Esta mañana he creído que sería buena idea hacer algo para los que hasta hace dos semanas fueron mis alumnos. Me he puesto a escribir una especie de lección inicial, pensando en que después vendrían lecturas y referencias para que pudieran dedicarle tiempo durante el confinamiento a cuestiones importantes, sin pensar en cómo haría para que les llegase.
Y después me he dado cuenta de que ha sido una estupidez. Porque probablemente ya están entretenidos, y, sobre todo, por lo que digo en la primera frase: hasta hace dos semanas.
Ya no. Y no tiene sentido actuar como si este cambio en nuestras vidas anulase el cambio anterior.
Así que la dejo aquí, para que al menos me recuerde a mí, dentro de unos años, que las estupideces bienintencionadas son una inútil y frustrante pérdida de tiempo. Además, encaja muy bien con la imagen de la firma del blog.
Estamos ante un nuevo tiempo, y los nuevos tiempos son dados a frases vacías como ésta. Pero de algún modo hay que empezar, y aunque precisamente ahora el tiempo y la urgencia se hayan distanciado, aunque ya no estéis pendientes de la rutina diaria, de los recreos y de los timbres, hay que tener cuidado con la gestión de aquello que, tal vez porque va a ir acumulándose durante los próximos días, puede convertirse en problemático. Tal vez se trate por tanto más de ordenar que de aprovechar el tiempo. De “darle sentido”, como diríamos si estuviéramos en clase.
¿Recordáis cuáles eran las tres respuestas que el ser humano solía dar a su función en el mundo? Bueno, pues estamos en algo parecido ahora mismo. Es conveniente que llevemos este nuevo tiempo de la mejor manera posible, y reordenando las prioridades.
Ya no soy vuestro profesor, e incluso si aún lo fuera estaría haciendo esto mismo, por las mismas razones. No se trata de intentar seguir el curso como si nada pasara, ni tampoco de sacaros del aburrimiento. Se trata de aprovechar para tratar con más calma algunas cuestiones que fueron saliendo y que habrían seguido saliendo, y también se trata de mantener o crear nuevas rutinas que nos ayuden a todos a comprender qué es lo que estamos viviendo.
Ya no soy vuestro profesor pero lo fui durante un tiempo, y hay vínculos que permanecen más allá de las obligaciones. Así que si os parece interesante, si os aburrís, si queréis leer o escribir, si pensáis que puede ser útil dedicarle a esto un rato todos los días, sea lo que sea esto, estaré encantado de pasarme por aquí.
Ahora habría que definir “esto”, diría si siguiéramos en clase. Pero sería absurdo. “Esto” igual dura dos días, igual ni siquiera consigo que os llegue, o igual no le interesa a nadie. Así que de momento dejaremos la definición en el aire y volveremos a observarlo cuando haya pasado el tiempo. Sólo entonces podremos ponerle nombre.
Intentaré dejaros lecturas, películas, recomendaciones para que podáis dedicar la profundidad que requiere a todo eso que siempre sugería en clase. E intentaré que “esto”, sea lo que sea, sea algo abierto. Es decir, que hagáis lo que ya hacíais en el aula, cuando aún pensábamos que nuestra época iba a ser aburrida.
Estos días cada uno piensa en las referencias que ha ido acumulando a lo largo de su vida. Es imposible no hacer comparaciones, no contextualizar, porque es nuestra manera de ordenar lo caótico. No sabemos aún qué es lo que estamos viviendo, pero creo que sabemos que es algo distinto a todo lo que hemos vivido hasta ahora. Tenéis ya la edad suficiente como para saberlo, y también suficientes referencias como para saber que no es algo absolutamente excepcional, pero sí que es algo excepcional. No habíamos vivido nada parecido, y probablemente las cosas serán distintas cuando esto pase. Siempre lo decimos, pero esta vez parece que lo decimos de otra manera, que no es un adorno retórico.
Cuando me he puesto esta mañana a pensar en esto, me he acordado de una de las referencias que me acompañan desde hace muchos años. Ya sabéis cuál es. Afortunadamente, sabemos que no estamos ahí. Sabemos que vienen tiempos extraños, pero no se acercan al horror de la Europa del Siglo XX. Aquí el mal no tiene cara ni identidad, no responde a un programa político, no se acerca en nada, ni en cifras ni en la esencia, a lo que fue aquello. Y por eso no es equiparable. Pero sí se pueden hacer comparaciones, y sí hay lecciones que nos pueden ser útiles.
