Un fascista, un fantasma del pasado

Mientras escribía un texto sobre la buena costumbre de no hacer política con lo posible sino, en todo caso, con lo probable, he leído que la Policía había identificado al autor de la amenaza contra la ministra Reyes Maroto. El viernes llegó un sobre con una navaja al Ministerio de Industria. En el sobre había una navaja con manchas rojas –posiblemente sangre, llegaron a decir en los medios-, recortes de capturas de Twitter y palabras sin sentido. Y un par de detalles sin demasiada importancia: el nombre y la dirección de la persona que había enviado el sobre.
Esta mañana el sobre se fue de gira. Adriana Lastra, portavoz del Grupo Socialista en el Congreso y Vicesecretaria general del PSOE, detenía un momento el mitin de campaña. Un hombre se le acerca y le deja algo sobre el atril. Lastra se dirige a los asistentes. Rostro serio, tono solemne. «Me acaban de pasar una nota, y es que a todo delito de odio lo precede un discurso de odio«. ¿Será que la nota incluía ya la frase, como una galleta de la suerte, o le dio tiempo a reflexionar y a preparar un comentario durante esos pocos segundos? Continúa Lastra. «Me acaban de hacer llegar que nuestra compañera Reyes Maroto, la que será la vicepresidenta del Gobierno de Ángel Gabilondo, acaba de recibir una navaja ensangrentada como amenaza. Y desde aquí…»
Desde ahí lo que sucede es que el rostro serio y el tono solemne dejan paso a la arenga, a la agitación y al grito. Los brazos suben y bajan, el volumen se eleva, el tiempo retrocede y los asistentes también se levantan, como en el 36, que es el momento al que conducen últimamente todos los discursos del PSOE. Los 35 segundos de preocupación contenida dan paso a lo importante: al odio, a la mentira, al uso partidista de un hecho sobre el que no conocían más que lo que les era útil. Los asistentes, también Ángel Gabilondo, se ponen de pie para escuchar y aplaudir los dos minutos de Lastra. Porque eso es a lo que iban, y de eso iba la nota que le acababan de pasar.

«Y desde aquí:», continúa la mujer que lo es casi todo en el partido moderado, «¡NO VAIS A PASAR! ¡AL FASCISMO: NO VAIS A PASAR! ¡SE ACABÓ! ¡SE ACABÓ! ¡ESTO SÍ QUE VA DE DEMOCRACIA!»
Pero resulta que no iba de democracia, sino de psiquiatría El hombre que había enviado el sobre fue identificado después de ese mitin. O tal vez los medios informaron sobre la identificación sólo después de ese mitin. Parece lo mismo, pero es muy distinto.  El mitin se celebra el lunes por la mañana, el sobre se recibe en el Ministerio de Industria el viernes por la tarde. Un sobre, recordemos, que incluía la dirección y el nombre del remitente. Tres días para comprobar una dirección, o tres días para informar sobre la comprobación. El sobre del viernes no se hace público hasta el lunes, que es cuando vuelven las tertulias y los programas de actualidad. En uno de esos programas estaba hoy Yolanda Díaz, la ministra del Partido Comunista de España. Sonríe mucho y bien, eso sí. Somos un país con comunistas en el Gobierno, pero también con ministros que sonríen mucho y bien. Una cosa por la otra. El sobre se fue de gira esta mañana y le dio tiempo a hacer una parada en el plató de ‘Al Rojo Vivo’. El programa de actualidad política recogió el sobre e informó sobre él. Un corresponsal del programa dio todos los detalles que podía dar en ese momento. Pero la pasión por los hechos impidió a los españoles contemplar el hecho de la pasión. Por suerte Helena Resano, al frente de ‘La Sexta Noticias’, corrigió el error. Amplió la noticia. La llevó hasta su mismo centro. Lo primero que mostró el informativo de La Sexta fue la reacción de Yolanda Díaz cuando se narraban los hechos. ‘Al Rojo Vivo’ había dado la palabra al corresponsal, pero nos faltaba, como espectadores, la imagen de la ministra. El factor humano. “Éste era el momento. La emisión en directo del programa no estaba dando esta imagen de Yolanda Díaz que se va sobrecogiendo según escucha esos detalles de la amenaza”.
Nos faltaba también el detalle de que el remitente era una persona con esquizofrenia, pero claro; o esquizofrenia o fascismo. O prudencia o fascismo. Y eligieron fascismo, porque la campaña, como la decencia, se les escapa.

Podría haber sido fascismo, sí. Podría haber sido un fascista de verdad, solitario, irrelevante y tal vez peligroso. Podría haber sido un militante de Vox, del PP o incluso de Ciudadanos, que han sido partidos fascistas en función de las necesidades de los antifascistas. Podría haber sido una conspiración de los partidos «fascistas» para movilizar el voto de izquierdas, por qué no; la imaginación es más poderosa que la razón. Podría haber sido un antiguo militar sublevado, un ministro franquista, un fantasma del pasado. Podría haber sido cualquier cosa porque el terreno de lo posible es tan amplio como queramos.
El de lo probable es otra cosa. Lo probable nos frena, aunque sea un poco. Lo probable nos hace pensar en los hechos, en las razones, en la estadística. Lo posible en cambio nos permite arreglar una campaña que pinta mal. Lo probable sigue siendo especulación, sí, pero al menos no es sólo imaginación. Al menos no es Lastra.

Podría haber sido un fascista, un proveedor de sentido. Pero resulta que era sólo un hombre con problemas mentales. Cumplió su función, aunque no lo sepa. Y mañana Adriana Lastra estará con el moderado Gabilondo dando un mitin en algún lugar de Madrid. Para frenarlos a todos, porque no pasarán.

Programa político inmóvil, III

2- La educación pública como canal de distribución de las ideologías dominantes y como simulacro del logro académico.

Hasta ahora las propuestas educativas de los partidos del bloque alternativo -los partidos de derechas, del centro derecha, de la no izquierda o de la izquierda no nacionalista- han sido limitadas y muy poco ambiciosas. Se pueden resumir en:

  • Cheque escolar.
  • Defensa de la concertada.
  • La lengua vehicular entendida sólo como una cuestión de libertades y derechos.
  • Bilingüismo castellano/inglés.
  • Pin parental.
  • Tímida y efímera defensa de la reválida

Mientras tanto, la oferta declarada del bloque de la izquierda nacionalista se resume en una frase: «Por una educación pública de calidad». Y a esta idea contraponen otra del lado tenebroso, que en el fondo es lo de siempre: «La derecha odia la educación pública». Esto lo dicen constantemente los principales representantes de ese bloque. El último en hacerlo, Pablo Iglesias en un mitin por las elecciones madrileñas. Más allá de esta oferta declarada, ¿qué es lo que ofrece realmente el bloque de izquierda nacionalista respecto a la educación?

