El terror y la memoria

Placa2FCOVITE

 

Me enteré recientemente de la iniciativa de COVITE para colocar una placa en todos los pueblos en los que ETA hubiera asesinado a alguien. Normalmente soy muy prudente con estas cosas. Y cuando digo prudente quiero decir demasiado prudente. No creo que exista una memoria colectiva que cuidar. La memoria es siempre individual. Eso es lo que me digo en casos como éstos, y por supuesto al respecto de la llamada memoria histórica. Pero después salgo a la calle a comprar, a pasear o a tomar un café. Y me encuentro con algo que podríamos llamar desmemoria colectiva. No sé si será correcto hablar en esos términos. Pero de algún modo hay que llamar a lo que durante años ha sido la actitud predominante en muchos pueblos respecto a ETA. Lo he comprobado en la calle y también en las redes sociales, que es en el fondo otro tipo de calle. Nadie habla de esas cosas. Está mal visto. Igual que en otros lugares no se menciona el sueldo de cada uno. Puede que la memoria no sea colectiva, en sentido estricto. Pero desde luego existe una vocación mayoritaria de olvido.

Me enteré de la iniciativa de COVITE, y como siempre, dudé. En parte por la posibilidad de que fuera usada con fines políticos. Con fines políticos indignos, claro. Es decir, electoralistas. Pero también, en parte, porque yo no soy una víctima. Ni yo, ni nadie de mi familia. Desde luego no me impide hablar de ello, pero sí me hace estar más atento para no caer en un acercamiento frívolo al tema. Entre esas dos dudas me he movido siempre. El miedo a no detectar el politiqueo y el miedo a la simplificación y frivolización de algo tan serio. De los dos, el que más me preocupa es el segundo.

A pesar de todo eso, a pesar de las dudas conceptuales, es innegable que existe cierta memoria común. Es lo que encuentras en el entorno en el que vives. En mi caso, en Galdácano, es nada. Extendería esa nada a Bilbao. Y seguramente podría extenderla aún más, pero me basta con eso. La nada ha sido lo único común que he encontrado siempre. No el olvido; es distinto. El olvido vendrá después, como efecto. Seguramente no tardará mucho. Es la negación consciente, la voluntad de olvido lo que llevamos años observando. Y junto a ella la celebración por parte de quienes, lejos de olvidar, han transformado una supuesta derrota en una sucesión de pequeñas victorias. Homenajes, fotos, recibimientos y reivindicaciones de amnistía para los presos que aún cumplen condena. Y apelaciones a «los valores humanos y democráticos más fundamentales para salvaguardar la vida y la dignidad de los presos enfermos.» De los presos de ETA. Salvaje hipocresía.

No hace falta decir que, por desagradable que sea esta segunda actitud militante y activa, es la primera la que debería preocuparnos. ¿Qué significará ETA para las generaciones futuras? ¿Qué recuerdo quedará de la banda terrorista? Sospecho que algo muy diferente a lo que realmente fue. Un fantasma, tal vez. Algo de lo que no se habla. Como hasta ahora. O tal vez no. Tal vez quede la ficción que algunos se están empeñando en construir. El grupo de activistas que eliminó el tráfico de heroína en las calles vascas. Los ciudadanos heroicos que abandonaron las armas y posibilitaron la paz. Algo así. Ficciones, relatos. Ninguna mención a los asesinatos, secuestros o torturas. Ninguna mención a Ortega Lara, Miguel Ángel Blanco o Fabio Moreno. (¿Por qué esos tres y no cualquiera de los cientos de asesinados y secuestrados? A eso me refería cuando hablaba del miedo a no tratar el tema con el respeto que merece. A no hacer justicia con todas las víctimas, a reducirlas a dos o tres nombres familiares, dos o tres episodios conocidos, y condenar al resto al olvido.) Desde luego, ninguna mención a las pequeñas muestras de violencia. A las intimidaciones cotidianas, a las interrupciones en la universidad, a las amenazas cercanas. Al fin y al cabo, no son ETA.

Sea como sea, el recuerdo que quede de ETA, y aún más importante, de las víctimas de ETA, es en parte responsabilidad nuestra. Es responsabilidad nuestra hacer frente al olvido voluntario y a la ficción de los relatos mediante un empeño constante por mostrar la verdad de los hechos. No sé si la iniciativa de COVITE es la mejor. Ni siquiera sé si será eficaz. Me parece poco una placa. Muy fácil de evitar con la mirada, especialmente en aquellos sitios en los que se colocarían. Allí donde ha habido una víctima de ETA, la habilidad de esquivar lo que no se quiere ver ha alcanzado niveles sobrehumanos. La gente iría a comprar el pan, a tomar el café o a ver el partido del Athletic y nadie se fijaría en la placa. Nadie hablaría de ello, porque sería un recuerdo vergonzoso, de lo que no se hizo y lo que no se dijo. Una vergüenza común, una culpa como la de Clamence en La Caída.

Una placa es poco, decía. No es una estatua. Pero es algo. Sería, al menos, una permanente china en el zapato de quienes con su cobardía han permitido que ETA sea apenas nada, y las víctimas meros fantasmas de esa nada. Hacer que bajen la mirada es la única pequeña victoria a la que podemos aspirar. No sé si, como sospecho, terminaremos siendo una sociedad sin memoria. Pero sé que el primer paso para esa desmemoria voluntaria es borrar a las víctimas de ETA, desligarlas de la causalidad real para que los asesinatos se conviertan en accidentes y los culpables dejen de serlo. Cualquier iniciativa que dificulte este proceso, que ya está en marcha, debería ser celebrada por quienes no nos resignamos a que esta historia de terror sea extirpada de los libros de historia.

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