Democracia infinita, libertad absoluta

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Casi todos los que nos interesamos por la política pasamos por una fase “absolutista”. El ideal político al que nos entregamos exige una defensa férrea de su pureza, o lo que es lo mismo, una negación suicida del principio de realidad. Todo lo que no pase el filtro es sencillamente inaceptable. Y si la alternativa a esta sociedad imperfecta no es real, tanto peor para lo real.

Ese filtro varía en función de las preferencias ideológicas. Si nos fijamos en lo que hasta hace poco se llamaba “liberalismo”, que ahora parece haberse fragmentado en cientos de adscripciones hiperdescriptivas, el filtro que marca la separación con la realidad es la libertad absoluta, entendida como ausencia de coacción. Esto significa que siempre, y en la medida de lo posible, son preferibles los acuerdos tomados de manera voluntaria entre todas las partes implicadas. Para quienes “en la medida de lo posible” es  sólo una vía al socialismo, no obstante, no hay nada que justifique la coacción. Ningún grado de coacción. Ni los ataques con drones a población civil, ni el policía de tráfico. Ni las subvenciones al cine minoritario, ni una cobertura sanitaria mínima. Todo aquello que tenga como base algún tipo de coacción es ilegítimo, y por lo tanto inaceptable. Y es inaceptable de manera absoluta, sin grados ni términos medios, sin transiciones y sin tener en cuenta las consecuencias o la viabilidad de esa sociedad pura e idealizada.

Al otro lado del espectro político, en las izquierdas, no hay un filtro único. Además de la libertad, a la que no se confiere tanta importancia, también se consideran fundamentales cuestiones como la igualdad absoluta -que se puede entender de cientos de maneras- y algo que últimamente está viviendo tiempos gloriosos: el democratismo, o los procesos democráticos entendidos como fuente única y necesaria del Bien. Democracia en todo y para todo, continuamente. Y si no hay democracia, no vale. Un principio que, tomado de manera absoluta, al igual que ocurre con la ausencia de coacción, lleva a situaciones absurdas. Hoy lo vemos en dos casos, uno general y otro particular. Empezando por este último, hay que hablar de nuevo de Podemos. El partido que se presentó como regenerador de la democracia y que prometió listas abiertas y asamblearismo como parte de esa regeneración, inicia su proceso de institucionalización mediante el único mecanismo que no conduce al suicidio político: lista cerrada y proceso sólo formalmente democrático. Cualquier otra opción significaría perderse en un interminable proceso infinitamente autorreferencial. ¿Quién y cómo decide qué hay que votar? ¿Cómo se desarrollará la votación? ¿Cómo se desarrollará la votación para decidir cómo se desarrolla la votación?

Algo similar, a nivel general, se está desarrollando desde hace tiempo en torno al modelo de Estado. “¿Por qué monarquía, si muchos de nosotros no estábamos ahí para firmar la Constitución de 1978?” La forma de Estado, al parecer, es uno de los principales problemas de España. Da lo mismo que sea uno de los aspectos que no deberían estar sujetos a cambios constantes. “Esto es una democracia, y en democracia se vota todo.” Da lo mismo que existan unos mecanismos necesariamente rígidos para cambios de tanto calado, y que esos cambios deban pasar por el Congreso. Y da lo mismo que el criterio de votar todo cada cierto tiempo, incluido lo básico, conduzca a la inoperancia y, lo que es peor, al ridículo. Decir que hay gente que no votó en el ’78 tiene sentido, claro. Pero también tiene sentido convocar un referéndum cada cinco años, por aquello de que algunos pueden haber cambiado de opinión, y porque los que tenían 13 años no quieren cargar con las “opresoras cadenas de un régimen que no han elegido.” Para evitar estas situaciones, se podría convocar un referéndum para determinar cada cuánto habría que votar la forma de Estado. Cinco años, diez, veinte, lo que sea. Claro que algunos podrían cuestionar que los resultados de ese referéndum fueran inamovibles. El referéndum para regular la convocatoria de referendos sería otra opresora cadena que no debería obligar a quienes no participaron en el proceso. ¿Cada cuánto tiempo votamos para decidir cada cuánto hay que votar cada cuánto votamos? Y así hasta el infinito.

