Un fascista, un fantasma del pasado

Mientras escribía un texto sobre la buena costumbre de no hacer política con lo posible sino, en todo caso, con lo probable, he leído que la Policía había identificado al autor de la amenaza contra la ministra Reyes Maroto. El viernes llegó un sobre con una navaja al Ministerio de Industria. En el sobre había una navaja con manchas rojas –posiblemente sangre, llegaron a decir en los medios-, recortes de capturas de Twitter y palabras sin sentido. Y un par de detalles sin demasiada importancia: el nombre y la dirección de la persona que había enviado el sobre.
Esta mañana el sobre se fue de gira. Adriana Lastra, portavoz del Grupo Socialista en el Congreso y Vicesecretaria general del PSOE, detenía un momento el mitin de campaña. Un hombre se le acerca y le deja algo sobre el atril. Lastra se dirige a los asistentes. Rostro serio, tono solemne. «Me acaban de pasar una nota, y es que a todo delito de odio lo precede un discurso de odio«. ¿Será que la nota incluía ya la frase, como una galleta de la suerte, o le dio tiempo a reflexionar y a preparar un comentario durante esos pocos segundos? Continúa Lastra. «Me acaban de hacer llegar que nuestra compañera Reyes Maroto, la que será la vicepresidenta del Gobierno de Ángel Gabilondo, acaba de recibir una navaja ensangrentada como amenaza. Y desde aquí…»
Desde ahí lo que sucede es que el rostro serio y el tono solemne dejan paso a la arenga, a la agitación y al grito. Los brazos suben y bajan, el volumen se eleva, el tiempo retrocede y los asistentes también se levantan, como en el 36, que es el momento al que conducen últimamente todos los discursos del PSOE. Los 35 segundos de preocupación contenida dan paso a lo importante: al odio, a la mentira, al uso partidista de un hecho sobre el que no conocían más que lo que les era útil. Los asistentes, también Ángel Gabilondo, se ponen de pie para escuchar y aplaudir los dos minutos de Lastra. Porque eso es a lo que iban, y de eso iba la nota que le acababan de pasar.

«Y desde aquí:», continúa la mujer que lo es casi todo en el partido moderado, «¡NO VAIS A PASAR! ¡AL FASCISMO: NO VAIS A PASAR! ¡SE ACABÓ! ¡SE ACABÓ! ¡ESTO SÍ QUE VA DE DEMOCRACIA!»
Pero resulta que no iba de democracia, sino de psiquiatría El hombre que había enviado el sobre fue identificado después de ese mitin. O tal vez los medios informaron sobre la identificación sólo después de ese mitin. Parece lo mismo, pero es muy distinto.  El mitin se celebra el lunes por la mañana, el sobre se recibe en el Ministerio de Industria el viernes por la tarde. Un sobre, recordemos, que incluía la dirección y el nombre del remitente. Tres días para comprobar una dirección, o tres días para informar sobre la comprobación. El sobre del viernes no se hace público hasta el lunes, que es cuando vuelven las tertulias y los programas de actualidad. En uno de esos programas estaba hoy Yolanda Díaz, la ministra del Partido Comunista de España. Sonríe mucho y bien, eso sí. Somos un país con comunistas en el Gobierno, pero también con ministros que sonríen mucho y bien. Una cosa por la otra. El sobre se fue de gira esta mañana y le dio tiempo a hacer una parada en el plató de ‘Al Rojo Vivo’. El programa de actualidad política recogió el sobre e informó sobre él. Un corresponsal del programa dio todos los detalles que podía dar en ese momento. Pero la pasión por los hechos impidió a los españoles contemplar el hecho de la pasión. Por suerte Helena Resano, al frente de ‘La Sexta Noticias’, corrigió el error. Amplió la noticia. La llevó hasta su mismo centro. Lo primero que mostró el informativo de La Sexta fue la reacción de Yolanda Díaz cuando se narraban los hechos. ‘Al Rojo Vivo’ había dado la palabra al corresponsal, pero nos faltaba, como espectadores, la imagen de la ministra. El factor humano. “Éste era el momento. La emisión en directo del programa no estaba dando esta imagen de Yolanda Díaz que se va sobrecogiendo según escucha esos detalles de la amenaza”.
Nos faltaba también el detalle de que el remitente era una persona con esquizofrenia, pero claro; o esquizofrenia o fascismo. O prudencia o fascismo. Y eligieron fascismo, porque la campaña, como la decencia, se les escapa.

