recibir atención, y que comiencen a recibir atención quienes han ido acertando no sólo en ésta sino en muchas de las crisis anteriores. Espero que para escuchar análisis dejemos de fijarnos en los altavoces de consignas y de memes. Tenemos gente que analiza muy bien la realidad, y sólo nos fijamos en expertos en comunicación que no entienden que lo más importante de la comunicación es que el mensaje coincida con la realidad.

Pero sinceramente, no tenemos demasiadas razones para pensar que se producirá ese cambio. Estamos “hechos” para ajustarnos a las circunstancias, para pasar página en algunas cuestiones, y para manejar los costes a corto plazo. Hemos vivido crisis de legitimidad más graves, y quienes nos condujeron a esas crisis pudieron seguir dedicados a su tarea, a pesar de todo.

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Ya se está preparando el terreno con un relato coordinado, que va desde el “no es el momento de las críticas” a las críticas a quienes poco han tenido que ver en la gestión de esta crisis.

Y los principales responsables de la gestión de esta crisis, que están en el Gobierno y en los medios, tendrán momentos de responsabilidad durante la crisis, aunque sea por probabilidad. Y nos quedaremos con eso, y no podremos hacer otra cosa que comprenderlo, non ridere, non lugere, neque detestari.

O tal vez se tratará de una profecía autocumplida. Tal vez los responsables de que nada cambie somos los que decimos que los cambios profundos son imposibles. Imagino que cada uno hace lo que puede según sus propias inclinaciones.

Diario de la normalidad, II

 

Acabo de aprender una diferencia entre un diario -vamos a llamarlo así- y lo otro. El diario no se edita. Cuando digo que acabo de aprenderlo quiero decir que se me acaba de ocurrir. Y ya actúo como si fuera una norma universal, un dictado de la recta razón.

No añadir nada, no eliminar nada, no corregir nada. Lo que hay es lo que hay.

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La joven diputada del PSOE que escribió en Twitter “Qué genialidad” para referirse y compartir un tweet que recomendaba el decrecimiento (“No hay mal que por bien no venga”, literalmente), ha borrado el tweet.

Los filtros y lo que somos, decíamos antes.

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Sospecho que la palabra “monetizar” cobrará a partir de ahora un significado dramático. Habrá que monetizar algo, lo que sea. Qué mal lo voy -ahora sí, yo- a pasar.

 

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“Cuando llega una crisis aprendemos a valorar lo realmente importante”. Pues no, tampoco.

Lo realmente importante en una crisis no es lo mismo que lo que es realmente importante cuando no estamos en crisis. En una crisis lo realmente importante nos da una hostia que nos deja temblando. Eso sí.

 

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Me extraña que aún no se estén viendo anuncios en la tv adaptados al nuevo tiempo. Pensaba que los publicistas habrían desarrollado el músculo suficiente durante estos años como para reaccionar y adaptarse en cuestión de segundos. Digo yo que aún quedará alguno que trabaje en la privada.

 

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“La mayoría de la gente tiene miedo de contagiarse. Lo mejor es pensar que ya tienes el virus. No pienses en cambiar tu comportamiento para no contagiarte, piensa en cambiarlo para no contagiar a los demás”.

Suena muy bien. No somos así. Si pensamos que ya lo tenemos, no hay incentivos para cambiar nuestro comportamiento. Tal vez, en algunos casos, para no contagiárselo a los nuestros.

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¿Por qué somos así y no de otra manera? No lo sé. De hecho, ni siquiera puedo decir que esté seguro de que seamos así. Pero en el fondo tiene razón el señor del vídeo: es mejor pensar que ya tenemos el virus.

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Hace un rato mencionaba a los petisos carambanales. Ayer me acordaba del final de Los cabecicubos.

 

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Hace unos minutos me ha dado por pensar en cuál será el texto que elegirán este año para Lengua en selectividad, con todos los que se escribirán sobre nuestra enfermedad. Pero es posible que ni siquiera haya selectividad. Es lo que tienen las crisis reales. Las demás son afortunadamente previsibles.

