«Aquella desgraciada noche fatídica»

Cada día estoy más convencido de que la primera señal de la mentira en el periodismo son los adjetivos. El periodismo consiste en contar hechos, y el periodismo bien hecho exige que aquéllos se cuenten lo más fielmente posible. Esa fidelidad no se debe a una causa ni a los lectores, sino a los hechos. El periodista cuenta los hechos, y el lector reacciona de una manera o de otra. Presentar los hechos de una manera alternativa para intentar llevar esa reacción a donde uno quiere es mentir. Salvo que se haga sin pretensión de veracidad; eso es lo que llamamos ficción.

¿Para qué sirve el adjetivo en un texto periodístico? En ocasiones, sí, para describir con más precisión un hecho. «Lluvia fina» y «lluvia torrencial» son hechos distintos.
Pero también puede servir para añadir connotaciones a un hecho. Connotaciones que pasan de la mente del periodista a la mente del lector. Connotaciones que en realidad son añadidos que no pertenecen ni pueden pertenecer al terreno de los hechos. El adjetivo en esos casos no describe el hecho sino que lo valora. Si compartimos la idea de que la realidad es algo externo al sujeto, entonces la descripción de un hecho es, con todos los matices epistemológicos que queramos, algo objetivo. En cambio, la valoración de un hecho no dice nada sobre el hecho, sino sobre el sujeto que valora ese hecho. Cuando esa valoración va en la sección de Opinión es hasta cierto punto comprensible. Si el artículo está plagado de adjetivos y apenas hay referencias objetivas, será simplemente una opinión en sentido literal, platónico. El problema, por llamarlo de algún modo, es que un texto con enfoque valorativo sea presentado como noticia.

Es el caso de un texto que aparece hoy en Deia, en la sección de Política. Se trata de un texto sobre el «caso Altsasu». El «caso Altsasu» se refiere a unos hechos que ocurrieron en la localidad navarra de Alsasua en octubre del año 2016. La sentencia sobre el caso, recurrida, establece que un grupo de personas agredió a dos agentes de la Guardia Civil y a sus respectivas parejas cuando los cuatro se encontraban por la noche en un bar, que la agresión se cometió por motivos ideológicos y que se daba el agravante de odio.

El segundo párrafo del texto publicado en Deia comienza así:

Todo comenzó hace dos años, el 15 de octubre de 2016, en la madrugada de ferias de Altsasu. Lo que muchos entendían como una pelea de bar entre unos jóvenes con dos guardias civiles y sus parejas, pronto se transformó judicialmente tras las presiones judiciales y gubernamentales en “acto terrorista”, con una repercusión mediática que causó temor en la villa.

La primera señal de la mentira en el periodismo, decía al principio, son los adjetivos. Lo que he destacado en negrita pertenece a ese mismo empeño por presentar una versión adulterada -diluida o cargada- de los hechos, que es lo que significa «mentira» en la esfera del periodismo.

Para ver un ejemplo del uso de los adjetivos en el periodismo de relato hay que ir al párrafo 6.

Estos dos años también han sido de una gran ola de solidaridad que se transformó en tsunami, con movilizaciones no conocidas en Navarra. Este movimiento comenzó en Altsasu, cuando unos días después de aquella desgraciada noche fatídica, el 22 de octubre, unas 2.000 personas salieron a la calle en Altsasu para apoyar a los jóvenes y denunciar la imagen distorsionada que se estaba trasladando de Altsasu en los medios.

Es una combinación ciertamente novedosa. ¿Hace falta escribir así en una noticia? Si el objetivo del texto es recordar el caso cuando se cumplen dos años de las agresiones, ¿por qué se emplea ese tono de relato literario? Y sobre todo, ¿por qué el doble exceso que acompaña a aquella noche?

En realidad estas preguntas, como de fin de capítulo en un serial de misterio, son bastante estúpidas. Y es probable que la convicción de la que hablo al principio, como casi todas las convicciones, sea también un exceso.
¿Existe la palabra «autoanotación»?

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