Podría haber sido fascismo, sí. Podría haber sido un fascista de verdad, solitario, irrelevante y tal vez peligroso. Podría haber sido un militante de Vox, del PP o incluso de Ciudadanos, que han sido partidos fascistas en función de las necesidades de los antifascistas. Podría haber sido una conspiración de los partidos «fascistas» para movilizar el voto de izquierdas, por qué no; la imaginación es más poderosa que la razón. Podría haber sido un antiguo militar sublevado, un ministro franquista, un fantasma del pasado. Podría haber sido cualquier cosa porque el terreno de lo posible es tan amplio como queramos.
El de lo probable es otra cosa. Lo probable nos frena, aunque sea un poco. Lo probable nos hace pensar en los hechos, en las razones, en la estadística. Lo posible en cambio nos permite arreglar una campaña que pinta mal. Lo probable sigue siendo especulación, sí, pero al menos no es sólo imaginación. Al menos no es Lastra.

Podría haber sido un fascista, un proveedor de sentido. Pero resulta que era sólo un hombre con problemas mentales. Cumplió su función, aunque no lo sepa. Y mañana Adriana Lastra estará con el moderado Gabilondo dando un mitin en algún lugar de Madrid. Para frenarlos a todos, porque no pasarán.

Programa político inmóvil, III

2- La educación pública como canal de distribución de las ideologías dominantes y como simulacro del logro académico.

Hasta ahora las propuestas educativas de los partidos del bloque alternativo -los partidos de derechas, del centro derecha, de la no izquierda o de la izquierda no nacionalista- han sido limitadas y muy poco ambiciosas. Se pueden resumir en:

  • Cheque escolar.
  • Defensa de la concertada.
  • La lengua vehicular entendida sólo como una cuestión de libertades y derechos.
  • Bilingüismo castellano/inglés.
  • Pin parental.
  • Tímida y efímera defensa de la reválida

Mientras tanto, la oferta declarada del bloque de la izquierda nacionalista se resume en una frase: «Por una educación pública de calidad». Y a esta idea contraponen otra del lado tenebroso, que en el fondo es lo de siempre: «La derecha odia la educación pública». Esto lo dicen constantemente los principales representantes de ese bloque. El último en hacerlo, Pablo Iglesias en un mitin por las elecciones madrileñas. Más allá de esta oferta declarada, ¿qué es lo que ofrece realmente el bloque de izquierda nacionalista respecto a la educación?

  • Diecisiete sistemas educativos y diecisiete inspecciones del Estado.
  • La supervivencia de las «lenguas propias» de las regiones nacionalistas como criterio fundamental de la educación, por encima del aprendizaje de los alumnos.
  • La calidad educativa entendida sólo como una cuestión de ratios y financiación.
  • Descrédito de la memoria, de la comprensión lectora y del análisis crítico.
  • El aula entendida como teatro para la representación de habilidades múltiples y para el desarrollo de las identidades también múltiples de los alumnos. La escuela como institución en la que se cultivan valores, afectos e identidades, y no sólo como institución en la que se transmite el conocimiento.
  • Resultados académicos desvinculados del aprendizaje real. Las notas como alimento para la autoestima, no como reflejo de lo aprendido. La promoción social como simulacro simbólico, no como el resultado de un buen proceso educativo

La pregunta ahora sería: «¿Qué podría y debería ofrecer un bloque alternativo?» Debería haber una pregunta, sí, pero debemos tener en cuenta cuál es el punto de partida. Actualmente, tanto la izquierda como la derecha contribuyen a que este modelo de escuela sea el único modelo existente. La única respuesta firme a esos principios pedagógicos viene de profesores que deciden exponer el gran simulacro al que llevamos años llamando educación.
Lo primero que deber hacer un bloque alternativo, por tanto, es nombrar, estudiar y denunciar los aspectos negativos del consenso. En este caso, del consenso educativo. Y sólo cuando tenga claro qué es lo que está mal en ese consenso, sólo cuando tenga claro por qué se trata de un modelo que perjudica al alumno, y especialmente a los alumnos de familias con menos recursos, podrá proponer un modelo alternativo. Este modelo alternativo podría comenzar a construirse alrededor de principios como los siguientes.