  • Diecisiete sistemas educativos y diecisiete inspecciones del Estado.
  • La supervivencia de las «lenguas propias» de las regiones nacionalistas como criterio fundamental de la educación, por encima del aprendizaje de los alumnos.
  • La calidad educativa entendida sólo como una cuestión de ratios y financiación.
  • Descrédito de la memoria, de la comprensión lectora y del análisis crítico.
  • El aula entendida como teatro para la representación de habilidades múltiples y para el desarrollo de las identidades también múltiples de los alumnos. La escuela como institución en la que se cultivan valores, afectos e identidades, y no sólo como institución en la que se transmite el conocimiento.
  • Resultados académicos desvinculados del aprendizaje real. Las notas como alimento para la autoestima, no como reflejo de lo aprendido. La promoción social como simulacro simbólico, no como el resultado de un buen proceso educativo

La pregunta ahora sería: «¿Qué podría y debería ofrecer un bloque alternativo?» Debería haber una pregunta, sí, pero debemos tener en cuenta cuál es el punto de partida. Actualmente, tanto la izquierda como la derecha contribuyen a que este modelo de escuela sea el único modelo existente. La única respuesta firme a esos principios pedagógicos viene de profesores que deciden exponer el gran simulacro al que llevamos años llamando educación.
Lo primero que deber hacer un bloque alternativo, por tanto, es nombrar, estudiar y denunciar los aspectos negativos del consenso. En este caso, del consenso educativo. Y sólo cuando tenga claro qué es lo que está mal en ese consenso, sólo cuando tenga claro por qué se trata de un modelo que perjudica al alumno, y especialmente a los alumnos de familias con menos recursos, podrá proponer un modelo alternativo. Este modelo alternativo podría comenzar a construirse alrededor de principios como los siguientes.

  • El alumno como sujeto universal del sistema educativo en todas las regiones de España. Fuera identidades particulares, fuera instrumentalización nacionalista de la educación y fuera la concepción del aula como teatro para la representación de afectos.
  • El profesor como sujeto entregado a las necesidades del alumno, no a sus deseos particulares, y como única autoridad en el aula.
  • El libro como registro de los hechos relevantes en cada materia, no como herramienta de las ideologías dominantes y de las particularidades regionales.
  • Un único sistema de oposición para todos los docentes españoles, una única prueba de selectividad para todos los alumnos españoles.
  • La Inspección del Estado como garantía de que se cumplen todas las condiciones que permiten un sistema educativo universal y en el que el único objetivo es el aprendizaje del alumno.
  • Todos estos principios en realidad se derivan de un primer principio, de una norma fundamental: la escuela es una institución en la que se transmite conocimiento.

¿Y cómo trataría este sistema educativo a la diversidad?
De la manera más progresista posible: diluyéndola en lo común cuando se trata de diversidad afectiva, sentimental o religiosa; y tratándola de modo que beneficie al alumno cuando se trata de diversidad en cuanto a las capacidades o a las necesidades, por encima de premisas ideológicas y voluntaristas.

Las diversidad derivada de ideologías, sentimientos, religiones o principios pedagógicos irracionales tendría cabida en el sistema educativo, sí. En el ámbito privado. Los padres que quieran para sus hijos una escuela ideologizada, o religiosa, o nacionalista, o segregada por sexo, o en la que se primen los sentimientos y las habilidades sociales sobre el conocimiento, siempre tendrán la posibilidad de matricularlos en escuelas privadas, y de asumir los costes que pudiera tener para sus hijos. Al margen de esas escuelas particulares se situaría la escuela pública. Una escuela que debe ser universal, común, neutral, elitista en cuanto a las expectativas y no en cuanto al acceso, realista, exigente, honesta, seria. Una escuela liberada de servidumbres políticas e ideológicas que forme, mediante el conocimiento, alumnos libres.

Publicaciones

 

Algunos textos recientes que he dejado últimamente en otros sitios.

En primer lugar, colaboración en ‘Naciones de papel: reflexiones para tener futuro‘, obra colectiva editada por la Asociación Pompaelo. El mío es un texto sobre los efectos de las políticas educativas nacionalistas, empeñadas en imponer la «lengua propia» a alumnos que tienen el castellano como lengua materna y como lengua de uso.  Se puede leer un resumen aquí. Y está a la venta en Amazon. 

 

En segundo lugar, tribuna en El Español con el debate reciente en torno a la ideología de ETA de fondo, sobre el que escribí también en el blog unos días antes. Se puede leer aquí, en abierto.

elesp

Por último, la entrevista que me hizo Óscar Benítez para El Liberal.cat, que se puede leer aquí. Sobre estigmas democráticos, pactos con golpistas, izquierda, nacionalismo, violencia política y la cultura de la cancelación.

entel

Habrá más anuncios en los próximos días.

¿Son siquiera posibles las bandas terroristas de izquierdas?

Hace unos días Julio Lleonart, que fue diputado por UPyD y hoy es tertuliano en la radio y profesor en la universidad, un hombre con vocación de comunicador, dijo en tuiter que ETA no era de izquierdas. Eso no habría sido más que un comentario discutible, pero no se quedó ahí. Lo que dijo fue que ETA no sólo no era de izquierdas, sino que no podía serlo.
Dijo literalmente esto:

si eres un asesino, si eres un monstruo que pertenece a una banda armada responsable de centenares casi miles (y sin el casi) de atentados… la única ideología que profesas es el terrorismo.

Cuando otros tuiteros le respondieron, Lleonart, hombre con vocación de comunicador, cerró el debate. Bloqueó a muchos otros usuarios que le decían que su comentario no sólo no era cierto, sino que partía de un error enorme, de una premisa falsa.

Lo que dijo Lleonart, y lo que después dijeron otras personas más sensatas, es que ETA no podía tener ideología porque su única ideología era el terrorismo. Este pensamiento coelhiano queda muy bien en algunos programas de la radio, y no digamos en clases universitarias en las que el público es muy joven. El terrorismo no tiene ideología, El machismo mata más que el virus, Cuando deseas realmente algo el universo conspira para que lo consigas. Son frases cortas y rápidas que suelen dejar al público, especialmente si es joven y de pensamiento también rápido y corto, con la boca abierta. Pero tienen un punto flaco: son comprobables. Y cualquiera -¡qué insolencia!- puede comprobar qué hay de cierto en ellas.

En el caso que nos ocupa, la frase no es que ETA no fuera de izquierdas, sino que no podía serlo. Porque el terrorismo, en fin, era su única ideología. Esto no es que sea comprobable, es que es estúpido sin necesidad de comprobación, lo es a priori. Una banda terrorista elige un medio para hacer política, el terrorismo, pero elige también, previamente, uno o varios fines. Esto último es lo que le aporta ideología, no los medios. Si la banda terrorista no tuviera fines políticos, si no tuviera ideología, ¿para qué asesinaban y para qué se exponían a cárcel o a la posibilidad de morir preparando un atentado?