Vamos allá.
A finales de 1941, miles de familias judías europeas fueron deportadas al gueto de Teresienstadt. Allí tuvieron que seguir con su vida, sabiendo en muchas ocasiones que lo que les quedaba de vida era sólo una preparación para lo que vendría después. Como decía, sería frívolo e irresponsable pretender que nosotros estamos en algo parecido. No es así. Estamos en un tiempo incómodo, pero sabemos que cuando esto pase volveremos a nuestras vidas y a nuestras rutinas. Y habrá cambios, probablemente, pero seguiremos aquí. Seremos distintos y, en el mejor de los casos, seremos mejores. Habremos aprendido cosas que de otra manera no habríamos aprendido. Sobre todo vosotros. Es frívolo lanzar mensajes de “todo tiene un lado bueno” en momentos como éste, pero sí hay que decir que no hay que abandonarse a las circunstancias. Saldremos de ésta, saldréis de ésta, y seréis mejores.
Muchos de los niños de Teresienstadt sabían lo que les esperaba. Y desde luego todos los adultos, sus padres y sus maestros, lo sabían. A pesar de ello, o precisamente por ello, siguieron dando clase. No sabemos las razones de cada uno de los maestros. Para ofrecer consuelo, para ofrecer sentido. Para combatir el aburrimiento, para intentar recuperar cierta normalidad, o para rebelarse frente a la injusticia. El caso es que siguieron ocupándose de los niños, también porque muchos de esos niños habían sido separados de sus padres.
Dentro de la enormidad del período, éste es uno de los episodios que se me quedaron grabados para siempre. Por el “sinsentido” que supone, por lo “absurdo” de seguir enseñando a niños que no llegarían a convertirse en adultos. Hablábamos antes de las referencias de las que todos partimos, las que nos hacen ser lo que somos y no otra cosa -aquí recordaríamos de nuevo, porque soy muy pesado, lo de nature/nurture-, y al hablar de esa primera referencia que es la Europa del Siglo XX me viene ahora otra, que es de Albert Camus. A algunos ya os sonará y sabréis que es otra de mis referencias principales.
Albert Camus tiene varias obras excelentes. Y además es uno de esos autores cuyas vidas son al menos tan ejemplares como su obra. Combatió a los nazis, escribió sobre lo que tenía que escribir, y no se dejó atrapar por las ideologías ni por otras miserias a las que conducen las guerras y los tiempos oscuros. Para mí es, junto a George Orwell -que en realidad se llamaba Eric Arthur Blair- lo mejor del S. XX. Tendremos, si queréis, tiempo para hablar también de Camus, de Orwell y de cosas más alegres. Orwell, por ejemplo, tiene un texto en el que explica cómo hay que preparar el té perfecto, e incluso una receta de plum cake. Son cosas a las que conviene dedicar el tiempo durante estos días.
Pero estábamos con Camus. Una de las obras de referencia de Camus es Los Justos. Lo leí a vuestra edad, no sé si en vuestro curso o en 2º de Bachillerato. Es una obra de teatro, muy corta, de las que de verdad se leen en una tarde. Pero esa obra, hoy, no os aportaría demasiado. Sí sería interesante La Caída, aunque en teoría habría que leerla al final, después de haber leído otras más conocidas como El Extranjero. Si os hablo ahora de Camus es porque se trata de un autor muy apropiado para estos tiempos, si se entiende bien. Suelen enmarcarlo en lo que se llama “existencialismo”, que a su vez puede enmarcarse en la que llamábamos -erróneamente, si nos ponemos técnicos- respuesta nihilista.
Venía a decir, recordad, que el ser humano no tiene en realidad ninguna función en el mundo.
Cada uno tendremos nuestra respuesta. Algunos la cambiarán cuando lleguemos al final de este momento extraño, otros seguirán con la suya, y otros no tenían ninguna y la habrán encontrado.
Si mencionaba a Camus es por una imagen que dejo a continuación.
El que sale en la imagen es Sísifo.