  • El alumno como sujeto universal del sistema educativo en todas las regiones de España. Fuera identidades particulares, fuera instrumentalización nacionalista de la educación y fuera la concepción del aula como teatro para la representación de afectos.
  • El profesor como sujeto entregado a las necesidades del alumno, no a sus deseos particulares, y como única autoridad en el aula.
  • El libro como registro de los hechos relevantes en cada materia, no como herramienta de las ideologías dominantes y de las particularidades regionales.
  • Un único sistema de oposición para todos los docentes españoles, una única prueba de selectividad para todos los alumnos españoles.
  • La Inspección del Estado como garantía de que se cumplen todas las condiciones que permiten un sistema educativo universal y en el que el único objetivo es el aprendizaje del alumno.
  • Todos estos principios en realidad se derivan de un primer principio, de una norma fundamental: la escuela es una institución en la que se transmite conocimiento.

¿Y cómo trataría este sistema educativo a la diversidad?
De la manera más progresista posible: diluyéndola en lo común cuando se trata de diversidad afectiva, sentimental o religiosa; y tratándola de modo que beneficie al alumno cuando se trata de diversidad en cuanto a las capacidades o a las necesidades, por encima de premisas ideológicas y voluntaristas.

Las diversidad derivada de ideologías, sentimientos, religiones o principios pedagógicos irracionales tendría cabida en el sistema educativo, sí. En el ámbito privado. Los padres que quieran para sus hijos una escuela ideologizada, o religiosa, o nacionalista, o segregada por sexo, o en la que se primen los sentimientos y las habilidades sociales sobre el conocimiento, siempre tendrán la posibilidad de matricularlos en escuelas privadas, y de asumir los costes que pudiera tener para sus hijos. Al margen de esas escuelas particulares se situaría la escuela pública. Una escuela que debe ser universal, común, neutral, elitista en cuanto a las expectativas y no en cuanto al acceso, realista, exigente, honesta, seria. Una escuela liberada de servidumbres políticas e ideológicas que forme, mediante el conocimiento, alumnos libres.

Publicaciones

 

Algunos textos recientes que he dejado últimamente en otros sitios.

En primer lugar, colaboración en ‘Naciones de papel: reflexiones para tener futuro‘, obra colectiva editada por la Asociación Pompaelo. El mío es un texto sobre los efectos de las políticas educativas nacionalistas, empeñadas en imponer la «lengua propia» a alumnos que tienen el castellano como lengua materna y como lengua de uso.  Se puede leer un resumen aquí. Y está a la venta en Amazon. 

 

En segundo lugar, tribuna en El Español con el debate reciente en torno a la ideología de ETA de fondo, sobre el que escribí también en el blog unos días antes. Se puede leer aquí, en abierto.

elesp

Por último, la entrevista que me hizo Óscar Benítez para El Liberal.cat, que se puede leer aquí. Sobre estigmas democráticos, pactos con golpistas, izquierda, nacionalismo, violencia política y la cultura de la cancelación.

entel

Habrá más anuncios en los próximos días.

¿Son siquiera posibles las bandas terroristas de izquierdas?

Hace unos días Julio Lleonart, que fue diputado por UPyD y hoy es tertuliano en la radio y profesor en la universidad, un hombre con vocación de comunicador, dijo en tuiter que ETA no era de izquierdas. Eso no habría sido más que un comentario discutible, pero no se quedó ahí. Lo que dijo fue que ETA no sólo no era de izquierdas, sino que no podía serlo.
Dijo literalmente esto:

si eres un asesino, si eres un monstruo que pertenece a una banda armada responsable de centenares casi miles (y sin el casi) de atentados… la única ideología que profesas es el terrorismo.

Cuando otros tuiteros le respondieron, Lleonart, hombre con vocación de comunicador, cerró el debate. Bloqueó a muchos otros usuarios que le decían que su comentario no sólo no era cierto, sino que partía de un error enorme, de una premisa falsa.