Hoy Gorka Maneiro continúa el debate en El Español. Lo explica de manera más didáctica, pero incurre en un error nuevo, o al menos en una incoherencia. El artículo en El Español amplía algo que dijo también en tuiter. Esto:

¿ETA era de izquierdas? No creo que sea definitorio de la izquierda o la derecha el asesinato de inocentes… Sabemos que los miembros de ETA asesinaron a empresarios y trabajadores, a jubilados y a parados, a mujeres y a niños. A gente inocente. Eran basura. Terroristas. Punto.

Es una idea parecida a la de Lleonart. No podía ser de izquierdas porque era terrorista. Ese “Punto” parece que niega la posibilidad de ser otra cosa. Pero resulta que sí puede ser otra cosa. Resulta que Maneiro afirma hoy en El Español que ETA sí tenía ideología, a pesar de ser una banda terrorista. ETA, dice Maneiro, “fue una banda terrorista de ideología nacionalista”.

Unos párrafos antes dice esto:

Sé que ETA se reivindicaba como socialista y de izquierdas. Pero también se reivindicaba como defensora de la democracia y trató sin reservas de acabar con ella. También decía defender a la clase trabajadora mientras asesinaba cruelmente a trabajadores con un tiro en la nuca o un coche bomba.

Sé que ETA quería imponernos un proyecto socialista y sé también que ETA asesinó a socialistas. Sé que la banda y sus servicios auxiliares se reivindicaban como feministas, y sé también que asesinó a mujeres y niñas. Sé que ETA decía defender a la juventud vasca y el euskera, y sé también que ETA expulsó a miles de jóvenes de su tierra y asesinó a euskalzales.

Lo extraño, lo incoherente, es que en lugar del categórico “ETA fue una banda terrorista de ideología nacionalista” no escriba un párrafo paralelo a los otros dos en los que cuestiona que fuera socialista, de izquierdas, feminista, euskalzale u obrerista. Algo como “Sé que ETA se reivindicaba como nacionalista, pero asesinó a nacionalistas”.
Por alguna razón acepta que pudiera ser nacionalista y terrorista, pero no que pudiera ser de izquierdas, socialista, obrerista, feminista, euskalzale y terrorista.

Y creo que acepta que pudiera ser nacionalista pero no lo otro porque lo otro se nos presenta siempre no sólo como bueno y deseable, sino como esencialmente bueno y deseable. Y porque en muchos de nosotros está presente la idea, consciente o inconsciente, de que no se puede asesinar en nombre de lo Bueno, lo Bello y lo Justo. Y sí, claro que se puede. De hecho esta idea de que nosotros estamos más allá de la brutalidad, de que nuestros valores no pueden conducir al asesinato, es una de las ideas más peligrosas que podemos darnos. Claro que se puede asesinar en nombre de lo Bueno, lo Bello y lo Justo. Precisamente en cuanto aparecen las mayúsculas aparece también la posibilidad del asesinato de masas. Las mayúsculas nos ofrecen la posibilidad de disfrazar nuestros asesinatos, de presentarlos como determinaciones históricas, daños colaterales o pequeños males necesarios para conseguir el Bien.

Se ha dicho a lo largo de este extraño debate iniciado por Lleonart que lo importante en ETA no es que fuera de izquierdas, sino que asesinaba. Y así es. Pero era de izquierdas. Y nacionalista. Igual que ha habido bandas terroristas ecologistas, o religiosas, o de derechas. Que haya gente que asesina en nombre de nuestras ideas y de nuestros valores no contamina esas ideas y valores. Lo que contamina nuestras ideas y valores, o mejor dicho, lo que nos contamina a nosotros, es pensar que estamos libres de cualquier posibilidad de contaminación, que nuestras ideas son puras y buenas, y que cualquiera que las comparta está a salvo de la posibilidad de convertirse en un asesino o en alguien que justifica el asesinato.

Variaciones Goldstein

En la izquierda institucional española triunfó hace ya demasiados años la concepción de la política como gestión del odio, que consiste tanto en su activación como en el fortalecimiento y la canalización del mismo. Saben que un correcto manejo del odio puede suponer para ellos una sucesión casi inevitable de victorias electorales y un paraguas eficaz ante las posibles críticas que pudiera suscitar su acción de gobierno. Si se gestiona correctamente es posible incluso eliminar el concepto mismo de oposición, o soñar con ello mientras se va preparando el terreno.
No es hipérbole:

Y ahora ustedes, y usted, que ha apoyado aquí… en contra, pero usted… pero usted ha pulsado el botón para apoyar la ley… o no apoyarla, pero es usted un parlamentario representante de esta Cámara y ahora se dedica a trabajar con ahínco en uno de los órganos de la Comisión Europea para desprestigiar a España. Usted, que tendría que estar defendiendo la ley que han respaldado la mayoría de los españoles, aunque estuviera en contra. Aunque estuviera en contra.

Estas palabras de difícil lectura pero de comprensión muy fácil en el vídeo (minuto 3:55), con sus énfasis, sus dedos acusadores y sus miradas, las pronunció hace pocos días en el Congreso la ministra de Educación. Isabel Celaá no es de EH Bildu, de la CUP, de ERC o de Podemos; Isabel Celaá fue portavoz del primer Gobierno de Sánchez, el de la moción de censura; fue también consejera de Educación en el Gobierno de López en el País Vasco; y actualmente es ministra de Educación en el segundo Gobierno de Sánchez. Cuando hablamos de la gestión del odio por parte de la izquierda española no nos referimos a partidos como Sortu o la CUP, y tampoco a ERC o a Podemos; hablamos del PSOE, que es el principal partido de la izquierda española, el principal partido del Gobierno y, sí, el partido que tiene como socios a todos esos otros partidos de izquierdas. Esto último, su asociación con el resto de compañeros de moción, no es lo verdaderamente relevante, a pesar de que es lo que más habitualmente se señala. Lo relevante es que quien pronuncia un discurso claramente totalitario en el Congreso de los Diputados es una ministra del PSOE. Y lo relevante es que esta parte de su discurso quedó enterrada por la incomparecencia de los habituales pero también porque todos nos fijamos en sus primeras palabras, aquellas que dirigió al diputado Matarí cuando éste habló de la educación especial.