A algunos nos parece desastroso este fundamentalismo democrático. Pero también hemos de considerar las consecuencias de las exigencias innegociables de libertad absoluta propias de un liberalismo autodestructivamente purista. Es posible que todo aquello que proceda de la coacción sea ilegítimo, y que, si nos ponemos a bucear en la historia, todo proceda de algunas coacciones primitivas. La concentración de riqueza, la organización social, las instituciones. Pues bien, a esto habría que responder: “¿Y qué?” No un “¿Y qué?” absoluto, pero sí uno que permita que sigamos funcionando como sociedad y que nos ocupemos de las coacciones, las injusticias y las desigualdades realmente importantes.

Eugene Goostman y el Test de Turing. ¿Quién engaña a quién?

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No hay nada tan cargante como un filósofo con conocimientos básicos de ciencia (“nivel medio” diríamos en un CV) opinando sobre la importancia de un hallazgo científico reciente. Salvo tal vez un periodista con los mismos conocimientos científicos explicando las profundas implicaciones filosóficas de ese descubrimiento.

 Acaba de publicarse en medios de todo el mundo que, por fin, una máquina ha superado el Test de Turing. Desconozco el porcentaje de personas que habían oído alguna vez hablar del Test de Turing –o del propio Turing– pero seguramente muchos, nada más leerlo, estábamos ya pensando en replicantes y tortugas en el desierto. No sabíamos en qué consistía realmente el Test (“un detector de androides”), y mucho menos habíamos seguido el desarrollo de los intentos previos. Pero el caso es que por fin una máquina había conseguido engañar a los humanos haciéndose pasar por uno de nosotros. Ya teníamos nuestra “gran noticia del siglo” de cada día. ¿Lo de la inflación cósmica? Eso ya está pasado de moda.

 Si nuestra profundización en la noticia se limitara a leer un artículo en prensa generalista -sobre todo si no pasáramos del titular- nos iríamos a dormir y soñaríamos con androides que sueñan ovejas eléctricas. O con robots inteligentes que esclavizan a la humanidad, si nos hubiéramos pasado con la cena. Pero lo cierto es que en este caso la realidad no supera a la ficción. En primer lugar, al contrario de lo que se sugiere en la mayoría de los titulares que he leído, no se trata de una máquina ni de un superordenador, sino de un programa. Concretamente un chatbot, es decir, un software que puede simular una conversación real. En segundo lugar, ni siquiera es la primera vez que ocurre algo así. El éxito de la prueba, el «engaño», consiste simplemente en que el 33% de un jurado compuesto tanto por expertos en la materia como por individuos sin formación específica relacionada, identificó a  Eugene Goostman como humano en una conversación. En otra ocasión, el mismo bot se acercó a la frontera del 30% que bastaba para calificar la prueba como superada, y engañó al 29%. Y en 1991, es decir, hace más de veinte años, otro bot consiguió engañar al 50% de un jurado, si bien es cierto que estaba compuesto por sólo diez personas.

 Así que no, mejor no escribo sobre las implicaciones filosóficas del último logro científico. Primero, porque parece que al fin y al cabo no es para tanto, y segundo porque si realmente fuera importante, serían los propios especialistas los que estarían más cualificados para hacer esos análisis. Porque es posible que “la ciencia no piense”, pero los científicos sí lo hacen.

Sí aprovecharé para un pequeño apunte. Éste es el tipo de cosas de las que se debería hablar en las clases de ciencias de ESO. No sólo explicar en qué consiste el Test de Turing, el multiverso inflacionario o el Bosón de Higgs, sino ayudar a que los alumnos desarrollen una actitud crítica ante la ciencia y especialmente ante la manera en que se suele presentar. Es decir, no sólo ciencia, sino también cultura científica. Así, al menos, lo tendrían más fácil para detectar titulares sensacionalistas o directamente engañosos, como los que han elegido la mayoría de los periódicos nacionales para «enriquecer» la noticia.

Esto es lo que puede ocurrir cuando algunos filósofos se ponen a jugar con la ciencia sin comprenderla: Imposturas intelectuales

Derecho a decidir… ¿qué?