Lo que dijo Lleonart, y lo que después dijeron otras personas más sensatas, es que ETA no podía tener ideología porque su única ideología era el terrorismo. Este pensamiento coelhiano queda muy bien en algunos programas de la radio, y no digamos en clases universitarias en las que el público es muy joven. El terrorismo no tiene ideología, El machismo mata más que el virus, Cuando deseas realmente algo el universo conspira para que lo consigas. Son frases cortas y rápidas que suelen dejar al público, especialmente si es joven y de pensamiento también rápido y corto, con la boca abierta. Pero tienen un punto flaco: son comprobables. Y cualquiera -¡qué insolencia!- puede comprobar qué hay de cierto en ellas.

En el caso que nos ocupa, la frase no es que ETA no fuera de izquierdas, sino que no podía serlo. Porque el terrorismo, en fin, era su única ideología. Esto no es que sea comprobable, es que es estúpido sin necesidad de comprobación, lo es a priori. Una banda terrorista elige un medio para hacer política, el terrorismo, pero elige también, previamente, uno o varios fines. Esto último es lo que le aporta ideología, no los medios. Si la banda terrorista no tuviera fines políticos, si no tuviera ideología, ¿para qué asesinaban y para qué se exponían a cárcel o a la posibilidad de morir preparando un atentado?

Hoy Gorka Maneiro continúa el debate en El Español. Lo explica de manera más didáctica, pero incurre en un error nuevo, o al menos en una incoherencia. El artículo en El Español amplía algo que dijo también en tuiter. Esto:

¿ETA era de izquierdas? No creo que sea definitorio de la izquierda o la derecha el asesinato de inocentes… Sabemos que los miembros de ETA asesinaron a empresarios y trabajadores, a jubilados y a parados, a mujeres y a niños. A gente inocente. Eran basura. Terroristas. Punto.

Es una idea parecida a la de Lleonart. No podía ser de izquierdas porque era terrorista. Ese “Punto” parece que niega la posibilidad de ser otra cosa. Pero resulta que sí puede ser otra cosa. Resulta que Maneiro afirma hoy en El Español que ETA sí tenía ideología, a pesar de ser una banda terrorista. ETA, dice Maneiro, “fue una banda terrorista de ideología nacionalista”.

Unos párrafos antes dice esto:

Sé que ETA se reivindicaba como socialista y de izquierdas. Pero también se reivindicaba como defensora de la democracia y trató sin reservas de acabar con ella. También decía defender a la clase trabajadora mientras asesinaba cruelmente a trabajadores con un tiro en la nuca o un coche bomba.

Sé que ETA quería imponernos un proyecto socialista y sé también que ETA asesinó a socialistas. Sé que la banda y sus servicios auxiliares se reivindicaban como feministas, y sé también que asesinó a mujeres y niñas. Sé que ETA decía defender a la juventud vasca y el euskera, y sé también que ETA expulsó a miles de jóvenes de su tierra y asesinó a euskalzales.

Lo extraño, lo incoherente, es que en lugar del categórico “ETA fue una banda terrorista de ideología nacionalista” no escriba un párrafo paralelo a los otros dos en los que cuestiona que fuera socialista, de izquierdas, feminista, euskalzale u obrerista. Algo como “Sé que ETA se reivindicaba como nacionalista, pero asesinó a nacionalistas”.
Por alguna razón acepta que pudiera ser nacionalista y terrorista, pero no que pudiera ser de izquierdas, socialista, obrerista, feminista, euskalzale y terrorista.

Y creo que acepta que pudiera ser nacionalista pero no lo otro porque lo otro se nos presenta siempre no sólo como bueno y deseable, sino como esencialmente bueno y deseable. Y porque en muchos de nosotros está presente la idea, consciente o inconsciente, de que no se puede asesinar en nombre de lo Bueno, lo Bello y lo Justo. Y sí, claro que se puede. De hecho esta idea de que nosotros estamos más allá de la brutalidad, de que nuestros valores no pueden conducir al asesinato, es una de las ideas más peligrosas que podemos darnos. Claro que se puede asesinar en nombre de lo Bueno, lo Bello y lo Justo. Precisamente en cuanto aparecen las mayúsculas aparece también la posibilidad del asesinato de masas. Las mayúsculas nos ofrecen la posibilidad de disfrazar nuestros asesinatos, de presentarlos como determinaciones históricas, daños colaterales o pequeños males necesarios para conseguir el Bien.