Es el PSOE quien lleva años manejando con profesionalidad el odio al enemigo político. El recurso constante a “la foto de Colón” -un acto político pacífico-, con todas sus variaciones, no es más que eso, una versión adaptada a los tiempos de los dos minutos de odio. Goldstein es ahora Abascal, pero cuando Abascal aún no era nadie ya lo eran Rajoy y Rivera. El mero hecho de nombrar “la foto de Colón” despierta odios perfectamente cultivados, y hace que se toleren o se ignoren palabras y actuaciones criminales o cómplices con el crimen. Creo que todos estaremos de acuerdo en que lanzar una piedra contra alguien, con la intención de herirlo, es un acto criminal. Y creo que incluso podríamos aceptar que lanzar una piedra contra alguien por sus ideas políticas es violencia política, planificada y racional, y que es un acto criminal que busca un fin político concreto. En lo que ya no hay coincidencia es en la universalidad del concepto. Ahí es donde se abre la brecha entre la izquierda institucional y el resto de los ciudadanos. En la izquierda ya es normal decir que lanzar piedras contra otras personas por sus ideas políticas es no un crimen sin matices, sino una “defensa frente al fascismo”, una “respuesta ciudadana” o “un compromiso con la democracia”. Todas estas cosas las han dicho personas de un partido que está en el Gobierno; e incluso personas que forman parte del Gobierno. Y todas estas cosas se pueden decir desde la izquierda institucional no sólo porque el PSOE se refiere a esos hechos como respuestas a provocaciones previas o extremismos alimentados por otros extremismos, sino también porque el PSOE se refiere sistemáticamente a la oposición como “el fascismo”. Y “al fascismo no se le discute, se le combate”.

Este ambiente asfixiante en el que la izquierda puede hacer política con normalidad y la oposición es expulsada violentamente del espacio público también con normalidad no es una posibilidad, no es lo que podría pasar si continúa la extraña “espiral” en línea recta. Este ambiente político es el gran triunfo de la izquierda española institucional. El escrache a Rosa Díez en la Complutense en 2010, los ataques contra los actos de Ciudadanos en Alsasua -Savater- o Rentería -Maite Pagazaurtundúa- y los ataques de ayer contra los asistentes a un acto de Vox son un continuo y son categoría, no anécdota. Y lo son porque previamente se ha instalado una versión alucinada de lo que hoy representa la derecha española. La izquierda institucional lleva años diciendo que la derecha quiere recortar derechos fundamentales porque sabe que sólo así, demonizando a la oposición, puede legitimar la patada en la puerta sin orden judicial cuando gobierna; lleva años diciendo que la derecha contamina las instituciones porque sólo así pueden convertir el CIS en una herramienta para movilizar el voto de la izquierda, y porque sólo así esto se puede constatar en la televisión pública sin que se genere escándalo; lleva años diciendo que el triunfo de la derecha significaría la implantación de la violencia, porque sabe que sólo así se puede normalizar la violencia política de los suyos, que no está en condicional; lleva años diciendo que la derecha no cree en la igualdad, pero es la izquierda la que defiende que la oposición no pueda hacer política en determinados territorios; la izquierda española, en fin, lleva años diciendo que la derecha alimenta el odio y la crispación por el mero hecho de existir, y cuando lo dicen son perfectamente conscientes de que eso, ese discurso concreto sobre su enemigo político, no es más que un odio perfectamente destilado.

La izquierda española institucional decidió hace años prescindir de la distinción schmittiana entre hostis e inimicus, igual que en su día decidió enterrar a Montesquieu. El adversario político, el rival privado, el objeto de sus odios y el que despierta sus más bajas pasiones está más allá de las puertas, y ha de ser tratado como enemigo público. Todos, desde Abascal a Savater, desde Ayuso a Álvarez de Toledo, de derechas o de izquierdas, son Emmanuel Goldstein. Con una diferencia: Goldstein probablemente no existía, mientras que las piedras que se lanzan en España golpean a personas reales. No debemos dejarnos llevar por la épica ni por las llamadas a la guerra: lo que hay detrás de esto no es una cruzada ideológica, sino el puro deseo de conseguir y conservar el poder. El PSOE, principal representante de la izquierda española, es hoy una maquinaria de gestión del odio al servicio de la voluntad de poder. No hacen la política que hacen porque odien a la derecha, sino que cultivan el odio a la derecha porque es la manera más eficaz de mantenerse en el poder y la manera más eficaz de desactivar cualquier crítica al autoritarismo en el que tan cómodamente se han instalado.

Muchos en la izquierda justifican y toleran todo esto porque sí se creen la cruzada, porque entienden y comparten la estrategia de fondo o porque temen que si lo denuncian acabarán también ellos convertidos en Goldstein. Muchos, pero no todos; la pregunta que hay que hacerse es cuántos votantes de izquierdas no están dispuestos a convertirse en bajos comisionados para la gestión del odio, cuántos están dispuestos a decir sin complejos que se sienten más cercanos a un simpatizante de algún partido de la oposición al que lanzan objetos que a un dirigente de izquierdas que quita hierro a las tuercas arrojadizas. Creo que es una pregunta fundamental, y de su respuesta dependerá que haya o no salida a este ambiente político.

Lotófobos

Hablábamos la última vez de los lotófagos, de todos aquellos que viven en un combate sin tregua contra la memoria. Hay lotófagos en el ámbito educativo, como veíamos, pero es mucho más común encontrárselos en el ámbito de la política. Tanto más común cuanto más incómodo resulta el pasado que se quiere borrar o reescribir.
Ninguna región española tiene una historia reciente tan incómoda como la del País Vasco. Esto es así porque en ninguna región española ha habido un grupo terrorista activo durante más de cuatro décadas, y sobre todo porque ese grupo terrorista contó con el apoyo tácito y explícito de una buena parte de la sociedad vasca. Todavía hoy sobreviven los discursos legitimadores en el mismo espectro sociopolítico que justificaba y apoyaba el terrorismo, y todavía hoy perduran los efectos de todas esas décadas de violencia política unidireccional.

Por todo esto es incómodo el pasado reciente en el País Vasco, y por eso hay un empeño enorme en imponer una política de desmemoria, que irónicamente se aplica desde los departamentos de Memoria del Gobierno vasco.
La memoria es una facultad humana, y por lo tanto es falible. Puede además referirse a cosas distintas. Pero si hablamos de ‘memoria’ como capacidad para recordar el pasado y, sobre todo, como exposición de hechos, debemos partir de una premisa: hay memoria, o puede haberla, porque hay hechos objetivos. Los hechos existen independientemente de cómo los recordemos, e incluso independientemente de si los recordamos o no. La memoria por lo tanto no puede ser “poliédrica”, ni puede estar sujeta a la negociación. Una cosa es que los hechos produzcan sentimientos distintos en cada uno de nosotros, y otra cosa es que existan distintos hechos en función de las circunstancias de cada uno de nosotros.