Vamos a resumir quién era Sísifo, y por qué creo que es importante esta imagen.
Sísifo era un rey griego, uno de esos tantos reyes y héroes que sirvieron para expresar lecciones morales. Como en toda la tradición literaria de la Grecia Clásica, las fuentes difieren en algunos datos. Vamos a quedarnos con lo importante: lo que se ve en la imagen es el castigo que Zeus impone a Sísifo. Éste había desafiado varias veces a los dioses, pero el desafío definitivo fue su respuesta a un castigo previo. Zeus mandó a Thanatos (esto también os tiene que sonar: eutanasia, Thanos), es decir, la Muerte, a que encadenase a Sísifo en el Tártaro, una de las versiones del Infierno, aunque en realidad no era el Infierno, sino más bien el lugar donde castigar a los pecadores y a los enemigos de los dioses.
Pues bien, cuando la Muerte llegó para encadenar a Sísifo, éste, mediante la astucia, consiguió que la Muerte se encadenase a sí misma y cometió así el desafío definitivo. No sólo se libró del castigo sino que, durante un tiempo, no hubo muerte en el mundo. Esto era algo que los dioses no podían permitir, principalmente aquellos que tenían una relación cercana con la muerte, como Hades y Ares. Así que los dioses liberaron a la Muerte de sus cadenas, Sísifo murió y llegó el momento de su castigo.
Si personajes como Odiseo o el mismo Sísifo eran “fecundos en ardides”, Zeus no era menos fecundo en castigos. Uno de los más conocidos es precisamente el que impuso a Sísifo, que es lo que se ve en la imagen. Lo que se ve es a alguien empujando una roca colina arriba, pero el castigo no es ése. Habría sido muy poco imaginativo. El castigo de Zeus consistió en condenar a Sísifo a llevar esa roca colina arriba por toda la eternidad… no haciendo eterno el camino, sino haciendo que cuando Sísifo estaba a punto de llegar a la cima, la roca cayera colina abajo y así tendría que comenzar de nuevo.
El castigo no fue la eternidad, ni el esfuerzo físico, sino el sinsentido, el absurdo. El castigo fue estar obligado a llevar a cabo una tarea sabiendo que todos los esfuerzos serían inútiles, que no habría esperanza de completarla.
Y aun así, y volvemos ya a Camus, Sísifo recogía la roca cada vez que se caía y volvía a empezar. ¿Por qué lo hacía? Porque no le quedaba más remedio, sí. Pero también, señala Camus, porque lo hacía como último acto de rebelión contra los dioses. Zeus quería que Sísifo sucumbiera a la desesperación del trabajo vacío, absurdo, sin sentido. Pero Sísifo, hay que imaginarlo así, diría Camus, no se entregó a la desesperación ni tampoco se dio falsas esperanzas. No alimentó deseos de justicia, ni creyó que algún día el castigo terminaría, ni que Zeus se apiadaría, ni que podría ajustar cuentas con él. Simplemente, imaginamos, se aferró a lo único que podía hacer: robarle el sentido al absurdo. “¿Esto es lo que tengo que hacer? De acuerdo, es lo que haré. Y el sentido será aceptarlo sin entregarse a la desesperación ni al falso consuelo”, podría haber dicho.
“Hay que imaginar a Sísifo feliz”, cerraba Albert Camus “El mito de Sísifo”, una de sus obras filosóficas.
Como decía, ésa es una de mis referencias. Vosotros tendréis las vuestras cuando pasen unos años, y puede que algunas de ellas, tal vez las más importantes, las adquiráis durante estos días inciertos. Por las circunstancias y porque estáis en la edad adecuada.
Así que si “esto”, sea lo que sea, os parece interesante, si creéis que tendréis tiempo y ganas para que nos reunamos un momento durante los días que vienen, estaré encantado de andar por aquí. Dejando lecturas, películas, comentarios sin más objetivo que el que cada uno quiera darle, sin pensar únicamente en el curso y sus obligaciones. Y leyendo lo que vosotros creáis oportuno escribir.
Y ahora, yo también, a estudiar. Porque son tiempos inciertos pero tenemos que seguir conectados a la normalidad para cuando volvamos a ella.
Ánimo.
Ó.