Se ha dicho a lo largo de este extraño debate iniciado por Lleonart que lo importante en ETA no es que fuera de izquierdas, sino que asesinaba. Y así es. Pero era de izquierdas. Y nacionalista. Igual que ha habido bandas terroristas ecologistas, o religiosas, o de derechas. Que haya gente que asesina en nombre de nuestras ideas y de nuestros valores no contamina esas ideas y valores. Lo que contamina nuestras ideas y valores, o mejor dicho, lo que nos contamina a nosotros, es pensar que estamos libres de cualquier posibilidad de contaminación, que nuestras ideas son puras y buenas, y que cualquiera que las comparta está a salvo de la posibilidad de convertirse en un asesino o en alguien que justifica el asesinato.

Variaciones Goldstein

En la izquierda institucional española triunfó hace ya demasiados años la concepción de la política como gestión del odio, que consiste tanto en su activación como en el fortalecimiento y la canalización del mismo. Saben que un correcto manejo del odio puede suponer para ellos una sucesión casi inevitable de victorias electorales y un paraguas eficaz ante las posibles críticas que pudiera suscitar su acción de gobierno. Si se gestiona correctamente es posible incluso eliminar el concepto mismo de oposición, o soñar con ello mientras se va preparando el terreno.
No es hipérbole:

Y ahora ustedes, y usted, que ha apoyado aquí… en contra, pero usted… pero usted ha pulsado el botón para apoyar la ley… o no apoyarla, pero es usted un parlamentario representante de esta Cámara y ahora se dedica a trabajar con ahínco en uno de los órganos de la Comisión Europea para desprestigiar a España. Usted, que tendría que estar defendiendo la ley que han respaldado la mayoría de los españoles, aunque estuviera en contra. Aunque estuviera en contra.

Estas palabras de difícil lectura pero de comprensión muy fácil en el vídeo (minuto 3:55), con sus énfasis, sus dedos acusadores y sus miradas, las pronunció hace pocos días en el Congreso la ministra de Educación. Isabel Celaá no es de EH Bildu, de la CUP, de ERC o de Podemos; Isabel Celaá fue portavoz del primer Gobierno de Sánchez, el de la moción de censura; fue también consejera de Educación en el Gobierno de López en el País Vasco; y actualmente es ministra de Educación en el segundo Gobierno de Sánchez. Cuando hablamos de la gestión del odio por parte de la izquierda española no nos referimos a partidos como Sortu o la CUP, y tampoco a ERC o a Podemos; hablamos del PSOE, que es el principal partido de la izquierda española, el principal partido del Gobierno y, sí, el partido que tiene como socios a todos esos otros partidos de izquierdas. Esto último, su asociación con el resto de compañeros de moción, no es lo verdaderamente relevante, a pesar de que es lo que más habitualmente se señala. Lo relevante es que quien pronuncia un discurso claramente totalitario en el Congreso de los Diputados es una ministra del PSOE. Y lo relevante es que esta parte de su discurso quedó enterrada por la incomparecencia de los habituales pero también porque todos nos fijamos en sus primeras palabras, aquellas que dirigió al diputado Matarí cuando éste habló de la educación especial.

Es el PSOE quien lleva años manejando con profesionalidad el odio al enemigo político. El recurso constante a “la foto de Colón” -un acto político pacífico-, con todas sus variaciones, no es más que eso, una versión adaptada a los tiempos de los dos minutos de odio. Goldstein es ahora Abascal, pero cuando Abascal aún no era nadie ya lo eran Rajoy y Rivera. El mero hecho de nombrar “la foto de Colón” despierta odios perfectamente cultivados, y hace que se toleren o se ignoren palabras y actuaciones criminales o cómplices con el crimen. Creo que todos estaremos de acuerdo en que lanzar una piedra contra alguien, con la intención de herirlo, es un acto criminal. Y creo que incluso podríamos aceptar que lanzar una piedra contra alguien por sus ideas políticas es violencia política, planificada y racional, y que es un acto criminal que busca un fin político concreto. En lo que ya no hay coincidencia es en la universalidad del concepto. Ahí es donde se abre la brecha entre la izquierda institucional y el resto de los ciudadanos. En la izquierda ya es normal decir que lanzar piedras contra otras personas por sus ideas políticas es no un crimen sin matices, sino una “defensa frente al fascismo”, una “respuesta ciudadana” o “un compromiso con la democracia”. Todas estas cosas las han dicho personas de un partido que está en el Gobierno; e incluso personas que forman parte del Gobierno. Y todas estas cosas se pueden decir desde la izquierda institucional no sólo porque el PSOE se refiere a esos hechos como respuestas a provocaciones previas o extremismos alimentados por otros extremismos, sino también porque el PSOE se refiere sistemáticamente a la oposición como “el fascismo”. Y “al fascismo no se le discute, se le combate”.