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Algunas reflexiones en torno a la cadena humana a favor del «derecho a decidir» convocada ayer por Gure Esku Dago (Está en nuestras manos)

150.000

Lo primero, las cifras. 150.000 personas, según la propia organización, acudieron ayer a la llamada para unir Durango y Pamplona. Suficientes para calificar la iniciativa de éxito multitudinario. Por situar la cifra, la Comunidad Autónoma Vasca tiene algo más de dos millones de habitantes. Si incluimos Navarra como parte de esa gran Euskal Herria que reivindican, la cifra ya se acerca bastante a los tres millones. Y si incluimos también las tres provincias del País Vasco francés, tenemos entonces algo más de tres millones de habitantes. 150.000 personas de esos tres millones que conforman la denominada nación vasca, al parecer, hablaron en nombre del pueblo. El 5% de la gran Euskal Herria, o el 7,5% de la Comunidad Autónoma Vasca. Por compararlo con otro de esos eventos festivo-reivindicativos autóctonos, el Ibilaldia -la fiesta de las ikastolas- suele reunir a unas 100.000 personas cada año. Como con todas las cifras, cabe hacer diversas interpretaciones. Pero lo que no es interpretable es la cifra en sí: 150.000 personas.

La trampa de las palabras

En cualquier caso, mucho más importante que la cifra es el mensaje que se quería lanzar. En la web de los organizadores, en un Quiénes Somos de poco más de 550 palabras, la expresión “Derecho a decidir” se repite doce veces. Uno podría pensar que en alguna de esas doce menciones se explicaría en qué consiste ese derecho a decidir. A qué tipo de decisiones se refieren, mediante qué procedimientos se tomarían, quiénes podrían tomarlas,  y a quiénes afectarían. Y después de haber dejado clara la reivindicación, la gente podría libremente situarse a favor o en contra de la misma. Uno podría pensar eso, claro, si hubiera nacido ayer. A lo largo del documento, lo único que se dice realmente sobre ese derecho a decidir es que es… un derecho. Así que 150.000 personas se han unido en una cadena humana a favor de un concepto vacío que no dice realmente nada. Y ahí es donde está la trampa, lógicamente. Nadie puede estar en contra de un derecho a decidir, porque todos entendemos que las decisiones forman parte de la libertad humana, y por lo tanto manifestarse en contra del derecho a decidir es algo así como manifestarse a favor de la sumisión. La elección de las palabras, decíamos en otro post, es la esencia de la política. Ahora bien, a pesar de que en ningún momento hayan hecho explícito en qué consiste el derecho a decidir que reivindican, no creo que ninguna de las 150.000 personas que participaron ayer en la cadena humana tuviera en mente decisiones como qué libro leer, a qué hora cenar, o dónde veranear. Ese derecho a decidir que defienden es colectivo, naturalmente. De la nación vasca, para ser más precisos. Luego no hablamos ya del derecho de cada ciudadano a organizar su vida como buenamente pueda, sino el derecho de una Nación a… ¿A qué, exactamente? ¿Qué tipo de decisiones toman las naciones?

El simbolismo de una cadena

 El derecho a decidir es una manera eufemística de reivindicar el derecho a homogeneizar una sociedad según los deseos de una parte de esa sociedad. Por eso se habla de Pueblo y Nación, y no sólo de ciudadanos. Los ciudadanos llegan a acuerdos políticos para garantizar la convivencia, y para el resto de cuestiones confían en las relaciones voluntarias. Los ciudadanos pueden unirse cuando comparten gustos, aficiones y objetivos comunes. Pueden unirse en una cooperativa para gestionar un centro educativo, pueden unirse en una asociación de escritores o  en grupos de lectura para fomentar la literatura que ellos prefieran, pueden unirse para ir al monte, para hablar euskera o para tomar vinos. Y la clave de todas esas decisiones es que a pesar de ser colectivas, siguen siendo voluntarias. Un Pueblo, en cambio, no es nada, y lo es todo. Un Pueblo se entiende como algo vivo, y tiene una lengua, una cultura y unas costumbres propias que hay que defender por encima de las preferencias individuales. Un Pueblo no es nada, porque es una palabra fantasma, y lo es todo porque es la herramienta mediante la que una parte de la sociedad se erige en el gran colectivo simbólico que convierte en norma sus preferencias y afectos particulares.

Una vez se entiende esto, hay que reconocer que el símbolo elegido para mostrar ese deseo de subsunción del ciudadano en el Pueblo es todo un acierto: una gran cadena.

