Esta tarde mientras volvía a casa me enteraba de que los responsables del Rototom Sunsplash habían rectificado y pedían disculpas -ofrecían, en todo caso, pero ésta es otra batalla perdida- a Matisyahu, a quien habían intentado humillar públicamente unos días antes. Incluso invitaban al cantante a actuar en el festival, recuperando la fecha que habían programado antes del veto.
Qué bien, he pensado. Al menos han rectificado. Pero me ha durado poco la satisfacción. Me suele pasar con los arrepentimientos de este tipo. E imagino que será por lo que decía Spinoza sobre el arrepentimiento. Que, por otra parte, es muy poco.
El arrepentimiento no es una virtud, o sea, no nace de la razón; el que se arrepiente de lo que ha hecho es doblemente miserable o impotente.
No es que el arrepentimiento sea malo. Es que no existe tal cosa. Arrepentirse no es más que desear no haber hecho algo, volver al estado en el que nos encontrábamos antes de cometer ese acto. Y sabemos, o deberíamos saber, que eso es imposible. No hay manera de borrar lo que hemos hecho, sea bueno o malo. Así que el arrepentimiento es un acto estéril. El privado. El público es algo peor. El arrepentimiento público es un acto miserable. Tanto más miserable cuanto peor sea el acto cometido. Es una puesta en escena -prestidigitación, ilusionismo- cuyo objetivo es borrar el acto, si el público consiente. Y el público suele consentir. El arrepentimiento, nos decimos, si es sincero ha de tener recompensa. Y como por arte de magia la sinceridad borra el hecho, devuelve al actor al momento previo, lo redime. No es que haya resonancias teológicas. Es que el arrepentimiento es un concepto puramente teológico. Fuera de ese ámbito, como decía, no tiene sentido.
Hace unos meses hubo una ocasión inmejorable para reflexionar sobre el significado del arrepentimiento. Iñaki Rekarte, etarra condenado por el asesinato de tres personas, se paseó durante varios días por redacciones y estudios de televisión para mostrar públicamente su arrepentimiento. Y para hablar del amor y de lo difícil que le resultaba perdonarse a sí mismo. Esas palabras, la presencia del etarra en los medios e incluso el mismo perseverar en su ser encerraban una contradicción. O así me lo parecía. Y estamos, lo reconozco, ante un caso de entendimiento particular. No entendía cómo un asesino se dedicaba a airear su arrepentimiento junto con otras confesiones sentimentales privadas. Y en realidad era bastante fácil entenderlo. El arrepentimiento era otra confesión sentimental. Sin carácter performativo, claro. Ésa es la esencia del asunto. Suponemos que el arrepentimiento es performativo, cuando no es más que enunciación vacía. Arrepentirse en público es una contradicción. El arrepentimiento real, si existe, debería ser siempre privado. Y en un caso como el del asesino de tres personas debería consistir únicamente en la eliminación de ese esfuerzo por perseverar en el ser. Es decir, suicidio. O desaparición, para aquellos a quienes les tiemble el pulso. Justo lo contrario de ese ejercicio de sentimentalismo al que Rekarte y sus cómplices se lanzaron.
Pero estábamos hablando del trato vergonzoso que Rototom Sunsplash dispensó a un artista al que habían invitado, y nos hemos ido al suicidio y a un etarra. Lo de los responsables de este festival no fue para tanto. Únicamente consideraron que, como Matisyahu era judío, debía pasar un test de idoneidad. Había que ver si comía tocino. Y además, dicen, actuaron coaccionados. No sé hasta qué punto llegó esa coacción. A lo mejor el BDS escribió el comunicado que publicó el director del festival en su cuenta de Facebook. En ese comunicado –Mi punto de vista– decía que se habían encontrado entre dos extremismos. El del BDS, conocido, y el de Matisyahu, que consistió en no querer participar en la humillación pública a la que habían intentado someterle. La deliciosa equidistancia.
Así que el Rototom Sunsplash pide disculpas por su equivocación, fruto del boicot y de la campaña de presiones, amenazas y coacciones promovidas por BDS País Valencià, y vuelve a invitar al artista vetado. Y a lo mejor hay que felicitarse por ello, en lugar de enredarse con Spinoza y el arrepentimiento. Es cierto que podrían haber aprovechado para denunciar pública y contundentemente al BDS (todas sus campañas, no sólo ésta) y el antisemitismo cobarde en el que cayeron. Pero ay, el conatus.
P.S. Ya han pasado varios días desde que ocurrió, y finalmente Matisyahu actuó en el festival. Al margen de esto último, creo en el fondo que sí hubo una especie de victoria en la denuncia contra los organizadores del Rototom Sunsplash. Sirvió, al menos, para desenmascarar el movimiento BDS, y para afear la conducta a quienes se han plegado -y se seguirán plegando, no seamos ilusos- a sus campañas antisemitas. El texto que escribí me pareció inapropiado en la segunda relectura. Puede que por la inclusión del párrafo sobre Rekarte, o puede que por la exageración en torno al arrepentimiento. En cualquier caso, ahí queda.