La historia reciente produce sentimientos incómodos en muchos ciudadanos del País Vasco, sí. Esto ocurre porque muchos de esos ciudadanos apoyaron a una banda terrorista que hacía política mediante asesinatos, secuestros, amenazas y chantajes, y porque muchos otros nunca le dieron la importancia que tenía. Ocurre también porque ese hecho condujo necesariamente a otro, y porque este otro no es pasado sino presente: el mapa y el ambiente políticos que configuran hoy el País Vasco son precisamente el resultado buscado de esas más de cuatro décadas de violencia política. La banda terrorista ETA no era un grupo de asesinos nihilistas. No asesinaban por placer ni por la fascinación de hacerlo, no eran como los alumnos de Rupert Cadell en ‘La Soga’. Ni siquiera asesinaban para castigar a quienes consideraban enemigos del pueblo vasco; asesinaban para generar un efecto concreto en la sociedad vasca, para impedir que en la sociedad vasca pudieran operar personas que pusieran en peligro su proyecto político. Eran asesinos pragmáticos y racionales, no endemoniados. Asesinaban porque sabían que todo ello merecía la pena, porque producía efectos políticos y sociales que consideraban necesarios. Por eso es profundamente injusto y equivocado decir que “todo aquello no sirvió para nada”.

Todo esto ocurrió durante décadas, y todo aquello produjo efectos que probablemente durarán décadas. Pero incluso aunque no fuera así, incluso aunque la izquierda abertzale, el espectro social y político que legitimó a ETA, no fuera hoy la segunda fuerza política en el País Vasco, incluso si hubieran sido justamente barridos de las instituciones por los ciudadanos… incluso así sería necesario ocuparse de la memoria. Es decir, de los hechos.
No por respeto a las víctimas de la violencia política, ni por ese deseo utilitarista de que “no se vuelva a repetir”, tan extendido hoy, tan cómodo y tan falso; es necesario ocuparse de los hechos porque los hechos son. Y porque si no son los hechos quienes configuran nuestros recuerdos sino determinados agentes políticos y sociales, entonces no podremos decir que somos sujetos libres y autónomos. Si no aceptamos que los hechos son absolutos, que no dependen del ánimo del ser humano, entonces acabaremos aceptando el relativismo dogmático de los lotófagos. No hay equidistancia, término medio ni negociación posibles: la elección que se nos presenta es la de escoger entre el absoluto de los hechos o el dogmatismo del relato.

Cuando empecé a escribir sobre nuestro pasado reciente, hace ya algunos años, no me planteé su utilidad ni la motivación que había detrás. Escribía para mí, y escribía por lo que veía en una población tan pequeña como Galdácano. Lo hacía para recordarme que Xabier García Gaztelu ‘Txapote’, Jon Bienzobas Arretxe ‘Karaka’, Francisco Javier López Peña ‘Thierry’, Francisco Javier Martínez Izagirre ‘Javi de Usansolo’ o Kepa del Hoyo, homenajeados en las paredes de las calles y celebrados en público como héroes, no eran nada de eso, sino asesinos de ETA; y sólo porque empecé a escribir sobre ellos llegué a los nombres de Víctor Legorburu, Eloy García Cambra, Jesús Ildefonso García Vadillo o José Ortiz Verdú, que no murieron por causas misteriosas sino asesinados en Galdácano por compañeros de esos otros ilustres vecinos a quienes veía habitualmente. Si no hubiera sido por la necesidad de saber más sobre los asesinos esas cuatro víctimas de ETA, entre otras, habrían seguido siendo nombres desconocidos para mí, alguien que ha vivido en este pueblo más de treinta años. Y saber más sobre los asesinados, saber quiénes, dónde y cómo los asesinaron, debería ser el objetivo fundamental de todas las políticas de memoria. Aunque sea incómodo, y precisamente porque tendemos a evitar lo incómodo.

La semana pasada, el miércoles, asistí a la presentación de un proyecto noble y necesario. Se presentó en Bilbao el primer volumen de ‘Historia y memoria del terrorismo en el País Vasco’. Es el primero de tres volúmenes que irán apareciendo a lo largo de un año. En octubre se espera el segundo, y en marzo de 2022 el tercero y último. Lo relevante es que, además del libro, se ha creado un archivo con miles de documentos relacionados con los atentados terroristas que se han cometido en España desde 1968, cuando ETA asesina a José Antonio Pardines. El archivo cuenta con una carpeta para cada víctima, documentos con las reacciones en prensa después de cada atentado, las actas municipales con las deliberaciones y las resoluciones adoptadas cada vez que se cometía un atentado. Es una gran obra, pero es mucho más que eso. Es un proyecto puesto en marcha por el Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo, por el Instituto de Historia Social Valentín de Foronda y por la Universidad del País Vasco, que parte del trabajo previo de personas como Florencio Domínguez, Gaizka Fernández o Raúl López Romo, y que va más allá de esta obra en tres volúmenes y del archivo: en los próximos meses se espera la apertura al público del Centro Memorial en Vitoria, que funcionará también como museo sobre el terrorismo. Será una instalación para mostrar precisamente lo que no debe olvidarse: quiénes fueron asesinados, secuestrados, amenazados; quiénes asesinaron, cómo asesinaron, dónde asesinaron.

Los comedores de loto vivían sin la incomodidad de saber quiénes eran y de dónde venían. No tenían vínculos ni con su familia, ni con su origen, ni con su pasado. Su reflejo en el agua no significaba nada, puesto que nunca habían sido nada. Aunque sí lo fueron, claro; simplemente no lo recordaban. La privación planificada de la memoria y la negación de los hechos, su disolución en un mundo en el que sólo puede haber relatos, sentimientos y subjetividades nos llevaría a una isla como la que describe Homero. Lo que ofrece el proyecto que hemos mencionado es justo lo contrario: la posibilidad de rechazar conscientemente el loto, de aceptar la incomodidad de los hechos, de reconocernos en nuestro reflejo. Y de contárselo a los viajeros con los que nos crucemos.

Lotófagos, II

Creo recordar que el primer artículo que escribí para The Objective fue ‘Lotófagos’, aunque es posible que me falle la memoria. Era marzo de 2016, unos días después del aniversario de los atentados del 11 de marzo en Madrid, y el tono de la reflexión era, como de costumbre, pesimista. Había y hay razones para ello. En España llevamos años viendo cómo los principales responsables políticos han colocado la destrucción de la memoria en los primeros puestos de su lista de prioridades. Lo vemos en la educación, sin duda. “El Gobierno planea un vuelco para que el aprendizaje en la escuela sea menos memorístico”, leíamos hace dos días en El País. Según el periódico, que dice haber tenido acceso a los documentos que maneja el Gobierno, esta reforma pretende sustituir “el sistema enciclopédico, consistente en largos listados de hechos y conceptos, que los alumnos debían poder repetir, implantado tras la ley Wert, por otro en el que los alumnos aprendan a aplicar los conocimientos”. Más allá de lo que pretenda y de lo que consiga la reforma, lo relevante es fijarse en las palabras con las que habitualmente se envuelve el asunto. Se pretende que los alumnos aprendan a aplicar los conocimientos, y al mismo tiempo se presenta el conocimiento, la adquisición y la comprensión de datos y conceptos, como algo arcaico, inútil o despreciable. Cabría preguntarse, por tanto, qué es lo que tiene de positivo, de real, una reforma que pretende aplicar algo que previamente quiere degradar. Y cabría preguntarse también cuánta verdad hay en las premisas de las que parte la reforma. ¿No se enseña ya, no se ha enseñado siempre a “aplicar los conocimientos”? ¿Cómo se puede aprender Historia, Lengua o Filosofía, cómo se puede comprender un contexto, un texto o un concepto sin aplicar y relacionar conocimientos? ¿Dónde han visto los apóstoles del ministerio esas aulas en las que se prohíbe la aplicación del conocimiento?