«Cuando controlemos un Ministerio de Educación»

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Ningún político en muchísimos años ha hablado tan claro como Pablo Iglesias. Unas veces podría parecer un comunista que ha entendido muy bien el juego de la política, un Meñique digamos, de los que saben perfectamente qué decir y qué callar en cada momento. Pero otras parece un chaval recién llegado a Somosaguas con algunas páginas sueltas de Marx y Gramsci mal leídas, una lengua muy suelta, y poco tiempo para pensar.

Últimamente, por fortuna, es más frecuente verle en situaciones del segundo tipo, tal vez porque al haberse convertido en figura pública los incentivos para buscar sus intervenciones más interesantes han aumentado. Son intervenciones en las que manifiesta una torpeza política considerable, pero sin duda hay que agradecer esos momentos de transparencia desatada. El hallazgo más reciente partió del blog de Miquel Rosselló y rápidamente fue difundido por algunos medios nacionales, obligando así al líder de Podemos a dar unas peculiares explicaciones. “La casta tiene miedo”, diría el humilde portavoz. Y es posible que se trate de eso. No es para menos, si nos topamos con afirmaciones como las de este vídeo -a partir del 0: 50 se pone interesante- en el blog de Santiago González.

 

Ya educaremos cuando controlemos un Ministerio de Educación.

Educar a través de un Ministerio, propone Pablo Iglesias. Ni siquiera a través de las escuelas públicas, o de una asignatura, sino a través de un Ministerio. Un salto cualitativo en la pedagogía totalitaria, al lado del cual la asignatura de Educación para la Ciudadanía queda reducida a una niñería. Al fin y al cabo, aquello no era más que la infantilización de la educación, y esto de lo que habla Pablo Iglesias supone tomarse las cosas en serio. Es verdad que no ha inventado la rueda. El adoctrinamiento en las escuelas siempre ha estado ahí, desde la exaltación de la patria y la manipulación de la historia para adecuarla a las ensoñaciones nacionalistas, hasta los discursos vacíos en torno a algún aspecto de lo políticamente correcto. La novedad en este caso no consiste en el hecho, sino en la oficialización del hecho. La tarea de todos esos profesores voluntariosos está muy bien, pero al final, si se quiere construir y mantener la hegemonía, hay que organizarse. En este caso, desde un Ministerio de Educación. Puede parecer una idea poco ambiciosa al lado de la recién creada Secretaría para la Coordinación del Pensamiento Nacional de Cristina Fernández. Pero es cuestión de echarle imaginación. O de fijarse en Venezuela, país que Iglesias conoce bastante bien. Es increíble lo que se puede conseguir con un Ministerio de Educación bien organizado.

 

Me preguntaba hace poco en este mismo blog por las propuestas educativas de Podemos, y me parecía curioso que consistieran simplemente en una mera copia de las reivindicaciones laborales de la Marea Verde. No es que ahora haya hablado por fin de Educación, pero ese “Ya educaremos cuando controlemos un Ministerio de Educación” es mucho más revelador que veinte páginas de programa electoral. Algunos han alertado del peligro potencial de Podemos con alusiones un tanto equivocadas. «¡Que viene el Gulag, que viene el Gulag!» No, no es el Gulag. Es un simple Ministerio de Educación. Una forma de control mucho más sutil, mucho más eficaz, y mucho más peligrosa.

<Cuando un opositor dice: “no me acercaré a vosotros”, yo le respondo sin inmutarme: “tus hijos ya nos pertenecen”.>

Adolf Hitler, 6 de noviembre de 1933. (O eso dicen…)

¿Es censura lo de El Jueves?

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No hay censura sin intervención del censor. Por simplificar aún más, no hay censura si no existe la figura del censor. Hay otras cosas, a las que se podrá dar un nombre. Por ejemplo, lo que ha pasado estos días con la revista El Jueves. Al parecer, tenían una portada preparada. El Rey abdicó, y el lunes creyeron conveniente cambiarla por otra que hiciera alusión a la abdicación. El grupo propietario de la revista, RBA, decidió que no querían que saliera con esa portada, retiraron los ejemplares que ya se habían imprimido, y salieron un día más tarde con la portada elegida en un primer momento. A esta decisión de los dueños de la revista se le ha llamado censura.

Hubo recientemente otro episodio similar. En 2007, el juez Del Olmo ordenó la retirada de un ejemplar que ya estaba en los puntos de venta. La portada aludía también a la Casa Real, pero en este caso la orden no vino desde la propia revista, sino de la Audiencia Nacional. Luego no es un episodio tan parecido como podríamos pensar. En ese caso, la orden tuvo como base los artículos 490.3 y 491 del Código Penal, referentes a las injurias contra la Corona. No parte de un funcionario encargado de decidir qué se puede publicar y qué no, tal vez sea menos arbitrario, pero la función es la misma: intervenir desde el Estado en publicaciones privadas.