Este ambiente asfixiante en el que la izquierda puede hacer política con normalidad y la oposición es expulsada violentamente del espacio público también con normalidad no es una posibilidad, no es lo que podría pasar si continúa la extraña “espiral” en línea recta. Este ambiente político es el gran triunfo de la izquierda española institucional. El escrache a Rosa Díez en la Complutense en 2010, los ataques contra los actos de Ciudadanos en Alsasua -Savater- o Rentería -Maite Pagazaurtundúa- y los ataques de ayer contra los asistentes a un acto de Vox son un continuo y son categoría, no anécdota. Y lo son porque previamente se ha instalado una versión alucinada de lo que hoy representa la derecha española. La izquierda institucional lleva años diciendo que la derecha quiere recortar derechos fundamentales porque sabe que sólo así, demonizando a la oposición, puede legitimar la patada en la puerta sin orden judicial cuando gobierna; lleva años diciendo que la derecha contamina las instituciones porque sólo así pueden convertir el CIS en una herramienta para movilizar el voto de la izquierda, y porque sólo así esto se puede constatar en la televisión pública sin que se genere escándalo; lleva años diciendo que el triunfo de la derecha significaría la implantación de la violencia, porque sabe que sólo así se puede normalizar la violencia política de los suyos, que no está en condicional; lleva años diciendo que la derecha no cree en la igualdad, pero es la izquierda la que defiende que la oposición no pueda hacer política en determinados territorios; la izquierda española, en fin, lleva años diciendo que la derecha alimenta el odio y la crispación por el mero hecho de existir, y cuando lo dicen son perfectamente conscientes de que eso, ese discurso concreto sobre su enemigo político, no es más que un odio perfectamente destilado.

La izquierda española institucional decidió hace años prescindir de la distinción schmittiana entre hostis e inimicus, igual que en su día decidió enterrar a Montesquieu. El adversario político, el rival privado, el objeto de sus odios y el que despierta sus más bajas pasiones está más allá de las puertas, y ha de ser tratado como enemigo público. Todos, desde Abascal a Savater, desde Ayuso a Álvarez de Toledo, de derechas o de izquierdas, son Emmanuel Goldstein. Con una diferencia: Goldstein probablemente no existía, mientras que las piedras que se lanzan en España golpean a personas reales. No debemos dejarnos llevar por la épica ni por las llamadas a la guerra: lo que hay detrás de esto no es una cruzada ideológica, sino el puro deseo de conseguir y conservar el poder. El PSOE, principal representante de la izquierda española, es hoy una maquinaria de gestión del odio al servicio de la voluntad de poder. No hacen la política que hacen porque odien a la derecha, sino que cultivan el odio a la derecha porque es la manera más eficaz de mantenerse en el poder y la manera más eficaz de desactivar cualquier crítica al autoritarismo en el que tan cómodamente se han instalado.

Muchos en la izquierda justifican y toleran todo esto porque sí se creen la cruzada, porque entienden y comparten la estrategia de fondo o porque temen que si lo denuncian acabarán también ellos convertidos en Goldstein. Muchos, pero no todos; la pregunta que hay que hacerse es cuántos votantes de izquierdas no están dispuestos a convertirse en bajos comisionados para la gestión del odio, cuántos están dispuestos a decir sin complejos que se sienten más cercanos a un simpatizante de algún partido de la oposición al que lanzan objetos que a un dirigente de izquierdas que quita hierro a las tuercas arrojadizas. Creo que es una pregunta fundamental, y de su respuesta dependerá que haya o no salida a este ambiente político.