Este discurso vaporoso y degradante no se da sólo en los debates técnicos del ministerio. Ayer la ministra de Educación, Isabel Celaá, escupió a un diputado del PP una serie de palabras en un intercambio dialéctico sobre la educación especial. “Señor Matarí, ¿de dónde viene usted? ¡De qué lejos viene usted! Usted no tiene ningún contacto ni con el mundo educativo, ni con los padres, ni con los hijos, ni con los profesores. Usted no sé de qué habla”. El señor Matarí, diputado del Partido Popular, acababa de contar que es padre de una hija con síndrome de Down que estudió en un centro de educación especial. Gracias a ello pudo estudiar un grado en la universidad, también adaptado a sus necesidades, y hoy trabaja y está integrada en el ámbito laboral y social. Menos de dos minutos después la ministra de Educación comenzó su respuesta con el mencionado “Señor Matarí, de dónde viene usted”, y esto produjo risas en el Congreso. La ministra Celaá comenzaba su intervención preguntando “de dónde viene” a alguien que acababa de explicar de dónde venía. “Usted no tiene ningún contacto con el mundo educativo, ni con los padres, ni con los hijos, ni con los profesores”. Esto es lo que vino después de las risas, y se lo dijo a un padre que acababa de explicar el proceso educativo de su hija.

La ministra que le dice a un padre como Juan José Matarí que no tiene contacto con algo que por desgracia conoce a la perfección es la misma que inicia una reforma para “sustituir el conocimiento memorístico por la aplicación del conocimiento”. La ministra, sus técnicos y sus apóstoles, ella y los que presentan la reforma como lo más progresista y lo más innovador que se puede hacer en la educación, desconocen qué es lo que pasa en las aulas de España desde hace años. Desconocen que cualquiera que se dedique a la docencia espera -o debería esperar- de sus alumnos algo más que el volcado de datos y conceptos. Y desconocen también que la principal dificultad que tiene el docente para conducir a sus alumnos a algo más que el volcado acrítico de datos y conceptos, la razón por la que no siempre se consigue, es doble: por una parte, la raquítica comprensión lectora a la que se les condena desde las primeras etapas educativas; y por otra parte el desprecio al orden, al silencio y a la disciplina en el aula -condiciones necesarias para que pueda haber aprendizaje real- por ser valores del “antiguo régimen”, como si el cerebro humano pudiera explicarse desde la sociología y no desde la biología.
Por último, la ministra y sus técnicos deben de desconocer también que, además de estas dificultades comunes a las aulas de toda España, hay regiones en las que se añade una tercera dificultad: la obligatoriedad de aprender en una lengua que muchos o la mayoría de los alumnos no dominan. ¿Qué conocimientos esperan que apliquen los alumnos, por tanto, si se considera la memoria y la adquisición de conocimientos algo arcaico? ¿Qué conocimientos esperan que apliquen si consideran que las condiciones que permiten el aprendizaje son algo propio del antiguo régimen? ¿Y qué conocimientos esperan que apliquen los alumnos del País Vasco o de Cataluña que no dominan el euskera o el catalán, lenguas en las que les obligan a estudiar?

El debate sobre la “educación no memorística” no es más que una gran simulación compartida. Hablan y lanzan reformas fingiendo conocer lo que pasa en las aulas, y hablamos como si no supiéramos que la razón para este discurso no es su desconocimiento, sino su desinterés por la educación y por los alumnos. No desconocen lo que ocurre en las aulas españolas, sino que lo ignoran. Y esta simulación la llevan hasta lo más personal. Si la ministra Celaá responde con desprecio a Juan José Matarí, y si los compañeros de Celaá en el Congreso ríen tras sus palabras, no es porque se hayan olvidado de lo que acaba de contar el diputado, sino porque no les importa. Porque les da igual. Y porque saben que a la mayor parte de sus votantes y a buena parte de quienes se dedican a fiscalizar los discursos y los actos de los políticos también les dará igual tanto el fondo como la forma.
Éste es el terreno político y moral en el que se produce el debate sobre la educación en España. Algo que no sólo debería ocupar tribunas, editoriales y telediarios, sino que debería llevar a la dimisión de Isabel Celaá, incapaz de estar a la altura de su cargo, de la profesión docente y de las justas demandas de padres como Juan José Matarí.


Había comenzado este texto con la intención de hablar de un proyecto relacionado con la memoria que se presentó ayer en Bilbao, pero no sería justo mezclar algo así con esto otro. Queda para mañana el texto sobre la otra memoria, en la que sí hay avances y nobleza.

¿Los herederos de ETA?

Mertxe Aizpurua aseguró en la última reunión de la Junta de Portavoces del Congreso que su grupo no tolerará que sigan refiriéndose a ellos como los “herederos de ETA”. Su grupo es EH Bildu, cuyo coordinador general es Arnaldo Otegi. EH Bildu es una coalición política de partido único, se podría decir. Sortu fue desde su fundación el partido de verdad, el que recogía el testigo de Batasuna, y a ellos se unieron comparsas como Aralar, ya disuelto; Alternatiba, escisión de Ezker Batua-Berdeak, que a su vez fue una escisión de la sección vasca de Izquierda Unida; y Eusko Alkartasuna, marca histórica en el País Vasco que llevaba varios años sumida en la irrelevancia y que hoy, tras algunos años de lucha interna, parece que ha abrazado definitivamente su papel de comparsa.
Sortu es, por tanto, el partido que representa hoy a la izquierda abertzale en el País Vasco. Su secretario general es Arkaitz Rodríguez, quien tomó el relevo de Arnaldo Otegi en 2017.