A algunos les puede resultar difícil observar las diferencias entre ambos casos. Es posible también que detrás de la decisión de RBA haya habido presiones de la Casa Real. Y es evidente que, en el caso de esta semana, ha habido una intervención ajena al equipo creativo con el fin de que no se publique una portada. No sé si es acertado llamar a esto censura. Es verdad que una autoridad externa no debería tener la facultad de decidir qué se publica y qué no. Pero negar esa facultad a los propietarios de una publicación, y denominarlo censura cuando se produce, me parece discutible. Y lo que creo que nadie negará es que ambas “censuras”, la que parte de dentro y la que se impone desde fuera, son cosas distintas.

El grupo propietario de una publicación puede estar compuesto por cobardes, por incompetentes, o por aduladores. Incluso puede ser una mezcla de todo eso. Pero siguen siendo los propietarios. La decisión de algunos dibujantes de la revista de abandonar el barco cuando ven que no tienen la última palabra sobre lo que se publica en ella me parece correcta. Y también la única opción sensata, si sospechan que en el futuro se van a repetir situaciones como la de esta semana. Pero cuando sus anteriores propietarios decidieron en 2006 vender el 60% de la revista a RBA, aceptaron ceder a otros el control de la misma. Se puede hablar por tanto de cobardía, de incompetencia o de servilismo de los propietarios. Pero no, al menos por el momento, de censura. Del mismo modo que no podemos llamar genocidio financiero a los desahucios, o terrorismo industrial al cierre de una fábrica.

Foto:

El Hombre Que Mató A Liberty Valance [DVD]

Cómo funciona la democracia

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Tan pronto como el pueblo es monarca, pretende obrar como tal, porque sacude el yugo de la ley y se hace déspota, y desde entonces los aduladores del pueblo tienen un gran partido. Esta democracia es en su género lo que la tiranía es respecto del reinado. En ambos casos encontramos los mismos vicios, la misma opresión de los buenos ciudadanos; en el uno mediante las decisiones populares, en el otro mediante las órdenes arbitrarias.

Aristóteles en Política sobre las distintas especies de democracia.

Se ha hablado mucho de la irrupción de Podemos en la política española tras las elecciones europeas. La mayor parte de los focos han apuntado lógicamente a su cabeza visible, Pablo Iglesias, y en no pocas ocasiones la crítica no ha pasado de lamentables comentarios referentes a su estética. Pero lo cierto es que no ha costado demasiado revelar algunos de los aspectos más cuestionables de esta formación política.

Más allá de vinculaciones un tanto precipitadas con los regímenes de Irán y Venezuela, que han sido desviadas sin demasiado esfuerzo, ha habido al  menos dos episodios en los que convendría reparar. El primero partió del blog de Miquel Rosselló, y ha alcanzado cierta difusión en medios nacionales. En una conferencia en la UCM en 2010, Rosa Díez comprobó en primera persona cuál era el concepto de la política que tenían Pablo Iglesias e Íñigo Errejón, responsable de la campaña de Podemos. Realmente no hay mucho que comentar, una vez visto el desarrollo de la escena. El segundo punto de interés ha sido más serial que episodio. Si algo ha quedado claro en las innumerables intervenciones del líder, o humilde portavoz, de Podemos es lo mucho que le cuesta dar respuestas claras a cuestiones concretas. Reconozco que tengo mis dudas respecto a esta indefinición. No sé si es fruto del desconocimiento, o si se trata más bien de lo contrario, de un conocimiento demasiado incómodo sobre la viabilidad de algunas de sus propuestas. El tema en el que se ha podido ver de manera más clara esta indefinición ha sido sin duda el de la renta básica. Prometer cosas siempre ha dado resultado en política, y cuando el coste de esas promesas hace inviable su ejecución, sólo hay dos opciones. O retirarlas, o eludir hablar de los costes. Y es evidente cuál es la opción escogida por el líder de Podemos.