 

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Finalmente el presidente del Gobierno compareció. Los continuos retrasos en su comparecencia fueron amenizados con filtraciones no del decreto, sino de las luchas que se estaban produciendo en el consejo de ministros. A un lado Pablo Iglesias, de Podemos, que estaba en cuarentena. Apareció en el consejo y se filtró que pretendía nacionalizar las eléctricas e incluso intervenir los medios de comunicación. Al otro lado Nadia Calviño, del Gobierno, que al parecer se plantó y dijo que o dimitía Iglesias o se iban ellos, y que de ningún modo aceptarían las exigencias de Podemos. Todo ello maridado con una alianza de Torra y Urkullu, que se habrían negado a aceptar el “155” para centralizar el mando sobre todas las comunidades en Moncloa.

Pues bien, finalmente apareció Sánchez, desencajado, nervioso, apenas en pie, pero no hubo rayo que fulmina antes de oír el trueno. Hizo lo que debería haber hecho mucho antes, lo expresó mal, se reveló que el consejo de ministros, el Gobierno, es (la) ingobernable; pero no hubo el desastre absoluto prometido.

Así que finalmente el presidente del Gobierno compareció; y lo que hubo fue gran regocijo.

 

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No es pesimismo, ni mucho menos precognición; pero hay que recordar que cuando esto acabe todo volverá a donde estaba. Exactamente a donde estaba. Hoy se ha visto una muestra de ello.

Diario de la normalidad, I

 

El diario es lo único que escribimos para nosotros y no para los demás; también esto es mentira. ¿Qué pinta ahí ese “nosotros”?

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¿Qué diferencia hay entre estas reflexiones pretendidamente no pretenciosas y las ocurrencias en Twitter? La única diferencia es que aquí digo -vamos a intentar prescindir de ese “nosotros”- “Twitter” y no “tuiter”.

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El diario es un invento del siglo pasado -todo lo antiguo es del siglo pasado, aunque sea más viejo que la vanidad-, pero probablemente las formas de este siglo hacen imposible escribir hoy un diario. Esto es, también probablemente, otra cosa. Un hilo en diferido.

 

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“En diferido” es una expresión política de este siglo, de este lustro. Específicamente española, aunque sólo en la forma. Aquella “indemnización en diferido”,  que ya no recuerdo exactamente qué era, aunque creo que tenía que ver con Bárcenas, que por un tiempo encarnó el gran problema español. El gran problema español, en palabras de Mercutio -¿Es esto un apunte específico de este siglo, porque sale de tuiter?- era creer que el gran problema español era Bárcenas, avatar de la corrupción.

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“En diferido” será a partir de ahora una expresión política reciente. La que sirva para describir la acción de Gobierno de Pedro Sánchez. Todo se retrasa. Incluso aquellas urgencias por reparar el siglo pasado se retrasaron, por cuestiones técnicas. Y no digamos el retraso en el anteproyecto de ley que iba a salvar vidas mediante la precipitación. Ahora ha quedado en paréntesis, en parte por una precipitación que ya estaba en el espíritu de la anteley. Recogieron esa precipitación de la calle y la devolvieron a la calle, multiplicada, también en sus efectos negativos.

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“En diferido” tuvieron en cuenta las señales que deberían haberles llevado a posponer su agenda. “No se podía saber” lo que ya estábamos viendo en China, en Italia, lo que ya estábamos leyendo, principalmente en inglés, eso sí. Aunque no se puede decir que el inglés sea la clave del “No se podía saber”, porque “Wash your hands”.

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Y en diferido ha sido el estado de alarma. Tanto que aún no ha sido, a pesar de que ayer ya informasen los medios de que estábamos en ese estado. Sin necesidad de que el Estado decidiera.

 

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Hoy hemos desayunado tortitas, A. está trabajando, y he leído este texto de Josu de Miguel.

Queda mucho día, pero no tanto. Queda mucho, en general, pero no tanto.

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Las grandes crisis no sirven para darte cuenta de lo esencial. Las certezas que no se tienen antes de la crisis no se adquieren cuando ésta comienza. La crisis puede confirmar las certezas, si sólo eran sospecha, pero no modifican demasiado lo que ya creíamos saber.

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Por ejemplo, decir que “Perdemos demasiado el tiempo” es no decir nada. ¿Lo perdemos en relación a qué? Hay objetivos reales, concretos. Bien. Pero no nos referimos a eso. Si tienes que aprobar un examen y dedicas los días a dibujar petisos carambanales estarás perdiendo el tiempo. Pero no hay un “perdemos el tiempo” existencial, vital. Ni siquiera se puede decir que dedicar los días a escribir cómo perdemos el tiempo, cómo se nos va la vida, sea perder el tiempo.