Ambos, Rodríguez y Otegi, estuvieron en 2017 en Galdácano para honrar la memoria de Kepa del Hoyo, preso de ETA fallecido en la cárcel por un infarto mientras hacía deporte. El pueblo apareció ese 5 de agosto decorado con pancartas y carteles de agradecimiento a Del Hoyo y a todos los ‘gudaris’ que, como él, “lo dieron todo por el pueblo”. Kepa del Hoy dio, concretamente, información para que ETA asesinara en febrero de 1997 al policía Modesto Rico Pasarín. Recoger información de posibles objetivos era parte de sus tareas como miembro del Comando Vizcaya. Compañeros de la banda terrorista usaron la información que proporcionó Del Hoyo para colocar una bomba en el coche del policía. Cuando explotó la bomba su cuerpo salió despedido y chocó contra el muro de un colegio. Unos meses después el comando colocó otra bomba en el coche de otro policía, Daniel Villar. En este caso la bomba no hizo que saliera despedido del coche, sino que el coche comenzase a arder, con Daniel Villar en su interior. Kepa del Hoyo fue condenado como autor de ese asesinato.
Rodríguez y Otegi, representantes de la izquierda abertzale, cumplieron con su trabajo el 5 de agosto de 2017. Su presencia ese día en Galdácano no fue ocultada, ni fue incoherente. Acudieron a un acto en el que la izquierda abertzale quiso reivindicar la vida y obra, es decir, la vida y las muertes, del etarra Del Hoyo. El propio Rodríguez dio un discurso tras las palabras de Peru Del Hoyo, hijo del etarra fallecido. El secretario de Sortu dijo que “Se lo debemos a nuestros hijos, la paz y la libertad, la victoria”. Después una mujer, probablemente madre de algún preso, leyó los nombres de los etarras del pueblo que aún estaban en prisión. Jon Bienzobas Arretxe, Jon Crespo Ortega, Leire Etxeberria Simarro… Así hasta llegar al último: Xabier García Gaztelu, más conocido como Txapote. Quienes se habían reunido en la plaza, los representados de Otegi y Rodríguez, aplaudían mientras se leían los nombres.

Cuando se intentan justificar expresiones como “los herederos de ETA” se suele mirar al pasado. Arnaldo Otegi, por ejemplo, fue miembro de ETA, y fue condenado por el secuestro de Luis Abaitua. Mertxe Aizpurua, la portavoz de EH Bildu que la semana pasada afirmaba que no iban a seguir tolerando esa expresión, no sólo fue redactora de Egin sino que fue condenada a un año de prisión por apología del terrorismo tras publicar en Punto y Hora una entrevista a José Manuel Alemán, que había sido parlamentario de Herri Batasuna y cuyo hermano José Javier había fallecido cuando manipulaba explosivos dentro de un coche. El hermano del entrevistado se había integrado en ETA, y en la revista Punto y Hora, dirigida por Aizpurua, se calificaba a José Javier como “gudari”; a él y a todos los “militantes de ETA caídos en la lucha por la liberación de Euskadi”. El ejemplar de esa semana –23 de septiembre de 1983, el número 320– llevaba en portada el Gudari Eguna, y unas páginas antes de la entrevista aparecía un editorial titulado “Gaurko gudariak”, los gudaris de hoy. En él la directora Mertxe Aizpurua reivindicaba no sólo la memoria de los gudaris, sino la necesidad de que siguieran derramando su sangre, pero especialmente la de sus enemigos, en “la guerra de Euskal Herria contra España”.

Sin duda es interesante el pasado, pero hay que distinguir entre el pasado y los discursos sobre el pasado. Los discursos sobre el pasado que se hacen hoy no son pasado, sino presente. El pasado de Arnaldo Otegi y Mertxe Aizpurua está ligado al terrorismo y a ETA, sí, pero eso no es lo relevante. Lo relevante es que su presente también, mediante sus actos, sus homenajes y sus discursos. Desde los envíos de cartas a presos que organiza Sortu hasta los mensajes de dirigentes de EH Bildu cada vez que un etarra sale de prisión, sin olvidar el mensaje de fondo cuando se pronuncian sobre la historia reciente del País Vasco, y sobre su papel en esa historia. Hace unos meses, en diciembre de 2020, la portavoz de EH Bildu pronunciaba estas palabras en el Congreso.

No tenemos duda de que por cada paso que demos recibiremos más ataques. Lleva décadas siendo así. Pretenden que desistamos, pretenden doblegarnos. Pues sinceramente les digo a estas fuerzas reaccionarias agazapadas en los poderes del Estado, a los jueces, a los militares, a los ultras, a los medios de comunicación del régimen, a ese régimen del 78, que no; que no conocen a la izquierda independentista vasca. Que no vamos a renunciar a nuestro camino hacia la justicia social, la paz y la libertad de nuestro pueblo por mucho que nos ataquen. Que vinimos aquí a frenarles, a sacarles de la ecuación política, y que en ello vamos a seguir, porque para su desgracia cada vez somo más y más decisivas. (…) Desistan, porque ni pudieron, ni podrán.


La palabra clave es “décadas”, y la idea clave es que “vinimos aquí a frenarles, a sacarles de la ecuación política”.

ETA desapareció. Esto no puede ser objeto de discusión. Pretender continuar hoy la denuncia de todo lo que hace la izquierda abertzale desde la premisa de que ETA aún existe, de que la izquierda abertzale está al servicio de ETA, es no haber entendido nada. No era ETA la que dirigía a la izquierda abertzale, sino que fue la izquierda abertzale la que creó a ETA, la que la apoyó y permitió que siguiera existiendo hasta que ya no fue necesaria. El objetivo de la izquierda abertzale era, efectivamente, sacar de la ecuación política a quienes consideraban enemigos de Euskal Herria. Tuvieron mucho éxito en esa tarea. A unos los sacaron en un féretro, otros se marcharon cuando aún podían decidir el medio de transporte y muchos más optaron por el silencio. ETA ya no existe, pero la lucha es la misma: sacar de la ecuación política a los enemigos de Euskal Herria. Hoy no necesitan enviar a un Del Hoyo o un Txapote porque saben que la fase del terror ya fue superada, dio sus frutos, configuró un mapa y un clima político propicios para la izquierda abertzale, y ahora basta con el acoso y las amenazas de baja intensidad para recordar quién manda y quién debe callar. A veces desde la calle, como cuando Sortu pide a sus fieles que “planten cara” en actos de partidos políticos como Ciudadanos, PP o Vox, y a veces desde los parlamentos, como cuando EH Bildu registró una proposición no de ley para que el Parlamento Vasco exigiera a los partidos políticos considerados extranjeros que no pisaran suelo vasco en la campaña para las elecciones generales de 2019.

No es el pasado de Otegi y Aizpurua lo que los retrata, sino el presente; no es lo que hicieron y dijeron, sino lo que aún hacen y dicen. Por eso cuando el secretario general de la UGT invita a Arnaldo Otegi a un congreso del sindicato y celebra su asistencia, o cuando el PSOE pone su firma junto a EH Bildu en unos presupuestos y en un “Manifiesto en favor de la democracia”, no es al pasado lejano donde debemos dirigir la mirada, sino al presente. Son «los herederos de ETA» porque han recibido los frutos de su trabajo, sí; a todos nos ha tocado una parte en esa herencia. Pero no son simplemente «los herederos de ETA».
Son mucho más que eso, son algo peor que eso.

«¡Vete al médico!»