Pero, aunque cueste creerlo, hay vida más allá del omnipresente Pablo Iglesias. Desde hace días se está desarrollando en las redes un debate muy interesante surgido a raíz de la entrevista que publicaron en Materia a otro Pablo: Pablo Echenique, uno de los cinco eurodiputados de Podemos, doctor en Física y científico del CSIC. El debate, en torno a la compleja relación entre ciencia y política, es interesante por varias razones. En primer lugar, es interesante en sí mismo. La entrevista suscitó varios comentarios, tanto en la propia web de Materia como en Twitter, y algunos de esos comentarios fueron desarrollados en diversos artículos que se han ido publicando en los últimos días. Así, Fernando Cervera escribió en Naukas sobre la postura de Podemos ante los transgénicos, el propio Pablo Echenique publicó una respuesta a algunas de las críticas que recibió tras su entrevista, y Juan Ignacio Pérez Iglesias profundizó, también en Materia, en los aspectos más polémicos de la relación entre Ciencia y Política que defiende el eurodiputado. Pero además del debate en sí, decíamos, es interesante observar también el tono civilizado en el que se han ido desarrollando las críticas y las respuestas a esas críticas. Hay que reconocer que la actitud de Pablo Echenique desde que se publicó la entrevista ha sido ejemplar. Tal vez, y aquí vamos al asunto del que quería ocuparme, demasiado  ejemplar para un político, porque se puede observar en sus palabras cómo funciona por dentro la democracia, al margen de los aparatosos relatos sentimentales junto a los que se la presenta en muchas ocasiones.

«Haré lo que diga la gente. Lo siento, amigo. La democracia es eso. Un fuerte abrazo.»

Así responde Pablo Echenique a un comentario en el que le preguntan qué hará cuando toque mojarse en alguna cuestión polémica relacionada con la ciencia. ¿Decidirá siguiendo su criterio, obviamente mucho más formado que el de sus votantes y sus compañeros de partido, o se limitará a votar según el criterio de la mayoría? La respuesta puede ser decepcionante, pero al menos es clara y no recurre a evasivas. Para él es más importante el principio democrático que el principio de racionalidad. Es decir, la mayoría desinformada es la que manda. Personalmente me parece un criterio difícil de defender. Llevado hasta sus últimas consecuencias, la presencia en política de Pablo Echenique o de personas con un conocimiento especializado en materias complejas, resultaría innecesaria. Es cierto que el concepto de democracia que defienden en Podemos desde el principio no es precisamente la democracia representativa, sino la democracia directa, que sería la idea de la democracia como mera canalización de la voluntad popular. El imperio de la doxa, contra el que advirtieron Platón y Aristóteles. Y ahí es precisamente donde está el gran problema. Porque, por ejemplo, si dentro de un tiempo las teorías conspirativas sobre los chemtrails se expanden y llegan a una parte importante de la población, el papel de alguien como Pablo Echenique, a pesar de saber que se trata de alarmas sin fundamento científico, debería ser promover leyes que prohibiesen esas emisiones de los aviones, existieran o no, fueran tóxicas o no. Es cierto que Echenique apela también al papel pedagógico que deben desarrollar los científicos. Pero mientras se desarrolla ese esfuerzo por informar, afirma que su papel como político debería limitarse a canalizar –no representar- la voluntad popular desinformada.

Precisamente en el doble papel del científico como divulgador y político se centra Juan Ignacio Pérez Iglesias en la réplica al artículo de Echenique que ya hemos mencionado.

«La gente, mediante el voto y la acción política, debe tener la decisión. La ciencia sólo ha de aportar criterio. Mi crítica a Pablo y a Podemos no va en esa dirección. Lo que me parece criticable es que como opción política, Podemos incluya propuestas de neto contenido anticientífico, y que Pablo, siendo científico, esté dispuesto a apoyar medidas sin base racional alguna por el hecho de que la mayoría de sus compañeros las apoyan.»

