Los profetas contra los planificadores

jubilo

 

El socialismo, en cualquiera de sus grados y vertientes -es decir, todo lo que existe menos yo y los que piensan como yo- es un error, porque la planificación mediante la que se pretende organizar la sociedad es imposible. ¿Cómo van a poder prever todas las preferencias individuales, cómo van a poder saber qué es lo que va a querer la gente?

Por eso el Estado tiene que desaparecer inmediatamente. En su lugar, las fuerzas del mercado actuarán sin restricciones y crearán soluciones inmediatas y perfectas para todos los conflictos que puedan surgir. No habrá policía, pero, ¿llegará por ello el caos? ¿Habrá un período turbulento en el que la violencia será difícil de controlar? No, yo sé que no. Imposible. Quien diga eso es un socialista, o al menos un cómplice de la coacción. La mayor violencia parte del Estado, y los mayores criminales han sido siempre los Estados. Así que, lógicamente, en cuanto se elimine, habrá mucha menos violencia.

No hagáis caso a quienes aconsejan, por prudencia, ir poco a poco. Todo el aparato estatal tiene que desaparecer de golpe, desde los hospitales públicos hasta la policía. Repartiremos las armas entre todos para que podamos defendernos, y calcularemos cuánto nos han robado mediante impuestos para saber cuánto nos corresponde a cada uno.

Os dejo una muestra de cómo podrían ser serán las cosas cuando por fin seamos total y absolutamente libres.

El Estado ha muerto. Día uno.

Las calles se convierten en una corriente imparable de júbilo. Desde mi ventana oigo el sonido metálico de las cadenas chocando contra el suelo, y se ven banderas de todos los colores. Rojas y negras, amarillas y negras, azules y negras… También, por fin, todos poseen aquello que siempre nos han negado, el símbolo de nuestra libertad: rifles de asalto, pistolas y ametralladoras.

El Estado ha muerto. Día dos.

La comisaría de la calle de enfrente es tomada por una vanguardia consciente. Al grito de «¡asesinos!», los policías son conducidos a la plaza mayor para ser juzgados por… Bueno, supongo que por alguna agencia de servicios jurídicos recién creada gracias a las fuerzas del mercado libre y el orden espontáneo.

El Estado ha muerto. Día tres.

Por la noche me ha parecido ver un grupo de personas entrando en los grandes almacenes junto a la farmacia. Al grito de «¡corporativistas!» han vaciado el escaparate de televisores, tablets y móviles. Ha habido alguien que salía con un carro de supermercado lleno de alimentos. Barba poblada, palestino al cuello… no, no puede ser él.

El Estado ha muerto. Día cuatro.

Los responsables de los grandes almacenes han intentado encargar una investigación sobre el robo de la última noche. No hay policía, pero han surgido cinco o seis agencias de seguridad, de repente, y funcionan de maravilla. Los pocos crímenes que se producen -pocos, muy pocos, al fin y al cabo los criminales eran los policías y los que apoyaban al Estado opresor- son resueltos impecablemente por estas agencias. Rápido, eficiente y barato, como todo desde que que no hay coacción.

El Estado ha muerto. Día cinco.

La investigación ha dado un giro inesperado. Al parecer, los grandes almacenes se habían beneficiado de alguna legislación estatal, así que todas sus propiedades han sido confiscadas. Sus responsables están a la espera de ser juzgados.

El Estado ha muerto. Día seis.

Tengo que decidir a qué administración me quiero adscribir, así que no podré volver a escribir este diario por un tiempo. No sé si me conviene más la agencia Smith -la de la pena de muerte por garrote vil a quienes inician la agresión- o la NewHoppe -en esta tendría que jurar fidelidad a un monarca… si lo he entendido bien. En cualquier caso, todo va sobre ruedas, como era de esperar.