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Todo es perder el tiempo, y por eso nada es perder el tiempo. O al revés. Eso sería más jodido. Es gracioso esto. Pensamos que el “si todo entonces nada” no se altera por el orden que elijamos. En una clase de Ética, en la universidad, una profesora intentó desarmar lo que creíamos nihilismo: “Si nada es bueno entonces todo es bueno”. O puede que dijera “Si todo es malo entonces nada es malo”. Pareció convencernos, pero ni entonces ni ahora sabíamos qué significaba “todo”, “nada” y “bueno”. Lo que quisiéramos en cada momento.

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Sí, los sofistas tenían razón. Sí, Sócrates acertaba. Los primeros se quedaban en la epistemología, el segundo es modelo para la acción. Y además, al decir que tenían razón en realidad se la estamos quitando. Aunque en el fondo siguen teniendo razón.

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Escribir es perder el tiempo. Pero eso ya lo hemos dejado claro antes.

 

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Se puede decir que el “En diferido” al que nos referíamos antes es un meme, aunque no sé si es correcto. Se puede decir que en este siglo todo es un meme. Volver al punto anterior.

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¿Estoy excavando con un pico de juguete? ¿Cuál es el terreno?

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Sí hay una diferencia respecto a Twitter: aquí y ahí escribimos para los demás, pero al menos aquí escribimos nosotros, a pesar de este “nosotros”. En otros contextos escribimos lo que ya se ha dicho antes, y lo que pensamos que hay que escribir para X. Es una escritura hipotética, no categórica. Aunque no sé si es conscientemente hipotética. No sabemos muy bien qué es X, pero por allí resopla.

En realidad tampoco es que aquí escriba yo -voy a hacer un esfuerzo-, sino que hay menos filtro. Y en el fondo, una de las pocas cosas que podemos decidir es el filtro.

Al prescindir del filtro no sale “lo que somos”. O mejor dicho, sale justamente lo que somos: un conjunto de filtros ajenos.

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Un experto en comunicación acaba de decir que estamos en un estado de guerra, y que el enemigo es el virus. Ahora mira a los ojos al espectador para hacernos entender la necesidad del confinamiento. Pero los que estamos en casa somos los que ya estamos confinados. Hace sol en Galdácano. Hay gente en la calle. El mensaje del experto en comunicación sólo va a llegar a aquéllos para los que ese mensaje sea ya una obviedad.

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“Ya habrá tiempo para la crítica y la confrontación”.

Ah, vale. Al final sí que es experto en comunicación.

 

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“Los médicos son los grandes soldados de esta campaña”, dice la presentadora.

Qué fácilmente se entregan a las metáforas bélicas quienes hasta hace cuatro días se negaban a entender la gravedad de una crisis sanitaria. Los que ya avisaron, ¡sin metáforas!, hace seis días, probablemente pasarán a ser acusados de minar la moral de las tropas.

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Las certezas que no se tenían antes de la crisis no se adquieren de golpe cuando ésta comienza, decíamos. Los que se negaron a entender qué era lo que venía son los mismos que se negaban a entender cualquiera de los problemas complejos que pretendieron solucionar con campañas simpáticas, con empatía o con hashtags jurídicos.

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Gente cantando en los balcones de Italia, famosos enseñando algo tan complicado como ducharse.

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Es “dantesco”, habría que decir si estuviéramos en la tv comentando lo que se ve en la tv. Por fortuna no estamos ahí y podemos ahorrarnos el adjetivo. El experto en comunicación produce sílabas mientras unos músicos italianos realizan una performance para que entendamos cómo hay que lavarse las manos.

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La comparecencia de Sánchez se retrasará de nuevo, anuncian. Pero ya sabemos que se restringirán los movimientos y se cerrarán establecimientos.

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Uno de los filtros preinstalados me quería llevar a decir algo sobre la acción central del Estado y las autonomías, pero no es que no haya tiempo para eso, es que no hay ganas.

 

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Hasta aquí. “Empieza a parecerse demasiado a las ocurrencias de tuiter”, piensa, instalado en la idea de que algunas veces es capaz de producir algo que no sea precisamente eso y solamente eso.