Como decíamos, la postura de Echenique es perfectamente comprensible si tenemos en cuenta el modelo de democracia que defiende su partido. Lo que ocurre es que no sólo es problemática la postura de Echenique en cuanto político, sino que también lo es la idea de que el divulgador puede ayudar a que la gente se forme un criterio sólido. En un mundo ideal, la gente se preocuparía por informarse antes de tomar decisiones que afectan a todos. Es decir, antes de implicarse en política, tanto  a la hora de votar a un partido como al participar en un referéndum, haría un esfuerzo por comprender cuáles serían las consecuencias de sus elecciones. Pero no hace falta leer a Bryan Caplan para darse cuenta de que la gente no vota desde un criterio racional, con una opinión formada, sino que, en la mayoría de los casos –y en democracia la mayoría es lo que cuenta- los mecanismos que operan están muy lejos de esa idealización en la que los votantes serían ciudadanos responsables y críticos. Así que tendríamos unos representantes que no podrían “imponer” su criterio a la mayoría, y una mayoría que no haría un esfuerzo de análisis antes de expresar su opinión. Opinión que debería ser plasmada en las leyes. La democracia como cauce de la voluntad popular sería, sin duda, el camino más rápido hacia la tiranía. Tiranía no de un déspota, sino de la multitud. Pero tiranía al fin y al cabo.

De todas maneras, es posible que esté exagerando, y habría una manera muy fácil de demostrarlo. Bastaría con establecer un mecanismo para comprobar el grado de conocimiento del que dispone cada persona antes de lanzarse a decidir sobre un asunto complejo. Aunque no fuera excluyente, puesto que en opinión de la mayoría –de nuevo la mayoría- sería una vulneración del derecho fundamental a participar en política, serviría al menos para conocer el grado de racionalidad con el que se opera en democracia. Conocimientos sobre modelos de Estado antes de votar entre monarquía y república. Conocimientos sobre políticas educativas antes de pedir un aumento del gasto en Educación. Y así. Pero esto es algo que jamás va a ocurrir, puesto que lejos de entenderse como una garantía para el buen funcionamiento de la democracia, sería visto como un ataque contra ella.

OBRAS MENCIONADAS:

The Myth of the Rational Voter: Why Democracies Choose Bad Policies

Política – Aristóteles

¿Podemos hablar de educación?

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No he conseguido encontrar ninguna referencia clara a las propuestas de Podemos para mejorar el sistema educativo español. Lo más cercano ha sido una página en Facebook -uno de los llamados Círculos Podemos- gracias a la que es posible intuir cuáles son las grandes preocupaciones de esta agrupación política en cuanto a la enseñanza.

Destaca en primer lugar la fuerte vinculación del Círculo Podemos Educación con la denominada Marea Verde. De hecho, parece que todas las propuestas de Podemos se reducen a trasladar las propuestas que ofrecen los segundos. La Marea Verde, dicho sin adornos, consiste básicamente en profesionales de la educación pública preocupados por su futuro laboral. Los lemas de sus protestas inciden principalmente en los recortes y en ataques a la enseñanza privada. El principal de esos lemas es «Educación pública de todos y para todos.» Se entiende, claro, que esa educación pública debería ser gratis y de calidad. Lamentablemente, jamás he leído una sola propuesta en relación a lo segundo, a la calidad. Como dije hace tiempo en otro sitio, años y años de mediocridad y de decadencia educativa no fueron suficientes para organizar ni siquiera un amago de protesta, algo que finalmente sí se ha producido cuando se ha tocado aquello que más duele: lo mío, como profesor. Mi futuro, mi sueldo, mi puesto. La ingobernabilidad de las aulas, los pobres resultados en pruebas externas, o las dificultades para transmitir no ya unos conocimientos mínimos, sino las capacidades básicas para poder adquirir esos conocimientos -lectura, expresión, razonamiento lógico- jamás fueron suficientes para llamar a la movilización. Al fin y al cabo, seguían cobrando igual.

Porque de eso se trata, no nos engañemos. Se puede adornar con el discurso ideológico que más convenga, pero la mayoría, si no todas las reivindicaciones de la Marea Verde se limitan a exigir que se mantenga el estatus de los profesionales de la educación pública. Razones para protestar contra el decepcionante sistema educativo que padecemos ha habido muchas a lo largo de los últimos, pongamos, veinte años. Pero de lo que se trata es de que no despidan interinos, de que no se produzcan recortes en los salarios, o de que no disminuyan los recursos. Aunque tal vez sea exagerado reducirlo todo a la cuestión salarial. También preocupa la comodidad. El ratio alumno-profesor, los materiales 2.0, las horas extra… cosas así. Comodidad y salario. Ésas son sus preocupaciones reales, y también, cabe pensar, las de Podemos.