La semana pasada, después de que Ayuso convocase elecciones, Aguado dijo esto: “Ha perdido la cabeza. No encuentro otra explicación”. Son cosas que se dicen, sí, y se han dicho muchas sobre la presidenta de la Comunidad de Madrid. Principalmente, como es lógico, desde la izquierda. Desde el juego con su nombre (“IDA”) hasta mensajes constantes y explícitos en los que se insinúa una salud mental deteriorada, con más o menos convencimiento. Y son cosas que han dicho desde el alcalde de Valladolid, Óscar Puente, hasta uno de los periodistas con más presencia pública en los medios, Antonio Maestre. La frase de Aguado encaja perfectamente en este ambiente, del mismo modo que la artillería electoral de Ciudadanos se ha apuntado a los mensajes que convierten a Ayuso en fascista, aunque sea por decir lo mismo que decían ellos cuando iban a Vic y a Rentería, al Orgullo y a la Pradera de San Isidro.

Desde hace días Aguado y Ciudadanos son parte de la España sana, divertida, moralmente superior y nada sectaria que puede bromear con la salud mental de Isabel Díaz Ayuso, con la muerte de Rita Barberá o con la vida de Santiago Abascal en el País Vasco. Los simpatizantes y dirigentes de los partidos de izquierdas en España saben que la salud mental, la muerte y la vida bajo el terror son campos fértiles para ejercitar la miseria política, y saben que no tienen consecuencias para ellos porque hay zapadores que se encargan de preparar el terreno en la televisión y en la radio. Desde La Ser, La Sexta o Movistar se ha jugueteado con todo eso y mucho más durante años. Hemos visto que se podía aplaudir a una mujer que asesina a su marido y a la mujer con la que éste le era infiel; hemos visto que se podía bromear con una diputada del Congreso, actual ministra y vicepresidenta del Gobierno, sobre el olor corporal de Santiago Abascal -”¿Huele a caballo?”- y sobre la necesidad de lavar la cabeza a un niño después de que su escolta le pasara la mano; hemos visto muchas cosas sobre demasiadas cosas serias que no generaban escándalo porque antes habían pasado por las terminales humorísticas del movimiento, y ahora estamos viendo que se puede llamar loca -y fascista- a una mujer sin que ardan las redes.

Hoy Errejón ha pronunciado en el Congreso un discurso sobre un tema serio e importante. Sobre varios, de hecho. Ha hablado sobre las cifras de suicidios en España y ha hablado sobre la salud mental de los españoles, que como era de esperar se ha visto afectada por las drásticas medidas que el Gobierno ha tomado para intentar controlar la enfermedad vírica. La oposición a Sánchez debería haber sido una de las más fáciles en la historia reciente de España. Denuncias, contraargumentos y argumentos innumerables deberían haber ocupado los debates, no para hacer oposición, sino porque eso es la oposición. En su lugar hemos tenido apaciguadores, y también guerrilleros que han sabido llenar el vacío. Unos han creído que la política era moderación sin batalla, y otros que la política era batalla sin moderación. Y entre la renuncia y el ardor guerrero se ha ido apartando a los pocos que realmente hacían una oposición eficaz; es decir, sin cesiones y sin aspavientos.

El discurso de Errejón ha sorprendido porque ha sido un discurso sobre problemas reales con los que es difícil hacer politiqueo partidista. Ha dado la cifra de suicidios diarios en España -10- y ha confesado que ha tenido que revisar la cifra porque la magnitud es terrible, y porque “en realidad uno, en el entorno, pues parece que no lo escucha”. No lo escucha, claro, si el entorno es La Resistencia, La Vida Moderna o Buenismo Bien, referentes políticos de su generación. Pero es un problema sobre el que algunos periodistas y psiquiatras llevan años alertando. Es un problema que tratan habitualmente Arcadi Espada, Juanjo Jambrina o Pablo Malo, por citar sólo a tres de los más conocidos. Y es un problema que se ha tratado varias veces en el Parlamento Europeo gracias a Teresa Giménez Barbat, que hacía una labor excepcional en Europa hasta que la ejecutiva de Ciudadanos -la anterior, no la de ahora- decidió apartarla.

Además del suicidio, Errejón ha hablado también sobre el deterioro de la salud mental de los españoles, y sobre la desatención general que pesa sobre ella. Esa desatención se traduce en que el cuidado de la salud mental es algo que se puede permitir con facilidad cualquiera que cuente con un seguro privado, pero es mucho más difícil para alguien que sólo pueda acudir a la sanidad pública, por lo que muchas veces lo acaba ignorando. La importancia de lo público ha sido la gran renuncia de la derecha española. La importancia de lo que realmente tiene de importante, no la versión gremial que ha reivindicado la izquierda en las últimas décadas. La respuesta a la manipulación en TVE es siempre “Cerremos TVE”; la respuesta a una educación pública mediocre y entregada a los nacionalistas ha sido siempre “Defendamos la concertada”, que en muchos casos ha aceptado y ofrecido la misma mediocridad y la misma instrumentalización nacionalista; y la respuesta hoy a un discurso importante de Íñigo Errejón ha sido “Vete al médico” por parte de un diputado del Partido Popular.


Y ésa es precisamente la cuestión. El hooligan del PP dice con desprecio algo que debería haber defendido con convicción. “Vete al médico”, porque es un asunto serio. En lugar de decírselo a los españoles pobres que no pueden permitirse un seguro privado se lo escupe a un diputado de Más Madrid, chapoteando en un lodo en el que los hooligans de izquierda hacen sincronizada y en el que los de derecha permiten que los mismos hooligans de la izquierda presuman de ejemplaridad entre insulto e insulto.

Hoy por la tarde volverán las bromas habituales sobre la salud mental de Isabel Díaz Ayuso, pero hasta entonces, hasta que los humoristas orgánicos -que también son los humoristas orgánicos de buena parte de los votantes de Errejón- vuelvan a marcar la línea que separa la ocurrencia simpática de la indecencia despreciable, veremos mensajes de merecida condena a las palabras del hooligan del PP. Se dirá, desde el otro lado, que es injusto, que estos “errores” se magnifican cuando los comete algún político desconocido de derechas y se ignoran cuando los comete cualquiera de los dirigentes conocidos de izquierdas. Y es cierto, claro; pero esto añade una razón más, innecesaria y utilitarista, a la razón principal por la que deberían evitarse estas respuestas: deberían evitarse porque están mal. Y lo que habría que pedir no es cuidado en las intervenciones, sino diputados que se preocupen de verdad por cuestiones tan serias como el suicidio, la salud mental o la educación. Para eso haría falta creer que la política social no es patrimonio exclusivo de la izquierda, que la preocupación por las vidas de los españoles pobres debe ser algo más que bajar impuestos, y que la política adulta no consiste simplemente en ignorar lo que dicen Quique Peinado, Henar Álvarez o Ignatius Farray, sino en conocer lo que dicen Marta Iglesias, Pablo Malo o Juanjo Jambrina.