Una de las pruebas de que todo el discurso de la Marea Verde se reduce a eso es que, cuando hablan sobre calidad educativa, nunca dicen realmente nada. Porque decir «Educación pública y de calidad» o «La educación de calidad es un derecho» es lo mismo que no decir nada. Decir algo sería hablar sobre las implicaciones de la pérdida de autoridad del profesor, o sobre las posibles causas de los resultados en PISA, o sobre la infantilización programada de los alumnos desde Primaria a Bachillerato, que hace que sean incapaces de enfrentarse a un texto por sí solos. Eso sería decir algo sobre la educación de calidad. Lo otro, los recortes en sueldos y puestos, el aumento de horas, o la defensa de la pública por el mero hecho de ser pública, es corporativismo mezclado con ideología.

Cabría esperar un análisis serio y objetivo sobre los males de la educación en alguna parte de su discurso, pero no he sido capaz de encontrarlo. El análisis general sobre la Educación de Marea Verde, si existe, es simple como una redacción de 1º de ESO. La causa de los pobres resultados en la enseñanza es que no hay recursos suficientes. Al parecer no importa a qué se dediquen esos recursos, la evaluación del rendimiento de esos recursos, o la posibilidad de que existan otros factores, más allá del gasto, que puedan explicar los resultados. Por ejemplo, la autonomía de los centros, la competencia entre ellos, los sistemas de evaluación, o las vías para implementar las reformas. No, lo único que explica las décadas de mediocridad de nuestro sistema de enseñanza son los recortes, que comenzaron hace tres años. Y la LOMCE, claro. Una ley que aún no ha entrado en vigor.

Pero el problema no es que unos cuantos profesionales decidan salir a la calle a manifestar sus preocupaciones laborales. Ni siquiera que intenten hacer pasar por intentos de mejora de la educación lo que no dejan de ser reivindicaciones laborales. El problema serio, el que debería preocuparnos, es que los padres, los estudiantes, y la mayoría de los medios de comunicación no sean capaces de ver que no se está hablando de la calidad de la educación, sino de la calidad de vida de los profesores. Cabe la tentación de vincular esta falta de crítica, esta facilidad para dejarse llevar por los colores y los afectos, precisamente con el desastre educativo. Pero creo que, aunque buena parte de las causas provengan de esa infantilización a la que aludíamos antes, hay algo más profundo en todo ello. En cualquier caso, caben sólo dos opciones. O se toman en serio los problemas en la educación -o la educación como problema- y comienzan a fijarse en algunos de los análisis serios que ya se han publicado, o reconocen que no se trata de una prioridad real, y que lo único que hay que solucionar es la situación laboral de algunos profesores. O hablamos de educación en general, o hablamos de reivindicaciones laborales particulares. Seguir confundiendo ambas cosas puede ser interesante para algunos profesores cortos de miras y para algunos políticos a la caza de votos. Para quienes más tienen que perder con este sistema educativo, los padres, alumnos y profesores con un mínimo de respeto por la educación, es algo que conduce al desastre.

A continuación dejo unos enlaces con algunos de los análisis y comentarios que debería manejar cualquier persona que pretendiera hablar en serio sobre cómo mejorar la Educación.

Educación: más allá de lo público vs. privado. De Ángel Martín.

PISA es solamente el síntoma. Tribuna de José Sánchez Tortosa en El Mundo.

Otro artículo del mismo autor, La educación como problema.

Y el libro sobre el panorama de la educación, El profesor en la trinchera

España gasta más en educación que sus vecinos y saca peores resultados. De Domingo Soriano.

Las claves del fracaso educativo en España, también de Domingo Soriano.

Claves para mejorar la educación española, de Diego Sánchez de la Cruz.

La educación en España. Una visión académica. Monografía de FEDEA

Cómo mejorar la Educación en España. Tribuna de Antonio Cabrales en El Mundo.

Y ahora, algunos de los análisis, manifiestos y comentarios que manejan en Podemos. Merece la pena verlos para contrastar y para conocer cuáles son sus prioridades en Educación.

La Educación que Podemos, presentación en Prezi que usan como primera declaración de principios en cuanto a Educación.

Campaña de matriculación en la escuela pública.

Concurso para combatir las «fuerzas del mal»: Los superhéroes de la pública

La escuela concertada cumple desvirtuada 25 años.

(He centrado este comentario en las propuestas de Podemos, pero todo lo dicho aquí es también aplicable a Izquierda Unida, como se puede ver en este documento sobre la timorata reforma educativa del ministro Wert)